Quizá sea uno de los lugares más hermosos de la tierra, pero también el que arrastra en su memoria el genocidio de aquel Pol Pot y su horda de asesinos de los que ahora nadie quiere hablar, pero que nadie puede olvidar.
Para muchos un parque temático, pero para mí el paraíso, el conjunto arqueológico mas rico, mas sorprendente, mas extenso, más intenso y más apabullante del planeta.
Al acercarnos al país, cómodamente sentados en la butaca nuestro avión sólo vemos llanuras escasamente habitadas y el sagrado e inmenso lago de Tonle Sap.
Poco tiempo tardamos en llegar al hotel y ponernos en marcha en la primera de las dos jornadas que tenemos para conocer las maravillas de la villa durmiente de Angkor. La ciudad abandonada despierta cada día luchando por liberarse del destino de morir de la mano del olvido y la voraz naturaleza que parece querer engullirla.
Como casi todos los visitantes accedemos al enorme recinto por la Puerta Sur, una de las cinco entradas que tiene Angkor Thom.
Custodiándola aparecen dos filas de enormes figuras tirando de gigantescas serpientes naga. Por un lado los dioses, y por el otro los demonios.
Esta entrada nos lleva casi inmediatamente a uno de los templos más hermosos del conjunto, el Bayon.
54 son las torres que forman el conjunto que asemeja una montaña. Y no, no representan a Buda, como piensan muchos, sino al rey Jayavarman VII. Es más, cada una de ellas tiene cuatro caras idénticas del rey, que miran a los cuatro puntos cardinales, en un intento de controlar todo lo que ocurre en su reino. De igual manera lo hace Buda en las estupas de lugares como Nepal, lo que puede haber llevado a la confusión.
Lo que si es cierto es que el rey se identificaba con el llamado Buda Compasivo, una de las divinidades más adoradas por sus súbditos, lo que explica la similitud con Buda. Los bajorrelieves reflejan escenas históricas, como las batallas contra los Chams, y también imágenes de la vida diaria, como la vida en familia, los días de mercado, las peleas de gallos o los banquetes de la corte.
Todavía muchos de los campesinos piensan que la ciudad fue construida por los dioses, por el Arquitecto Celeste, y que su origen se perdía en la noche de los tiempos.
Y es que no es para menos, ya que la grandeza de la ciudad, la complejidad de los monumentos y el misterio que los envuelve bien parece salida de las manos de los dioses, en lugar de la de los antepasados de los actuales camboyanos.
Del Bayon nos vamos a Banteay Srei, a 21 km del núcleo de edificaciones de Angkor. Este conjunto de pequeños templos no sólo está apartado por la distancia, sino también por otros aspectos como el uso de arenisca rosa en lugar de piedra gris o el hecho de que no fuera levantado por el rey sino por uno de sus sacerdotes predilectos.
Con una decoración muy recargada, repleta de adornos vegetales y figuras humanas que se contorsionan y parecen danzar ante nosotros, el templo parece rendir culto a la vida otorgada por los dioses.
Phimeanakas o Prasat Phimean Akas, es un templo pirámide relativamente pequeño, de 35 m de largo, 28 de ancho y 12 de alto. Se encuentra cerca del centro del recinto real, donde una vez se levantó el palacio y los apartamentos del rey y sus numerosas concubinas, todo ello en madera, por lo que ya no queda nada de ellos. Era el templo personal del rey y se edificó antes incluso que la sagrada Angkor Wat.
Pero más que sobre su historia prefiero hablarles de su leyenda. Se cuenta que una serpiente encantada de nueve cabezas habitó una vez en el pabellón dorado de la parte superior del templo. Cada noche el rey subía a visitarla y ella le esperaba convertida en una hermosa mujer, tras yacer con ella cada noche se reunía con sus esposas y concubinas. La serpiente le dijo que no podía faltar ni una sola noche a su cita o moriría, y con él su reino desaparecería.
Dejamos atrás el templo y su leyenda para dirigirnos a la Terraza de los Elefantes, antigua muralla y al tiempo plataforma que formaba parte de la Plaza Real de Angkor Thom. Dicho espacio servía para desfiles y festivales por lo que la Terraza separaba el Palacio Real de la plaza al actuar de rampa de acceso y balcón para las audiencias.
Sus trescientos metros de largo por cuatro de alto sirvieron de lienzo para que los artistas escultores representaran a los elefantes sagrados del rey con sus enormes trompas, coronados por flores de loto, y también para crear preciosos bajorrelieves del ejercito real de elefantes en escenas de cacería o lucha.
Pero no sólo elefantes tiene la terraza, ya que también podemos encontrar Garudas y figuras con cabeza de león, o esculturas de leones sentados junto a la escalera. Más arriba aparecen las Kinnaris, mujeres aladas a las que acompañan los gansos divinos Hamsas y los genios Yakshas.
Nos vamos ahora a Srah Srang, Baño Real. El lago artificial tiene 700 metros de largo por 350 de ancho, y fue mandado a construir por Rajendravarman II. No podemos dejar de acercarnos hasta la plataforma de piedra arenisca que se adentra en el lago, decorada con balaustradas naga y dos leones guardianes. En su momento sirvió como embarcadero, pero aún se la llama plataforma real, al haber sido usada por la realeza y la nobleza para presenciar ceremonias, como las regatas anuales de las festividades para la fertilidad al final de la temporada de lluvias. Y salimos por otra de las grandes puertas para continuar el recorrido. Hay que llegar hasta Banteay Prei en autobús, pero esto no es un inconveniente, al contrario, permite que se mantenga un poco aislado de las masas que visitan Angkor Wat, por lo que tanto él como su entorno se pueden visitar en absoluto silencio. No creamos que es un templo pequeño, ya que mide 80 por 60 metros, lo que ocurre es que las galerías y las torres que marcan los puntos cardinales que forman el conjunto son un poco más bajas de lo normal, lo que lo hace parecer un templo en miniatura. Las paredes del edificio están repletas de adornos florales y apsaras, las bailarinas divinas. Como en el caso de otros monumentos de Angkor, muchas esculturas están desfiguradas, algunas por iconoclastas hindúes en el siglo XIII, y la mayoría durante el periodo de la Guerra Civil, cuando los robos de arte de los Jemeres Rojos asolaron esta parte de Angkor.
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