Recuerdos de la tierra prometida
A mitad aproximadamente de la preciosa calle de los Judíos, y tras pasar un pequeño patio con columnas, encontramos la más sencilla de las sinagogas que he podido ver a lo largo de mis viajes.
Una única habitación cuadrada, templo hebreo hasta 1492, cuando los Reyes Católicos decretaron la expulsión del pueblo judío, fue sede también de un hospital para hidrófobos (enfermos de rabia) y luego de la cofradía de zapateros de Córdoba.
Su importancia histórica y artística es, a pesar de su sencillez, incalculable, ya que forma junto con las dos de Toledo, el único trío de sinagogas que se conservan en España. Una gran desgracia que se hayan perdido las demás....
La riqueza de las yeserías mudéjares, que decoran muros y balcones es de una elegancia y delicadeza únicas. Todo en honor del Dios de los hebreos. Como reza la inscripción, que curiosamente está escrita en árabe: " A Jehová todo reino y poderío".
Lógico es, por tanto, que su estilo sea mudéjar y que lo adorne un marco verde de jardines y aguas al más puro estilo árabe, combinado con los recios ángulos de las tres torres de simple y austera construcción, la del Río, la del Homenaje y la de los Leones.
Perdida ya su función defensiva y de residencia real, es en la actualidad casi museo arqueológico, con preciosas piezas de mosaico de origen romano y una joya en forma de sarcófago de mármol del siglo II.
Fue también residencia y prisión de otras personalidades que sin ser de la realeza fueron igual de importantes, como Boabdil el Chico, después de abandonar su trono de Granada, o Cristóbal Colón antes de partir al Nuevo Mundo.
Lo que no mucha gente sabe, es la parte más siniestra, ya que desde 1490 a 1821, estuvo aquí alojada la Santa Inquisición. Casi 400 años de juicios sin sentido, torturas y muerte.
Pero quedémonos con la parte más bella y artística del recinto, un infinito dédalo de pasillos, baños árabes en sus sótanos, vistas impresionantes desde sus torres y sobre todo la porción de historia que atesora entre sus paredes. Y un último guiño a la historia desconocida: una reina aborigen de Gran Canaria fue "acogida" por la reina Isabel en el Alcázar, aquí dio a luz a una niña, y posteriormente volvió a su isla con su esposo, Fernando de Guanarteme....
Tendré que investigar sobre esta parte de la conquista...
Pero con el tiempo la utilidad fue vencida por la belleza, y la transformación fue como la del cisne, igual de elegante y sorprendente.
Así que lo mejor es recorrer con calma el recinto, empezando por su terraza superior, donde hay un enorme eucalipto centenario y desde donde obtenemos una visión muy completa del conjunto. Vemos brillar el agua, que reina sobre todo el espacio desde hace siglos, desde que los romanos la traían, gracias a los acueductos, recorriendo 19 kilómetros de distancia en una obra de ingeniería que hizo de Córdoba una de las ciudades mejor abastecidas de agua de todo el Imperio. Ahí es nada.
Y como no, homenajeados no pueden dejar de ser los más excelsos habitantes de la fortaleza, doña Isabel y don Fernando, Reyes de Castilla. Eso si, en época moderna, cuando el caudillo recurrió a la pasada gloria de España para reforzar la suya propia. Por ello en 1960 ordenó levantar un conjunto de tres esculturas que representan a los monarcas junto al descubridor Colón, tres iconos atemporales de la grandeza conquistadora española.
Después de disfrutar de los bancos de piedra a la sombra, del delicioso sonido de las fuentes y de los perfumes de setos y macizos de flores, nada mejor que volver al Alcázar por el Jardín Medio, conocido por el peor nombre de jardín de los Inquisidores, pero sin embargo el más diferente, ya que lo integra una serie de pequeñas albercas donde nadan percas enormes y brillantes, rodeadas de balaustradas que sombrean altos árboles y la proximidad de las torres y murallas de la fortaleza.
Una delicia, sin duda.
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