Continuamos conociendo la belleza de los monasterios ortodoxos rumanos visitando la iglesia de San Jorge en Voronet, enclavada en un inmenso bosque de abetos.
Según cuenta la leyenda, Esteban el Grande la levantó en tan sólo tres meses, tres semanas y tres días, como agradecimiento a Dios por su victoria contra los turcos en 1486, y la dedicó a San Jorge, a quien se había encomendado para conseguir la victoria sobre los otomanos.
En esta ocasión fueron los propios monjes que habitaban el complejo los que decoraron con frescos el interior y exterior del templo, usando a mansalva el lapislázuli. Desgraciadamente tan sólo las que corresponden a la cara sur y este se encuentran en perfecto estado, los otros dos lados están muy dañados.
De todos ellos destacan el que muestra el Árbol de Jesé con las escenas de la vida de San Nicolás y San Juan, el Juicio Final en el pórtico (donde los ángeles tocan el bucium, instrumento de los pastores rumanos), las luchas de ángeles y demonios, un río de fuego y lava que se lleva a los pecadores al inframundo (entre ellos reyes, papas, judíos, turcos y tártaros) y una imagen exquisita de San Pedro abriendo las puertas del cielo a los elegidos, representados como niños pequeños a los que llevan en brazos los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.
El siguiente monasterio no será tan llamativo, ni tan profuso en frescos ni antigüedad. Nos desplazamos ahora al monasterio de Agapia.
Casi un pueblo en sí mismo, ya que como en muchos monasterios
europeos la población fue asentándose en los alrededores de los cenobios para
protegerse tras sus muros en caso de ataque enemigo, hoy en día está habitado
por unas 400 monjas que se dedican (aparte de a sus devociones religiosas) a
las labores agrícolas y la confección artesanal de objetos religiosos, tejidos,
iconos y cerámicas que venden en la tienda del propio convento y exportan a
otros.
Y así llevan desde que se fundó a mediados del siglo XVII,
cuando apenas contaba con 20 monjas. Hoy sus cuatro centenas de religiosas lo
convierten en el segundo monasterio de Rumanía, por detrás del de Varatec
Atesora en su iglesia los famosos frescos pintados por
Nicolae Grigorescu entre 1958 y 1960, que son su mayor tesoro, aparte de otra
iglesia algo menos atractiva, las celdas monacales, la torre campanario que
marca la entrada, la enfermería de la Dormición de la Madre de Dios y unos preciosos y cuidados jardines.
Su nombre proviene del eremita Agapios quien tuvo su retiro
muy cerca del actual conjunto de edificios.
El monasterio también alberga una amplia colección de arte y
objetos litúrgicos, un almacén de libros antiguos y una biblioteca con más de
15.000 libros.
De camino a nuestro siguiente destino, hicimos una pequeña
parada en la central hidroeléctrica Bicaz-Stejaru , en el río Bistriţa , cerca
de Bicaz .
La gigantesca presa que pudimos admirar se construyó en la década
de 1950, y forma parte de un complejo que incluye también un embalse y una
central hidroeléctrica.
Desde la carretera sólo puede visitarse la presa de hormigón
armado que mide nada menos que 127 metros de altura y se encarga de contener
las aguas del lago Bicaz.
Por su tamaño se considera el lago artificial más grande de
Rumanía y atrae a pescadores, turistas que buscan el descanso en las casitas
que lo rodean y por supuesto alimenta la planta de energía, aparte de controlar
las posibles inundaciones.
Las Gargantas de Bicaz.
De manera sorprendente pasamos de las llanuras y colinas a
internarnos en las montañas en un abrir y cerrar de ojos y de la manera más
abrupta.
Sin darnos cuenta nos encontramos encajonados entre paredes
verticales de más de 300
metros de altura que se van estrechando y abriendo según
su propio capricho mientras seguimos nuestro camino entre ellas.
Discurriendo paralelos a la carretera, los ríos Bicaz y
Bistrita enmarcan la vista del monte Ceahlau, que es objetivo y meta de la
mayor parte de las rutas y excursiones naturales de esta zona de Rumanía.
Nuestro
conductor detiene el autobús a un lado de la carretera, tras regalarnos
muestras de su pericia al volante sorteando peligrosas y cerradas curvas que
harían temblar al más experto de los conductores.
Bajamos
y recorremos apenas un pequeño trecho de la carretera, y cuando ya nos encontrábamos
embebidos en el espíritu de la Naturaleza, surgen a ambos lados de la carretera
tenderetes
donde nos venden desde pieles de animales, a cualquier tipo de atractivo
turístico del país (cerámica, objetos de madera, iconos, bordados y vinos)…Siempre
hay un momento para unas compras.
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