domingo, 1 de noviembre de 2015

Islas Baleares (I) Mallorca (I)

Lejos queda aquella canción que decía "Será maravilloso, viajar hasta Mallorca",
pero tan sólo en el tiempo, ya que sigue siendo una maravilla disfrutar
 de esta isla que parece flotar en el Mediterráneo.
Empezamos a conocer esta perla balear por un lugar magnético y fascinante.
Sa Foradada, la roca que respira

La horadada, la agujereada, si lo prefieren, es todo un símbolo del noroeste mallorquín. Se dice que este promontorio estuvo apunto de ser propiedad el Archiduque Luis Salvador de Habsburgo-Lorena, que se hizo en poco tiempo con S'Estaca y Miramar, preciosas fincas de olivares y bosque que se pueden vislumbrar desde el mirador que nos permite ver la roca.
Al parecer el noble alemán sentía una atracción irrefrenable por la gran roca, pero su bolsillo no le permitió cumplir sus sueños de posesión.


Hoy en día, tal y como ha sido siempre, la punta de roca sigue impasible los caminos de la naturaleza y la historia, sin más dueño que el viento que pasa a través de su enorme oquedad y los ojos de los visitantes que desde arriba lo admiran mientras admiran la puesta del sol con una bebida entre sus manos.


A lo mejor la mayoría de ellos no saben que ese agujero que tanto atrae, fue cobijo durante siglos, del águila pescadora mallorquina, y que aún hoy puede verse el lugar exacto donde construía su nido.
Seguro que no.

Literatura y sueños
Al dejar atrás la costa oeste de Mallorca el paisaje cambia, las calas que hemos visitado dejan paso a extensiones de olivos centenarios, campos ordenados de color ocre oscuro, para llevarnos a pueblos tranquilos con casas de piedra dorada y jardines de naranjos y limoneros, como Valdemosa, un puñado de casonas en la pendiente de una colina donde se refugian los adinerados y afortunados mallorquines que viven en la costa y se retiran a descansar durante la estación más calurosa y llena de turistas.




Pero sobre todos ellos y sobre todas las cosas domina la Reial Cartoixa, el complejo monástico que debe más su fama a Chopin y su compañera George Sand, que pasaron aquí el invierno que partía el año 1838 al 39 que a los maravillosos frescos de Bayeu, el cuñado de Goya o a la antigua farmacia del siglo XVII, que conserva valiosos vidrios mallorquines y catalanes. Sería impensable no alzar la vista y gozar de su torre, cubierta de azulejos que destaca en el claro y limpio paisaje. Y no digamos el pecado que sería no pasear por las calles de la población, con sus breves plazas y callejuelas, sentarse en sus escaleras de piedra y fijar la atención en los pequeños detalles de una arquitectura popular realmente auténtica.





Es obligado rendir visita a rincones como la Iglesia de Sant Bartomeu, la Rectoría o la casa natal de la beata Santa Catalina Tomás, la santa "nacional" mallorquina.



Valldemosa evoca la imagen, siempre soñada, de un pequeño pueblo en un valle entre montañas.

Delicias mallorquinas
No hay nada mejor que tener una buena amiga y guía, para saber dónde ir a disfrutar la gastronomía de un lugar. En este caso, mi querida Beatriz nos metió de lleno en el sabor de una de las mejores pastelerías de Mallorca.



Desde 1920 lleva el aroma de Ca'n Molina paseándose por las calles de Valldemosa, y siendo uno de los mejores embajadores del sabor mallorquín para todos sus visitantes. Su emblema y mejor tarjeta de presentación es sin duda la Coca de patata, la delicia de la que tanto se honra ( y con razón ) la preciosa y coqueta Valldemossa. Sabrosa, tierna y llena de contrastes, es sin duda la auténtica estrella de este horno que además nos ofrece otras deliciosas muestras de la afamada repostería mallorquina, como las cocas de anís, los mantecados, el delicioso gató de almendra o de avellana, los tradicionales robiols y empanadas de carne dulces, buñuelos, biscuit, tartas variadas, cuartos, ensaimadas y otras variedades de coca de patata (sobre todo de pimientos rojos y sobrasada ).



Todo ello hecho artesanalmente en un horno moruno que se ha mantenido desde la primera generación, en el que se cuece el pan y todas las recetas de la casa, impregnándolas de ese misterioso toque que solo un buen fuego de leña puede darle a todas y cada una de las especialidades.

Lugar de obligada visita para luego, con el recuerdo de sus sabores empezar a recorrer la maravillosa y dulce Valldemossa.
Una visita con penitencia
Subir al cementerio de Deiá se ha convertido en uno de las obligadas visitas cuando llegamos al tranquilo y precioso pueblo mallorquín. Y como veremos luego, vale la pena.




Pero no es fácil ni monótona la subida hasta él, ya que una empinada y empedrada callejuela, bordeada de cipreses, pequeñas huertas y alguna que otra casa, es el único camino para poder disfrutar del enclave.

La pendiente no es difícil, ni costosa, pero si eres cristiano practicante tienes un "plus" añadido, ya que en todo el camino debes parar 14 veces para rezar delante de cada una de las estaciones de un precioso Vía Crucis hecho en arcilla y azulejos.
Cada estación fue donada y es mantenida por una familia local desde el siglo XVIII, propietarios de "possessions", instituciones o particulares, como Fomento de Turismo de Mallorca.



Si no eres cristiano, el mero hecho de detenerte ante ellas, y observar la inocencia del trazo y la sencillez del conjunto, será suficiente para conmover tu alma, que al fin y al cabo es lo que se buscaba...¿o no?

                                                             El cementerio ilustre
Tras haber dejado atrás la empinada cuesta del Vía Crucis y llegar a la iglesia, lo que debe habernos costado, tan sólo un pequeño esfuerzo se convierte en una satisfacción.



Los muros del templo parecen guardar el secreto de este pequeño cementerio que alberga las tumbas de personajes ilustres que habitaron el municipio, como Antoni Gelabert o Antoni Ribas, entre la sangre real de los Lorena.



Pero sin duda, este enclave que tiene una de las más maravillosas vistas de Mallorca, atrae a amantes de la literatura de todo el planeta para ver el lugar de descanso de uno de sus grandes, el poeta y escritor Robert Graves. Enterrado en 1985 en su adorada Deiá, donde vivió desde 1946, la tumba apenas si mide lo que un cuerpo humano, y sobre ella, alguien escribió sobre el cemento fresco el nombre del genial Graves y debajo su oficio, poeta.

Aparte de la visita a este más que ilustre habitante del antiguo camposanto, que data del siglo XVII, recomiendo sentarse en el murete que acoge varias lápidas y tumbas que hacen marco al mar y disfrutar de una tranquila panorámica de la isla y del Mediterráneo que seguro que no dejarán a nadie indiferente.

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