lunes, 2 de mayo de 2016

Saudades de Portugal (I). Lisboa bajo la piel (II)

Si una ciudad como Lisboa, disgregada y variable, universal y con ese desordenado encanto que sólo pueden tener las que fueron y siguen siendo de corazón, grandes y conquistadoras metrópolis, si tuviera, digo, un centro, un corazón o un pulmón que le diera vida, ese sería la Plaza del Rossio.




Y es que aún teniendo tantos y tan grandes monumentos, aquí y allá, tanto encanto y tanta saudade, Lisboa sigue necesitando a su gente y a su aire para seguir viviendo.





No pasa nada si a veces la Praça do Comércio le quita protagonismo, eso es sólo en ocasiones. Rossio se sabe alimentada por la historia y por el futuro a partes iguales, por el amor que le tuvo el Marqués de Pombal, que la reconstruyó y adornó como a una dama de alta alcurnia, con la calçada que sirve de fondo a dos espectaculares fuentes barrocas y la estatua de su rey, dom Pedro IV.






Es culta esta plaza, no sólo vanidosa, con su elegante teatro de Dona María II, neoclásico y construido sobre los terrenos de la Santa Inquisición. Arte sobre herejía, aplastando burdas creencias e intereses políticos disfrazados de piadosa ley.


























A un lado, un poco escondida, una de mis joyas lisboetas, la filigrana preciosa de la Estaçao do Rossio, con sus maravillosos arcos de entrada.
Por si no estamos suficientemente embriagados con estas maravillas, acerquémonos a uno de los locales que bordean la plaza " A Ginjinha" y saboreemos un delicioso licor de cereza, fino y elegante como Rossio...
Volar sobre la bella Lisboa es fácil; soñar Lisboa es tan sencillo como llegarse a la Baixa, la preferida de Pessoa y primero impresionarnos ante la belleza del elevador diseñado por Mesnier du Ponsard, uno de los más queridos discípulos de Eiffel, y luego sumergirnos en un viaje en el tiempo y el espacio.


En el tiempo, porque aún sigue en funcionamiento el 90% de la maquinaria original, incluyendo la caja del ascensor con todo lujo de detalles y materiales usados a finales del XIX, y en el espacio porque no fue creado como atracción turística, sino que, como en la actualidad, en parte, sirve para ofrecer un servicio regular entre la ciudad baja y el empinado Chiado.




Siempre abarrotado de turistas y lisboetas, tarda poco menos de un minuto en hacer su recorrido hasta la cima, donde sin salir de la estructura nos espera un precios y afiligranado balcón que nos regala unas vistas espléndidas de toda Lisboa, del Tajo y de las cercanas ruinas de la Igreja do Carmo, una auténtica reliquia gótica que tras el terremoto de 1755 solo mantiene las paredes, los arcos y la cabecera.










Ah, me olvidaba decir que para los amantes del ejercicio físico existe una escalera en espiral que salva los 32 metros de desnivel desde la base a lo alto, donde espera un restaurante donde podemos comer alguna especialidad de la ciudad o saborear una bica de delicioso café brasilero.







Y hay que recuperar fuerzas. Así que nos detenemos en La Restinga.
Este es otro de esos sitios que sólo conoces por pura casualidad o porque un amigo de Lisboa, que te aprecia mucho, quiere que conozcas.








Y ese fue mi caso, además con un hambre que ya enturbiaba mi visión y no era capaz de distinguir un eléctrico de un pastel de Belém.
Así que hicimos un alto en el camino y entramos en este pequeño pero acogedor establecimiento.
La disposición es perfecta, ya que por un lado tiene la barra con unas estanterías donde expone los deliciosos pasteles dulces y salados que vamos a disfrutar, y por otro unas holgadas mesas donde poder sentarnos a saborear los ricos tentempiés y algún que otro plato combinado o un sencillo pero intenso café con un bollo.








Las pastas saladas son una autentica delicia. Los deliciosos Faisaninhos, los folhados de carne, de espinaca y de salchicha, las coxinhas de gallina, las sandes de carne asada, de huevo o queso.
Platos combinados de delicioso sabor casero, en el centro de Lisboa. Para retomar fuerzas sin dejar de probar las especialidades de la cocina lisboeta. Muy recomendable!!


