sábado, 4 de enero de 2020

Rumanía, la bella del este (IV)

Continuamos conociendo la belleza de los monasterios ortodoxos rumanos visitando la iglesia de San Jorge en Voronet, enclavada en un inmenso bosque de abetos.

Según cuenta la leyenda, Esteban el Grande la levantó en tan sólo tres meses, tres semanas y tres días, como agradecimiento a Dios por su victoria contra los turcos en 1486, y la dedicó a San Jorge, a quien se había encomendado para conseguir la victoria sobre los otomanos.



En esta ocasión fueron los propios monjes que habitaban el complejo los que decoraron con frescos el interior y exterior del templo, usando a mansalva el lapislázuli. Desgraciadamente tan sólo las que corresponden a la cara sur y este se encuentran en perfecto estado, los otros dos lados están muy dañados.




De todos ellos destacan el que muestra el Árbol de Jesé con las escenas de la vida de San Nicolás y San Juan, el Juicio Final en el pórtico (donde los ángeles tocan el bucium, instrumento de los pastores rumanos), las luchas de ángeles y demonios, un río de fuego y lava que se lleva a los pecadores al inframundo (entre ellos reyes, papas, judíos, turcos y tártaros) y una imagen exquisita de San Pedro abriendo las puertas del cielo a los elegidos, representados como niños pequeños a los que llevan en brazos los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.










El siguiente monasterio no será tan llamativo, ni tan profuso en frescos ni antigüedad. Nos desplazamos ahora al monasterio de Agapia.

Casi un pueblo en sí mismo, ya que como en muchos monasterios europeos la población fue asentándose en los alrededores de los cenobios para protegerse tras sus muros en caso de ataque enemigo, hoy en día está habitado por unas 400 monjas que se dedican (aparte de a sus devociones religiosas) a las labores agrícolas y la confección artesanal de objetos religiosos, tejidos, iconos y cerámicas que venden en la tienda del propio convento y exportan a otros.






Y así llevan desde que se fundó a mediados del siglo XVII, cuando apenas contaba con 20 monjas. Hoy sus cuatro centenas de religiosas lo convierten en el segundo monasterio de Rumanía, por detrás del de Varatec




Atesora en su iglesia los famosos frescos pintados por Nicolae Grigorescu entre 1958 y 1960, que son su mayor tesoro, aparte de otra iglesia algo menos atractiva, las celdas monacales, la torre campanario que marca la entrada, la enfermería de la Dormición de la Madre de Dios y unos preciosos y cuidados jardines.





Su nombre proviene del eremita Agapios quien tuvo su retiro muy cerca del actual conjunto de edificios.


El monasterio también alberga una amplia colección de arte y objetos litúrgicos, un almacén de libros antiguos y una biblioteca con más de 15.000 libros.
De camino a nuestro siguiente destino, hicimos una pequeña parada en la central hidroeléctrica Bicaz-Stejaru ,  en el río Bistriţa , cerca de Bicaz .

La gigantesca presa que pudimos admirar se construyó en la década de 1950, y forma parte de un complejo que incluye también un embalse y una central hidroeléctrica.

Desde la carretera sólo puede visitarse la presa de hormigón armado que mide nada menos que 127 metros de altura y se encarga de contener las aguas del lago Bicaz.


Por su tamaño se considera el lago artificial más grande de Rumanía y atrae a pescadores, turistas que buscan el descanso en las casitas que lo rodean y por supuesto alimenta la planta de energía, aparte de controlar las posibles inundaciones.

Las Gargantas de Bicaz.
De manera sorprendente pasamos de las llanuras y colinas a internarnos en las montañas en un abrir y cerrar de ojos y de la manera más abrupta.

Sin darnos cuenta nos encontramos encajonados entre paredes verticales de más de 300 metros de altura que se van estrechando y abriendo según su propio capricho mientras seguimos nuestro camino entre ellas.


Discurriendo paralelos a la carretera, los ríos Bicaz y Bistrita enmarcan la vista del monte Ceahlau, que es objetivo y meta de la mayor parte de las rutas y excursiones naturales de esta zona de Rumanía.


Nuestro conductor detiene el autobús a un lado de la carretera, tras regalarnos muestras de su pericia al volante sorteando peligrosas y cerradas curvas que harían temblar al más experto de los conductores.

Bajamos y recorremos apenas un pequeño trecho de la carretera, y cuando ya nos encontrábamos embebidos en el espíritu de la Naturaleza, surgen a ambos lados de la carretera tenderetes donde nos venden desde pieles de animales, a cualquier tipo de atractivo turístico del país (cerámica, objetos de madera, iconos, bordados y vinos)…Siempre hay un momento para unas compras.

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