jueves, 2 de mayo de 2013

Túnez. Oásis, espejismos y misterio. (II)

 Y empezamos a recorrer el país, con una primera parada, el anfiteatro de El Djem, el único que queda de los tres que llegó a poseer esta importantísima ciudad en su época de mayor esplendor cuando llegó a contar con 40.000 habitantes. Hoy es apena una pequeña población que prácticamente vive de las visitas al histórico edificio y su museo de mosaicos.


Tercero en cuanto a tamaño tras Roma y Capua, es el más grandioso monumento que los romanos dejaron en África. Tras su época lúdica pasó a ser fortaleza, y aún más tarde, ya en el abandono, cantera de materiales de construcción.

Con forma elíptica, mide 149 metros de longitud, 124 de ancho y 36 de altura, con tres órdenes de arcadas. Bajo el suelo de arena de 65 metros de largo se encontraban 16 cubículos que albergaban las fieras, utilizadas para espectáculos del que disfrutaban los 30.000 espectadores para los que tenía cabida.

La siguiente parada sería Sfax, considerada por muchos como la capital del sur tunecino, y por su centro histórico encerrado tras las murallas almenadas, una pequeña joya que aunque carece de monumentos importantes, parece contener la esencia tunecina de las tradiciones y los oficios casi olvidados. Entramos por Bab el-Diwan, que hunde sus cimientos en el año 1306.

Centro de la actividad económica de la zona desde hace más de diez siglos, era muy conocida por su aceite de oliva que se exportaba a Italia y sus tejidos, tratados a la manera de Alejandría. Todo este comercio era favorecido por su puerto, que sustituyó el aceite y los tejidos por la exportación de super e hiperfosfatos.

Los zocos ocupan los alrededores de la mezquita, con sus gremios de tejedores y carpinteros.

Deambulando por las calles encontramos otros gremios, como el de los joyeros y el de las especias.


Dejamos atrás la ciudad y bordeando la costa encontramos deliciosas playas como la de Maharés.

Y nuestro primer oasis, el de Gbés, famoso porque llega casi hasta la orilla del mar. Mide unos 6 km de largo por 2 de ancho, conteniendo casi de milagro más de 300.000 palmeras, olivos, granados, plátanos, limoneros, naranjeros, albaricoqueros y melocotoneros.

Nos adentramos en el país para conocer Matmata, una de las "islas bereberes" del Gran Sur.
El elevado número de cráteres, casi 700, excavados en la meseta, constituyen individualmente, núcleos independientes de población, a las que se accede mediante un túnel que conduce a un gran patio de unos 12 m de diámetro y 6 de altura.

A su alrededor se localizan varias habitaciones, unas dedicadas a cocinas o establos y otros a dormitorios. Pudimos ver como elaboraban mantequilla con leche recién ordeñada...


... o molían el cereal para hacer harinas.

Y continuamos la jornada de viaje contemplando preciosos paisajes.




Y llegamos a Toujane, tras subir y bajar varios tramos de carretera bastantes complejos. Pero valió la pena, ya que se trata de una fascinante población que parece encaramada en la muralla rocosa del kef Toujane.

A 600 metros de altitud y con vistas a un río socavado en el corazón de la llanura de Gefara que se extiende hasta el golfo de Gabes, sus curiosas casas fueron y son fabricadas a base de piedra seca, sin mortero, lo que convierten al pueblo en un museo y ejemplo viviente de la arquitectura bereber. Son típicas las alfombras realizadas por las mujeres del pueblo en un intenso color rojo y con motivos que dibujan los tatuajes y amuletos de la cultura bereber.

Y seguimos camino sin poder evitar hacer algunas paradas para disfrutar del magnífico paisaje.

Nos detenemos ahora en Ksar Haddada, que en su origen era un gigantesco granero fortificado.

Aunque la mayoría de los edificios se mantienen tal y como eran para las visitas turísticas, algunas de estas ghorfas se han restaurado y transformado en hotel, conservando sus estructuras que en su día se destinaban a almacén, patios, terrazas y escaleras.

 Para los fans de Star Wars, no hay ni que decir, porque ya lo imaginarán, que aquí se rodó La Amenaza Fantasma.


Seguimos ruta con algunas paradas para ver otro tipo de estos graneros fortificados, como el de Ksar el Ferech...

o en Chenini, con una maravillosa vista de las viviendas bereberes excavadas en las rocas, y una mezquita que con su blanco destaca entre todas las construcciones.


En el oasis de Ksar Ghilane nos detuvimos para admirar este enclave desde lo alto de un camello.


Sobre estos barcos del desierto, recorrimos parte del Gran Erg, una extensión de dunas de más de 190.000 kilómetros cuadrados.


Hasta llegar a las ruinas de un antiguo acuartelamiento francés.



Antes de retirarnos a nuestras haimas a pasar la noche bajo las estrellas del desierto, observamos con respeto el momento de oración musulmán.


Al día siguiente tras el desayuno volvimos al campamento base, mientras amanecía en el desierto.


Y continuamos la ruta hasta llegar al oasis de Douz, lugar importante para la población bereber ya que cada se mana se celebra aquí un mercado de camellos con el aliciente de que además hay puestos de joyas, vestidos saharianos y babuchas de lana de camello. Para nosotros fue tan sólo la oportunidad de subir y bajar dunas en el 4x4 y hacer las gamberradas típicas de turistas que en aquel entonces no estaban mal vistas y se ofrecían como una experiencia más. No creo que hoy ningún guía te ofrezca subir a lo alto del 4x4 sin ningún tipo de arnés de seguridad...







Eso si, la grandeza del paisaje era sobrecogedora...


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