viernes, 3 de enero de 2020

Rumanía, la bella del Este (III)


Y seguimos nuestro camino después de haber sido invitados de honor del terrible Vlad. Haríamos noche en la región de Târgu Mureș, durante tanto tiempo y siglos sumida en la dominación húngara, que sin embargo dejó también aportes espectaculares en la arquitectura y en ese espíritu dominante en la región que hace que las tradiciones se conserven de manera fiel y pura.
Sin ir más lejos, en su capital nos detuvimos en una avenida ancha que forma una plaza alargada y casi rectilínea. Allí, aparte de la pequeña pero llamativa Catedral de la Ascensión, tuvimos ocasión de disfrutar de un rincón que volvió locos los objetivos de nuestras cámaras, el que forma el edificio de la Prefectura y el Palacio de Cultura.
El primero se levantó entre 1905 y 1908  y el segundo como su complemento entre 1908 y 1913. Ambos forman u conjunto único e indisoluble que sirvió para dotar a la ciudad de una nueva cara, con la que entraba e la modernidad vestida de estilo Secesionista y Art Nouveau. Tanto sus arquitectos como los artistas que los adornaron con una elegancia y unos materiales exquisitos y de gran valor provenían de Budapest.

El palacio cuenta con una biblioteca, un conservatorio, un museo etnográfico, una escuela de idiomas, una sala de conciertos y una sala de conferencias y está adornado con mosaicos y bajorrelieves en bronce y piedra, frescos y vitrales, de gran valor artístico.


Por su parte, el edificio de la Prefectura o Consejo del Condado con su hermoso techo de tejas de color naranja y verde y su ornamentada torre de vigilancia de 60 m, lo han convertido en uno de los edificios más fotografiados de Târgu Mureş.


Uniendo ambos edificios encontramos un pequeño parque donde se ubica una escultura de la Loba Romana, o Lupoaica en rumano. Estas esculturas las podemos hallar en gran cantidad de ciudades del país, ya que a partir del siglo XIX surgió un movimiento cultural (sobre todo lingüístico) que defendía la idea de que Rumanía era el último bastión de Roma entre pueblos bárbaros, rodeados de los vulgares pueblos de la Europa del Este. Por ello se dedicaron a levantar recordatorios de su origen romano y dacio y adornarlos con medallones de antiguos emperadores romanos, escritores y prohombres de la cultura de la época, que militaban en las filas de esta corriente de pensamiento.
Y llegamos a Bistrita, donde descansaríamos esa noche. La ciudad no tiene mucho que ofrecer, aparte de una iglesia bastante imponente a la que dedicamos un pequeño espacio en nuestro recorrido.


La iglesia (biserica) evangélica, que se encuentra en la Piata Unirii, es de estilo gótico, concretamente sus cimientos nos miran desde el siglo XV-XVI, con aportes renacentistas que se añadieron un siglo después por el suizo Petrus Italus de Lugano. 

De los árboles colgaban huevos de Pascua pintados, tradición de esta zona tal y como veríamos el siguiente día.
Aunque no pudimos entrar, si que supimos que posee un órgano de más de 500 años. La torre del reloj alcanza los 76 metros (es la iglesia de piedra más alta de Rumania), siendo fácilmente divisable desde toda la ciudad.


En 2008, se produjo un incendio que destruyó la parte superior de la torre. Ésta se reconstruyó y se equipó con un ascensor, lo que la convirtió en la única torre de iglesia entre Moscú y Viena que está equipada con esta instalación mecánica.
En el parque que la rodea varias estatuas de niños solos o con sus madres le daban un aspecto moderno y artístico a un parque cuajado de árboles cuyas hojas ya enseñaban los colores del otoño.

Hotel Castel Dracula.

Bienvenidos al paso del Borgo, la tierra del conde más famoso de todos los tiempos, donde el famoso novelista irlandés Bram Stoker, imaginó y localizó el fantástico castillo de Drácula allá por 1897.


Este hotel se levanta justo en el lugar, según sus dueños, donde antes se alzaba un castillo en ruinas que fue el que inspiró la famosa novela. Estéticamente no es más que un caserón de varias plantas y torres, nada que ver que el que tenemos en nuestra imaginación, pero una pequeña parada técnica nos sirvió para recordar al conde chupasangres.