Y fuerzas hacían falta para emprender la última jornada del día: Belem.
Y empezamos por el Monasterio de los Jerónimos.
En el corazón de Belém, el alma monumental de Lisboa, se alza desde 1502 un palacio de fe, una fortaleza de piedra blanca y coloridas vidrieras.




El sitio para levantarlo no fue escogido al azar, ya que la zona, cerca del antiguo puerto de Restelo, estaba protegido por una diminuta capilla de la Virgen de Belém, donde cuenta la tradición que rezó Vasco de Gama la noche del 7 de julio de 1497 antes de emprender su histórico viaje.






Así que el terreno ya era sagrado, sólo faltaba darle la importancia que merecía.
Por supuesto que el estilo no podía ser otro que el manuelino, rico en referencias al mar y a loas conquistas, a los nuevos descubrimientos y a los tesoros de allende los mares. Y es que los nuevos habitantes del cenobio serían los que proporcionarían consuelo espiritual a los marineros que emprendieran las largas travesías ordenadas por Manuel I y que en parte fueron financiadas por los Caballeros de la orden de Cristo, que tenían su sede pared con pared.








Sin embargo ellos no colaboraron monetariamente con la construcción, ya que se financió totalmente con el dinero de " la pimienta", como llamaban al obtenido por el tráfico de especias.








Y de los monjes fue hasta 1833, año en que se abolieron las órdenes religiosas en Portugal, para pasar a ser Pía Casa de Lisboa, un instituto para la asistencia de la infancia abandonada.
Monumento nacional, en 1983 fue declarado con todos los honores Patrimonio de la Humanidad.






Dentro, callamos para oír hablar a las piedras, que nos cuentan sobre las gestas afortunadas y desgraciadas de los marineros portugueses, de temor a Dios y gloria a Él, de historias de historias que reflejan los sepulcros de los grandes Vasco de Gama, Camões, Pessoa o el propio rey Manuel I y su esposa Dona María....y la enigmática tumba vacía del rey Dom Sebastião, que nunca regresó de su cruzada en África.
Cielo de columnas y techos, que pretende recordar quizá el Amazonas descubierto a sangre y lágrimas por los valientes portugueses, vidrieras de colores imposibles que dejan pasar la cantidad de luz justa para permitir que no se rompa la magia del templo.
Atrás, en lo alto, un Crucificado imponente que reina sobre todo el espacio y el tiempo.


Salimos en silencio, no ya sólo por respetar suelo sagrado, sino también imaginando la grandeza del Imperio Portugués del que el terremoto de 1755 apenas dejó unos preciosos restos...




Riquezas, gloria, nuevos territorios, nuevas almas para la iglesia, nuevas oportunidades para quien no las pudo tener en el Viejo Continente....Eso y mucho más esperaba al otro lado del tenebroso océano a aquellos que tuvieran los arrestos suficientes para embarcarse en los cascarones y balsas que en la era de los grandes descubrimientos flotaban apenas en mar.
Duro era el camino. Meses de travesía y años de expediciones en tierra firme, luchando contra enfermedades, climas adversos y flechas envenenadas.


Muchos cayeron; miles de almas y cuerpos que con su sudor y su sangre ayudaron a levantar un imperio que fue envidia de muchos países. Y como telón de fondo de toda esta tragicomedia estaba Belem.
Belem que despedía a sus marineros y soldados desde las riberas del Tejo, que les rezaba desde la capilla de la Virgen, que les confortaba en los Jerónimos y que los defendía desde la Torre. Belem, que fue última imagen de la Patria y primera imagen de grandeza y poderío.
Que menos que, aunque tarde, acabar de ornarla como se merecía, con un centro que fuera núcleo de las joyas que la rodeaban.


Así que se decidió remozar el espacio y construir una plaza de 280 metros de lado, la Plaza do Imperio, convirtiéndola en una de las más grandes de Europa. En el centro de la plaza se encuentra un jardín de 3.300 m² con una gigantesca fuente en el centro.




Antes dije que se construyó un poco tarde, en la época en que con esa saudade de grandezas se rememoraba el pasado, en la Exposición del Mundo Portugués de 1940.


Ahora no sólo sirve de homenaje y recuerdo de un Imperio y de las fuerzas vivas que los construyeron, sino que sirve como pequeño pulmón para respirar un pasado, un presente y un futuro.
Y es que la vocación marinera de Portugal es tan intensa y omnipresente que pareciera que en vez de sangre, corriera agua salada por las venas lusitanas. Y una muestra es el Padrão dos Descobrimentos.




