Para muchos turistas, Túnez es sinónimo de playas y compras en sus zocos. Para el auténtico viajero, es también historia, naturaleza y una luz que no tiene comparación. Y lo digo muy en serio, en ningún lugar del mundo los rayos del sol iluminan la tierra como en Tunicia. En este viaje, combinaremos varias visitas que he hecho al país a lo largo de los años, por lo que de nuevo, en ocasiones, tendré que recurrir a mi archivo analógico. Pido disculpas por la calidad.
Qué decir de la capital, pues que para mí un poco se reduce a tres lugares: su centro histórico y las cercanas Cártago y Sidi Bou Said.El nombre del pueblo proviene de Abou Said ibn Khalef ibn Yahia Ettamini el Beji, afortunadamente se redujo a Sidi Bou Said. Este hombre, considerado santo, convirtió el pueblo en centro de difusión del sufismo.
Si hay algo por lo que destaca Sidi, es por la belleza de sus edificios, debida en gran medida a una ley que en 1920 obligó a todos los habitantes de la localidad a pintar y mantener sus casas de color blanco, menos las puertas, ventanas y rejas que tienen que ser de color azul claro.
Innegable la belleza de las puertas y verjas que dan acceso a los frescos patios y las pequeñas mansiones donde han vivido o pasado largas temporadas escritores, artistas, músicos y poetas de todo el mundo.
Las vistas desde el mirador al que lleva la calle principal de la villa son impresionantes.
Obligada visita es el Café des Nattes o de las esteras, que los tunecinos conocen simplemente como el Kahwa el alya -el café en lo alto-.
Es un espacio tranquilo y lleno de recogimiento, donde los hombres juegan al dominó o a la chkoba, un viejo juego de cartas heredado de los napolitanos, o fuman con calma un narguile, esa pipa tradicional árabe que permite absorber el humo del tabaco a través del agua perfumada, limpiando sus impurezas.
Las columnas interiores, con suaves tonos rojos y verdes, los colores del Islam, recuerdan que el lugar formó parte de la mezquita zaouita.
Pero lo más solicitado son sus dos pequeñas terrazas que dominan parte de la ciudad con el mar al fondo y ofrecen una buena perspectiva sobre su calle principal, cuajada de tiendas donde se venden toda clase de recuerdos típicos y puestos donde se puede, y se debe, practicar el difícil arte del regateo para conseguir a precio de ganga una deliciosa muestra de la artesanía local entre las que ocupa un lugar importante la confección de jaulas de intrincado trabajo. El rito exige pedir un delicioso té a la menta que sirven con un montón de piñones.
Plaza de la Victoria, un punto de entrada a la Medina; sin pensarlo dos veces nos lanzamos a su interior. Callejuelas estrechas llenas de colorido y abigarradas de gente, encrucijada de comercios que convierten el recorrido en una continua invitación, infinita variedad de artículos, enseres que se escapan de unos minúsculos espacios donde el dependiente ha de salir para que puedas entrar a examinar la mercancía. Los suqs, zocos en árabe, forman un auténtico laberinto: el de los perfumes, las especias, los frutos secos y dulces, el de las alfombras y tapices, marroquinería, joyerías...
No hay comentarios:
Publicar un comentario