Según los dueños, aún se conserva en el sótano la tumba del no muerto, de aquel que se transforma en animal o en hombre a su antojo, el que debe reposar tocando la tierra que lo vio nacer, el que teme al crucifijo y no se acerca al ajo (no podría vivir en España, tranquilos), el que sólo muere si se le atraviesa el corazón con una estaca para dar paz a su alma, el sediento de sangre de las más hermosas doncellas que se convierten en su ejército de vampiros...en definitiva, el Conde Vladislav III Drácula.




Monasterio de Moldovita
El resto del día, del que quedaba bastante, lo dedicamos a visitar un monasterio  que forma parte del Patrimonio de la Humanidad, el de Moldovita.
Se encuentra en medio del campo, protegido su recinto por murallas de más de un metro de espesor y cinco de altura, lo que nos lleva a mirarlo como una iglesia fortificada.

Como sus hermanos, el resto de monasterios de la región de Bucovina, muestra su belleza un poco deteriorada lanzando a nuestros ojos los impresionantes frescos que decoran el exterior de sus iglesias.


Al igual que en las catedrales góticas, con sus elaborada escultura en tímpanos e interiores, este tipo de manifestación artística tenía para ellos, y para la época más valor didáctico que artístico, es decir, gracias a las pinturas, el pueblo llano que no sabía leer, aprendía la Historia Sagrada, y en ellos veía y con ellos aprendía lo que debía y no debía hacer si quería ganarse le cielo o ir al infierno.

Esta de Moldovita, es la llamada iglesia de la Anunciación y se remonta al siglo XV.
En sus pinturas podemos ver a los santos portando a una gloriosa virgen María, a Jesús crucificado, el asedio de Constantinopla y la vida y martirio de santos y profetas.





En el interior de la iglesia queda patente la grandiosidad del arte rumano. El Juicio Final ocupa gran parte de la representación pictórica, siendo la cúpula un “lienzo” donde las formas arquitectónicas moldean los cuerpos pintados al fresco.
Si nos fijamos bien podremos incluso ver las firmas de los soldados austriacos que quisieron dejar su vandálica impronta en estas sagradas paredes.



Otros edificios de piedra blanca albergan las celdas de las monjas, y un museo de arte eclesiástico y religioso.
Y nuestra siguiente visita será para disfrutar de una de las tradiciones artísticas más famosas de la región de Moldovita, los huevos pintados.
Para ello nos desplazamos hasta el Museo Internacional de Huevos Pintados Lucía Condrea.
Este museo es el hogar de la mayor exposición de huevos decorados del mundo, con más de 12.000 pequeñas obras de arte  mostrados en 106 vitrinas.


A la artista Lucía Condrea, se le ocurrió en 1993 organizar una colección que iba creciendo cada día y exponerla para deleite de todos los visitantes que quisieran disfrutar de su delicado y original arte. Nada mejor que su propia casa para ello, donde además tiene su taller.

No fue fácil ordenar y catalogar la inmensa cantidad de huevos que sus habilidosas manos habían decorado, así que no fue hasta el año 2007 que su museo, único en su país y en el mundo, pudo ver oficialmente la luz.


No sólo fue su intención mostrar el trabajo que había brotado de su espíritu artístico, sino que iba más allá. Las generaciones venideras recibirían un legado que no debía perderse y que debería preservarse como tradición única y puramente rumana.

La mayor parte de la colección la componen los huevos creados por la propia Lucía, mientras que vemos en otras vitrinas los que con paciencia ha ido recogiendo y cuidando a lo largo del tiempo y los caminos de Rumanía.


Así encontramos muestras de los huevos de la etnia Hutuli que habita en la zona de Moldovita y Bucovina, que son los más antiguos (algunos se remontan a 1883) o los que proceden de más de 56 países con tradición en este tipo de delicada factura artística.
Por supuesto que antes de irnos con la memoria llena de tanta belleza ovoide, tenemos la oportunidad de adquirir alguno de estos huevos decorados para llevarnos a casa una pizca de ésta tradición rumana original y única.

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