No se concibe el océano sin Portugal, ni Portugal sin los océanos. Aquellos que surcaran los grandes navegantes y doctrineros como Vasco da Gama, Fernão de Magalhães, el poeta Camões con sus Lusíadas, el pintor Nuno Gonçalves y reyes como Manuel I o el que encabeza la larga fila de 32 celebridades, Henrique el Navegante, quien financió las expediciones por el litoral africano y fundó una escuela de navegación en el Algarve.








Se pensó en el 500 aniversario de su muerte para erigir este monumento en 1960, creándolo en forma de carabela en honor del espíritu navegante portugués. Que menos.
El entorno refuerza ese espíritu con una rosa de los vientos que ocupa 50 metros de diámetro justo enfrente del monumento de 52 metros de altura y que cuenta la historia de los descubrimientos portugueses a lo largo del tiempo.
Es indispensable visitarlo cuando cae la tarde y la piedra se apodera de todos los colores del atardecer.






Desde noviembre de 1991, un monumento recuerda la hazaña de dos grandes y valerosos portugueses. Se trata de la replica del Fairey III-B "Santa Cruz", que realizó la increíble travesía desde Lisboa a Río de Janeiro en 1922 y que evidentemente los convirtió inmediatamente en héroes.






Gago Coutinho y Sacadura Cabral fueron aclamados en Portugal y Brasil por este hecho, convirtiéndose en objeto de numerosos homenajes, entre los que destaca el homenaje realizado de manera póstuma por el Banco de Portugal, que colocó sus retratos en los billetes de curso legal del país.
Utilizaron como instrumento de navegación un sextante al que habían adaptado un horizonte artificial. Este invento revolucionó la navegación aérea de la época.


Curiosamente una de las paradas que realizaron en su ruta fue para repostar en Las Palmas Gando.
Sin duda unos héroes.
La torre de Belém es mi musa lisboeta. Ella saca el pobre poeta que hay en mí, me ayuda a cavar en el alma y extraer los sentimientos y la saudade que al final, más pronto o más tarde todos sentimos al dejar Portugal, como si dejáramos un pedazo de alma rasgada sumergida en las aguas del Tajo.






Eso debieron sentir los marineros que dejaban su patria a lo largo de los siglos, para mayor gloria de ella y de sus dinastías descubridoras, de la pimienta y de la plata de Indias, de la grandeza y la miseria de las almas.
Porque la torre, aún sin quererlo, parece un navío que entra al río, que también se despide, con una capitana, la Virgen, que desde el castillo de proa parece acompañar a una imaginaria flota que parte hacia los confines de los mares tenebrosos.
Y de esos mares tenebrosos o luminosos, según el humor de quien lo mire, surgió la inspiración de todo un estilo, el Manuelino, que parece cubrir casi por completo la torre, con su piedras talladas imitando cordajes y sogas, elementos marinos y esferas armilares, así como balcones y ventanas abiertos de inspiración veneciana ( otra rival más en la carrera de las conquistas), atalayas moriscas y almenas decoradas con la cruz de la Orden de Cristo.
¿Quién se atrevería a pasar por delante de este navío embarrancado que con sus 18 cañoneras cubría los cuatro puntos cardinales?




















Almacenes de armas, mazmorras a las que se confinaba a los condenados arrojándolos por las aberturas de los techos, garitas inspiradas en el minarete de la Cotubia de Marrakech, la evocadora imagen de la Virgen del Feliz Retorno, un Salón delos Reyes que es una auténtica joya y en lo más alto uno de los más bellos panoramas de Europa, con la visión del Tajo y un océano que más que verse se adivina, que a veces nos deja disfrutar de la cercana Cascais.
















Joya de Lisboa eres, prisión o castillo, blanca y varada, navío de piedra que no quiere partir...
Y sin embargo no deja de ser una fortaleza que fue levantada para proteger ese mismo río, esa misma ciudad desde 1521, faro y vigía de la capital de un imperio que se negaba a quedarse atrás en la carrera de conquista.

 
Se que es un pecado resumir Lisboa en una jornada. Pero mejor así. Tendremos una excusa para volver una y otra vez...Aunque no hacen falta excusas para amar Lisboa.

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