miércoles, 5 de agosto de 2015

Londres, la moderna Babilonia (V)

La gran Abadía de Westminster
Conocida mundialmente por ser el panteón de los monarcas ingleses, sede de sus coronaciones y otros actos de gran boato, dentro de sus recios muros pueden contemplarse algunos de los mejores ejemplos de la arquitectura medieval londinense. Hay que ir con cuidado, porque por todas partes, ya sea en el suelo, en las paredes o en las columnas hay mausoleos y tumbas de personajes famosos y héroes nacionales británicos.


Pero empecemos desde fuera, porque según nos vamos acercando a ella, nuestra atención se ve literalmente absorbida por las preciosas torres gemelas que flanquean su entrada oeste ( no entraremos por ahí porque está reservada a actos oficiales) y a los delicados pero potentes arbotantes que se reparten el peso de la nave que se eleva hasta los 31 metros de altura y que es la más alta de Inglaterra. Para poder contemplar y darnos cuenta de la grandiosidad del templo debemos situarnos en el principio de la nave y tendremos una vista espectacular.



Según vayamos caminando descubriremos los tesoros de la catedral, desde la Capilla de San Eduardo, donde se guarda celosamente el trono de la coronación y el sepulcro del casi sagrado Eduardo el Confesor, pasando por la bellísima capilla de Enrique VII donde entraremos en éxtasis contemplando su bóveda, la magnífica sala capitular con su única columna que sustenta la ligera y hermosa techumbre, hasta llegar al Rincón de los Poetas, donde yacen enterrados escritores de la talla de Charles Dickens, William Shakespeare, Geoffrey Chaucer o Samuel Johnson.





No debemos olvidarnos de acercarnos a tumba de Isaac Newton, llena de simbolismo y misterio, la sencilla lápida en el suelo de Darwin y por supuesto recorrer un tramo del claustro, que unía la abadía con las otras dependencias.


Historia, realeza y religión se unen en este espacio único al que recomiendo dedicar al menos tres horas. Puedo asegurarles que las merece.
Un recorrido por la arteria de Londres
Los ríos marcan siempre la vida y la historia de las ciudades que atraviesan. Esto es singular y espectacularmente cierto en el caso del Támesis y Londres. Sin el Támesis, Londres no existiría. Los romanos se dieron cuenta, de que el lugar donde hoy se levanta la ciudad estaba suficientemente cerca de la Mancha y del Mar del Norte y que al tiempo el río dejaba de serlo para transformarse en mar. El lugar perfecto para la capital de Britannia.

El río es el benefactor de Londres, el que le regaló su prosperidad como capital de un país y de un imperio, pero también su destructor, ya que las víctimas por sus crecidas se cuentan a centenares a lo largo de los siglos y además, como Venecia, la ciudad se hunde a razón de 30 centímetros por siglo.






Pero como en sus mejores tiempos, el "Old Father Thames" es la arteria que mueve Londres, y por ello, la mejor manera de tomarle el pulso es navegándolo, así que decidimos subir a uno de los muchos barcos que hacen un recorrido surcando sus aguas y conocerlo mejor.






Saliendo del decano embarcadero que se sitúa a los pies del Big Ben, vamos descubriendo la ciudad desde el río, pasando bajo puentes llenos de historia y de leyenda, como el Tower, el Westminster, el Hungerford, el Waterloo o el London Bridge. Observamos sus riveras y recordamos hechos como el Gran Incendio, logros modernos como la London Eye o el City Hall, retazos de historia bélica que aún resuenan en el HMS Belfast, escuchamos las voces de los actores que mantienen viva el alma de Shakespeare en el Globe o los gritos de los condenados de la Torre de Londres.



El Támesis es un ser vivo al que se ama como tal, con sus defectos y sus virtudes, sus secretos inconfesables y sus tardes de sol estival. El Támesis es el alma de Londres.

