Con total seguridad, Guatemala ha sido una de las mayores y más agradables sorpresas de todos mis viajes. Casi desconocida para mí, saltó a mi cabeza por casualidad cuando elegía candidatos para mis viajes del año. Poco a poco atrapó mi curiosidad hasta convertirse en mi destino prioritario.
Muy eclipsada por su vecino del norte, México, parece en principio una buena copia del país azteca, pero nada más lejos de la realidad.
Guatemala tiene una personalidad arrolladora, unos paisajes que alimentan los sentidos, una historia apasionante, monumentos y restos arqueológicos de una belleza inigualable, una naturaleza sorprendente y su valor mas precioso, el encanto y amabilidad de su gente.
Todo esto sólo se puede descubrir si nos acercamos a ella con el corazón lleno de curiosidad y ansias de aprender, de disfrutar todo lo que esta tierra de Centroamérica tiene para ofrecernos.
Pero no quiero dilatar más mis ganas de contarles y enseñarles las miles de maravillas que nos regala Guatemala.
Y empezamos, como no, por su capital, Ciudad de Guatemala.
La toma de contacto debe empezar, sin duda acercándonos a la Plaza Berlín, puesto que desde su mirador podemos hacernos una idea de la extensión de la urbe y disfrutar de un paisaje donde gobiernan los volcanes.
La construcción de este espacio surgió con la idea de dotar a la ciudad de un mirador desde donde contemplar la ciudad con una perspectiva única. Para ello, la municipalidad de Guatemala y la Embajada de Alemania unieron sus fuerzas y en poco tiempo la Plaza Berlín tomó forma.
Precediendo a la enorme plataforma de observación desde donde vemos parte de la ciudad rodeada de los volcanes de Agua, Pacaya y Fuego, se levantó un mural llamado "Berlín dividido", y ante él una fuente cuyo suelo está elaborado con hermosos mosaicos de colores traídos de Venecia.
Como complemento, y para reforzar la idea libertad y cambio, Alemania envió varias piezas originales del Muro de Berlín que cayó en 1990.
Después de esta introducción, nos dirigimos al centro de la ciudad para conocer su antigua Plaza de Armas, que hoy se conoce como Plaza de la Constitución.
De los edificios que la rodean destacamos dos:
Por un lado el magnífico Palacio Nacional de la Cultura, que aunque parezca más antiguo empezó a construirse en 1929 y se inauguró en 1943. Sede del gobierno durante algunas décadas, hoy guarda preciosos tesoros como unas magníficas vidrieras que hablan de las virtudes que debe tener un gobierno, como el progreso, la paz o la honestidad y unos murales que representan el choque cultural de los dos mundos, con imágenes del Popol Vuh y de Don Quijote de la Mancha.
Como curiosidades de este magnífico ejemplo de la mezcla de estilos colonial y neoclásico, decir que fue el primer edificio de gobierno con un sistema antisísmico y que los habitantes de la ciudad lo conocen como el "Guacamolón", por el color aguacate que reviste sus paredes.
A nuestra izquierda encontramos el Parque Centenario, lugar de esparcimiento que se construyó tras derribar en 1926 el antiguo Palacio de Gobierno donde se firmó el Acta de Independencia de 1821. Durante mucho tiempo los ciudadanos lo conocían como "El Peladero", ya que era aquí donde tenían lugar pequeñas tertulias que trataban sobre todo de política nacional.
Frente a él, el que es sin duda el edificio más querido por su fuerte carga religiosa, la Catedral Metropolitana de Santiago de Guatemala.
Construida en el estilo neoclásico en el entonces llamado Valle de la Ermita, la Catedral de Santiago de Guatemala comenzó a levantarse el día en que se conmemora el santo en 1782, consagrándose en marzo de 1815.
Al entrar en el atrio o patio que la antecede, llama la atención ( por indicación de nuestro guía), 12 columnas totalmente cubiertas con placas de mármol. Sobre ellas vemos escritos miles de nombres que recuerdan a otros tantos hombres, mujeres y niños que fueron ejecutados, masacrados y torturados durante el conflicto armado interno que desde 1936 a 1996 azotó el país. Se necesitarían 4 veces este número de columnas para escribir sobre ellas el nombre de los que aún siguen desaparecidos.
Tierra de volcanes, Ciudad de Guatemala ha sufrido devastadores terremotos, como el de 1917 y 1918, tras los que la Catedral tuvo que ser reconstruida, al desplomarse la cúpula, las torres y resultar gravemente dañados varios altares y la portada.
La riqueza de su interior es innegable, aunque no nos cuesta imaginar cómo sería antes de los seísmos, decorada con magníficos altares y retablos.
Objeto de enorme devoción en la ciudad es la imagen del Nazareno Justo Juez, tallada en 1909 por Narciso Castillo.
