Antes de abordar la última visita en la ciudad, nos detuvimos a recuperar fuerzas, ya que la visita al mercado nos había abierto el apetito. Para ello nos acercamos a la Picantería La Dorita, al otro lado del río Chili.
Las picanterías surgieron en Arequipa de aquellas famosas chicherías, donde la gente se reunía para beber chicha de maíz y comer deliciosos platos picantes típicos de la región. Evolucionaron a la categoría de restaurantes Patrimonio de la Nación, ofreciendo una mayor y más abundante variedad de platos. Hoy en día pueden encontrarse incluso en la cosmopolita ciudad de Lima, pero los originales se encuentran en esta ciudad.
Sin duda, la más famosa es La Dorita que ofrece una casi ilimitada variedad de platos, como el cuy asado, que cuelga como reclamo de las paredes del local. Fue aquí donde me aficioné a una variedad de maíz que acompaña a la gran mayoría de los platos nacionales, la cancha serrana tostada.
Como platos principales saboreamos un rico chicharrón de chancho (cerdo)...
Y un rocoto relleno, una de las variedades de pimiento o ají más populares del Perú, relleno de carne y queso que se acompaña de un pastel de papa.
Una vez alimentado el cuerpo vamos a hacer lo mismo con el espíritu, visitando el plato fuerte de Arequipa, el Monasterio de Santa Catalina.
Este gigantesco espacio de 20.000 metros cuadrados ubicado a pocos pasos de la Plaza de Armas, hunde sus raíces en la mitad del siglo XVI, cuando las monjas venidas de España como parte de las órdenes religiosas que acompañaban a los conquistadores, solicitaron un lugar donde recluirse y seguir su labor espiritual.
Los habitantes de la ciudad, fundada apenas unas décadas antes, apoyan a las religiosas y se entrevistan con el virrey Francisco Toledo, que accede a la fundación de un convento bajo la advocación de Santa Catalina de Siena.
Los permisos reales ya estaban, pero faltaban los dineros. Pero he aquí que la piadosa Doña María de Guzmán, rica dama y viuda de Diego Hernández de Mendoza, al verse sola y sin hijos decide tomar los hábitos, y cede todas sus propiedades bienes a la orden, que con ello ve llegar a sus manos los recursos necesarios para la construcción del cenobio.
Por fin, el 10 de septiembre de 1579 se declara fundado oficialmente el monasterio, y Doña Ana es nombrada Priora aún sin haber tomado el hábito. Es el poder del dinero...No será hasta octubre de 1580, que la fundadora será consagrada formalmente como monja.
De inmediato le siguen las hijas de las familias más ricas y poderosas de la ciudad, la mayoría criollas, ya que habían nacido en el Perú de padres españoles. Se hacían acompañar de una generosa dote que iba haciendo crecer el tamaño y la capacidad del convento.
Pero esas donaciones no eran a cambio de nada. Cada una de estas "monjas ricas" tendría su propia celda, con todas las comodidades, y estarían acompañadas de sus esclavos y servidumbre, para que pudieran dedicarse plenamente al desarrollo espiritual sin tener que perder tiempo en tareas materiales.
Pero no todas las mujeres que entraban iban a formar parte de la Orden. La congregación también vería sumarse a damas de la ciudad que ingresaban para ejercitar sus virtudes y reforzar su vida piadosa, sin tomar los hábitos.
Un tercer grupo lo constituyó el de las llamadas "monjas pobres", que sin aportar riquezas eran aceptadas en la clausura, aunque sin los privilegios de las "ricas"
Quiso el destino que uno de los más fuertes terremotos que iban a afectar a la zona volcánica en la que se fundó la ciudad, el de 1582, dañara gravemente el monasterio. La ciudad se volcó en reconstruir sus edificios y calles, y tuvieron que ser las propias monjas las que repararan y reconstruyeran su ciudadela.
Nuevamente requirieron del sillar, la piedra volcánica extraída del Misti y del Chachani y que da su color característico a las construcciones de la ciudad para volver a dar forma al monasterio que fusionó elementos españoles y nativos.
El monasterio, tal y como lo podemos disfrutar hoy, es fruto de los continuos terremotos que sufrió la ciudad, es decir un conjunto de pequeños apartamentos donde vivían las monjas cuyas familias disponían de mayor solvencia económica, y son un hermoso muestrario de la arquitectura colonial de Arequipa.
En sus mejores momentos, el centro religioso tuvo tanto poder y riqueza que fue capaz de otorgar préstamos a la población de Arequipa, lo que le permitió aumentar sus ganancias gracias a los beneficios obtenidos. Tan sólo hay que pensar que fue en este tiempo cuando llegó a tener hasta 300 monjas que aportaban su dote y donativos familiares en un momento en que el oro y la plata fluía holgadamente entre las manos de las mejores familias de la nueva nación.
Hoy en día, al margen de las ayudas que proporciona el gobierno, Santa Catalina sobrevive gracias a los ingresos que proporciona el turismo, que se siente atraído por la historia del lugar y la belleza de unas construcciones que combinan los estilos barroco, neoclásico y colonial.
Hoy en día, las pocas monjas que restan habitan nuevos edificios destinados exclusivamente para ellas, quedando el resto del complejo para el turismo.
Antes de abandonar el complejo, disfrutamos de la enorme colección de pintura virreinal, que antes de las recientes restauraciones se encontraba dispersa por todo el complejo, y que ahora se reúne en una sola sala.
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