Museo del Antiguo Quirófano y Herbolario. The Old Operating Theatre o la Era de la Razón

Al principio todo era oscuridad. Los enfermos simplemente morían, apenas unos cuantos sanaban. Hasta que de repente la ciencia, la medicina, nació tal y como la conocemos hoy en día. Y la evolución de su crecimiento es lo que nos presenta este pequeño pero fascinante museo.




Ya desde un principio nos sorprende su ubicación, el ático de la iglesia de Santo Tomás, en el barrio de Southwark, lugar donde se ubicaba un hospital dedicado a este santo milagroso.

Cuando subimos las empinadas escaleras y llegamos a la buhardilla, encontramos un completísimo herbolario usado por el boticario del hospital para secar y almacenar las hierbas dedicadas a la preparación de las medicinas naturales. Mientras aspiramos su aroma, que aún nos permite incluso distinguir unas de otras, vamos acercándonos a la parte menos agradable del museo; la fascinante exposición que nos revela el horror de la medicina y de la cirugía anteriores a los grandes avances de las ciencias médicas, y que incluye instrumentos para sangrías, trepanaciones y partos.



Si los juntamos a la falta de anestesia, podemos imaginarnos fácilmente la pésima calidad de vida que existía antes de los últimos adelantos en el campo de la cirugía y de la medicina. Da un poco de grima ver las fotografías antiguas que nos llevan a un pasado donde ser enfermo era casi sinónimo de apestado. Pero lo más interesante estaba por venir.

Pasando un estrecho pasillo llegamos a la sala de operaciones.
Lo más interesante es que aunque fue creado en 1822, este espacio cayó en el olvido en 1862, y no fue hasta 1957, que fue accidentalmente sacado de nuevo a la luz.

Rodeado de estudiantes de medicina y otros médicos interesados en aprender nuevas técnicas o ver cómo la gente moría a manos de otros médicos, los pobres pacientes, afortunados por encontrarse ante los más eminentes cirujanos del país, soportaban a base de alcohol u opio los indecibles dolores que provocaban las trepanaciones, amputaciones o cesáreas.

Bajo ellos, empapado por el serrín, el suelo estaba encharcado de sangre y pus, y la falta de higiene sanitaria brillaba por su ausencia.
Nos sentamos en las gradas y por un minuto intentamos retroceder en el tiempo.. Y sentimos mucho dolor.
The London Eye
Son 135 metros de acero y cristal que dominan absolutamente la ciudad de Londres, cuyas cúpulas, y en días claros, permiten otear el panorama hasta unos 40 kilómetros de distancia.



Desafortunadamente esto ocurre pocas veces, ya que la niebla casi persistente es el mayor rival de los que quieran hacerse una idea global de todo lo que rodea la ciudad del Támesis.

Su ubicación la hace visible desde todos los rincones de la ciudad, y para los pocos que no la vean les basta acercarse a la orilla del río, frente al Big Ben para dar el paso definitivo, renunciar a los vértigos y entrar a las cápsulas.
Tras canjear nuestro bono por la entrada, entramos dentro de uno de los habitáculos junto con otra pareja. Y la noria empezó a girar muy lentamente...


Poco a poco íbamos entrando en la cuenta de la inmensidad de la ciudad que fue capital del Imperio Británico, pero también los impresionantes datos que nos proporciona la noria. ¿Saben que puede transportar hasta 800 personas?, ¿o que hay 32 cápsulas, una por cada barrio de Londres?. Se dice que en un año la rueda girará 7668 veces, que si lo pasamos a distancia, sería como ir de Londres a El Cairo.


Siete fueron los años que tardaron en levantar totalmente la Eye para que hoy sea uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, donde se celebran bodas, reuniones, cenas intimas y privadas, fiestas con dj, reuniones de tribus New Age.. Una autentica atracción para todos, no sólo para visitantes y turistas.



Al bajar de la noria no olvidemos pasar por un pequeño cine en 3D, que a vuelo de gaviota nos da un realista paseo por Londres.


Definitely not to be missed!!!

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