domingo, 10 de abril de 2022

Perú. La Tierra de los Incas.(X) Cusco(II)

 Veamos ahora otro de los grandes tesoros del Cusco, el Coricancha o Qurikancha, "El Templo de Oro".


Pero, un momento, lo que vemos es un templo cristiano...
La explicación es muy fácil. Del templo tan sólo quedan los cimientos, ya que sobre ellos, y para constatar la supremacía de la fe cristiana, se levantó el convento de Santo Domingo, aunque quizá fuera también para aprovechar los recios y bien construidos muros del mismo.


Como ya he he apuntado, el nombre significa "Templo Dorado" y fue el centro político y religioso del Tahuantinsuyo, donde los incas adoraban a Inti, el dios Sol.
No se sabe a ciencia cierta el nombre o nombres de los gobernantes incas que mandaron a construir el lugar, ya que al parecer los cimientos del edificio datan de un periodo anterior a los incas, aunque hay quien se aventura a concluir, que fue Pachacutec, el que a modo de agradecimiento tras su victoria sobre los chanchas en 1438, dio orden de levantar este lugar de culto exclusivo para el dios Inti.

Otros historiadores apuntan que en época de Manco Cápac, el templo se denominaba ya Inticancha, para luego crecer en dimensiones e importancia y tomar el nombre de Coricancha.

Como hemos ido viendo a lo largo del viaje, los templos y construcciones de gran importancia se levantaron con piedras labradas de gran tamaño, encajadas unas con otras con una gran precisión, y presentando gran cantidad de ángulos y detalles.



Aunque contaba con un enorme número de habitaciones, no era fácil entrar al templo, ya que sólo podían acceder al interior las personalidades más importantes, mientras que el pueblo llano se tenía que conformar con hacer sus ofrendas en las inmediaciones del Coricancha y las tribus vencidas en los jardines que hoy vemos desde lo alto.



El templo también servía de observatorio astronómico y como lugar de ritos y ceremonias donde se ofrecía comida y bebida a los antepasados, representados por momias sentadas en tronos de oro, engalanadas y vestidas de la manera más lujosa.


Basándose en las fuentes escritas y en algún espacio conservado, los investigadores se aventuran a pensar que el templo estuvo cubierto del más fino oro, concretamente setecientas láminas de dos kilos cada una, adornadas con esmeraldas y turquesas, y del mismo material eran las figuras de las deidades y las representaciones sagradas de elementos de la flora y fauna del Imperio Inca.

Pero la ostentación y el oro, desaparecieron con la llegada de los españoles en 1533. Juan, hermano de Francisco Pizarro, recibió el templo dentro de su lote de tierras y en un acto de piedad lo donó a los monjes dominicos, tras despojarlo primero de sus riquezas y arrasarlo casi hasta los cimientos.


Un siglo aproximadamente tardó en construirse el convento de Santo Domingo en estilo barroco. Lo curioso es que el templo sufrió graves daños con los terremotos de 1650 y 1950, mientras que las ruinas y cimientos incas se mantuvieron indemnes.


Es interesante la iglesia, pero sobre todo el claustro de dos plantas, la primera del siglo XVI y la segunda del XVII, con lienzos de la Escuela Cusqueña sobre la vida de San Vicente Ferrer y Santo Domingo de Guzmán.



A tan sólo 4 kilómetros del centro de la ciudad del Cusco, encontramos Qenqo, un complejo religioso bautizado así por los españoles por la palabra quechua para "laberinto", ya que bajo su suelo se encontró una intrincada red de pasadizos subterráneos.

Se invocaba y adoraba aquí a Kaypacha, la serpiente que dio origen a la vida. Entre sus construcciones destaca un anfiteatro de unos 55 metros de diámetro donde se celebraban ceremonias públicas.

Bajo el terreno y las grandes rocas se han encontrado multitud de salas y habitaciones, e incluso un lugar destinado a sacrificios humanos o "capacocha".


También tenía un astronómica, ya que permitía la observación de las estrellas en el Valle del Cusco, aunque hoy la mayoría de los visitantes prefieren ver el sitio como un mirador de la ciudad.




Nos alejamos un poco más de Cusco, por la misma carretera para llegar a Tambomachay, un lugar de gran relevancia en el periodo de gobierno inca.

Tambomachay, a unos 3.700 metros de altitud, y localizado en las faldas de una montaña, disponía de abundante fauna como la vicuña o el guanaco, a los que daba caza el inca Túpac Yupanqui.


Pero el lugar es más conocido por ser una muestra viva de la habilidad de los incas en la conducción del agua, ya que está estructurado para llevarla a través de canales a varios lugares, entre ellos al conocido como "Baño del Inca" o "Baños de la Ñusta".


La obsesión por la ingeniería hidráulica de los incas tiene un origen sagrado, ya que para ellos era fuente de vida, y simbolizaba lo masculino frente a lo femenino de la tierra o pachamama. El resultado de la unión de ambos fertilizaba los campos y daba excelentes cosechas.
Destacan también cuatro muros, uno de ellos con hornacinas de dos metros de alto, que debido a sus dimensiones pueden haber servido de defensa contra cualquier posible enemigo.



La última visita del día es Puca Pucara, considerada por su posición estratégica una fortaleza, aunque esta función no está muy clara.

Quizá la idea haya surgido de su nombre en quechua, que significa "fortaleza roja", debido al color de su piedra caliza al atardecer.

Una teoría dice que el lugar serviría como campamento permanente para la guardia y ejército personal del inca, que permanecía aquí mientras el soberano pasaba sus jornadas sagradas en Tambomachay, donde no se permitía la entrada de armas.


Un demostración de su importancia es el hecho de que era atravesada por uno de los Qhapac Ñan, la red de caminos que unían los principales puntos del imperio inca.


Por ello, Puca Pucara sirvió de Tambo. es decir, de almacén de avituallamiento de los chasquis o mensajeros que recorrían por turnos los intrincados caminos del imperio llevando mensajes y documentos de vital importancia para el Imperio.


Bajo la superficie del recinto existen varios túneles o chincanas, que según la leyenda comunican con Tambomachay e incluso con el Coricancha de Cusco. Una leyenda urbana cuenta que en siglo pasado tres jóvenes entraron por uno de esos pasadizos y aparecieron bajo el altar de una iglesia, llevando consigo varias piezas incas de oro que habían encontrado dentro del túnel.




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