De igual manera, no podía faltar una reproducción del venerado Cristo de Esquipulas,
del que la leyenda cuenta que fue creado en el siglo XVI dándole el mismo color de piel que el de los habitantes de ésta ciudad del sur de Guatemala, leyenda que cayó al comprobar, tras una restauración que dicho tono oscuro era debido a la exposición del humo de las velas que ante Él encendían sus penitentes y devotos.
Si seguimos hablando de devoción religiosa, no puede faltar en nuestro recorrido por Ciudad de Guatemala la iglesia Yurrita, un templo católico construido entre 1927 y 1941.
Fue Felipe Yurrita, un español cafetero quien viendo que sus plantaciones iban a ser arrasadas por la lava del volcán de Santa María en 1902, construyó, con sacos de café un pequeño altar a la Virgen de las Angustias. Postrado ante ella hizo la promesa de que si sus cafetales no sufrían daño levantaría un templo en honor a la Virgen.
Fue así, como concedido el favor, comenzó la construcción del templo que en estilo barroco mixto vemos levantarse en un claro contraste con la modernidad de los edificios de la metrópoli guatemalteca.
Destaca su alta torre neogótica de 25 metros de altura en cuya cúspide se encuentra una cruz que se encuentra torcida como consecuencia del terremoto de 1976.
Nos vamos de Ciudad de Guatemala saliendo por una de sus arterias principales, la Séptima Avenida. Aquí se levanta desde 2010 el conocido como Obelisco de la República, un enorme obelisco de casi 18 metros de altura de acero inoxidable soportado por tres figuras de bronce que simbolizan la razón, la dignidad y la justicia. Max Leiva, su autor, quiso ensalzar con él la luz y el espíritu del pueblo de Guatemala.
Nuestro primer contacto con la cultura maya del país se encuentra a unos 90 kilómetros de Ciudad de Guatemala.
Iximché, fundada por los kaqchikeles, fue la última capital maya. Su nombre proviene de los términos "ixim" que es maíz y "chée" que es árbol. No hace referencia a la planta de la mazorca, sino al ramón, un árbol cuyo fruto es comestible y posee unas propiedades nutricionales de gran valor.
De lo que en sus tiempos fue una floreciente ciudad, tan sólo se ha sacado a la luz una pequeña parte que nos muestra varios palacios, plazas y un magnífico juego de pelota que nos dan una idea del poderío de esta antigua ciudad.
Desgraciadamente muchas de las estructuras desaparecieron para siempre con la llegada de los conquistadores, ya que fueron utilizadas para levantar los primeros edificios de la cercana ciudad de Tecpán.
Son 15,570m² de superficie lo que ocupa, en teoría, la ciudad de Iximché, que se empezó a construir en 1250 y se abandonó en 1524. Digo en teoría porque se supone que consta de unas 170 estructuras, pero es prácticamente imposible saber si el número puede ser bastante mayor.
Sus ingenieros y arquitectos supieron perfectamente cómo mantener la ciudad segura y bien defendida del resto de pueblos mayas, ya que la situaron en el extremo del monte Ratzamut, rodeada casi por completo de profundos y escarpados barrancos. La parte que podía ser accesible por tierra se cerró con un foso y unas enormes puertas que impedían la entrada a la ciudad.
El yacimiento cuenta con dos plazas que tienen uno o dos templos importantes, más varias estructuras de uso ceremonial. Los mayas se preocuparon de construir los edificios de uso administrativo y religioso en buena piedra, mientras que los edificios civiles y las viviendas se construían en madera y adobe, por lo que solían ser pasto del fuego como en el incendio de 1513.
Vamos recorriendo otros lugares de Iximché y a nuestro paso surgen otras seis plazas donde residían los dignatarios y nobles, salpicadas de altares, templos piramidales y plataformas para uso civil.
Las excavaciones han sacado a la luz gran cantidad de cerámica, obsidiana y piedras de moler cereal que contribuyen en gran medida a conocer más sobre la vida diaria de los habitantes de la ciudad antes de la llegada de los conquistadores.
El Kaqchikuel era un pueblo eminentemente guerrero, y sus victorias fueron incontables, así como su ansia de conquista de los territorios que rodeaban sus ciudades, y si no hubieran aparecido los españoles en el siglo XVI, sus posesiones se extenderían a territorios mucho más amplios.
Exactamente el día 12 de abril de 1524, los castellanos, al mando de Alvarado entraron a la ciudad, siendo recibidos por los mandatarios de la urbe maya de modo pacífico, por parte de ambos bandos.
Pero pronto la actitud de los conquistadores cambió, tratando a los Kacqchikeles como siervos, lo que hizo que estos últimos se rebelasen y abandonaran la ciudad. Los españoles prendieron fuego a la ciudad en 1526 y siguieron camino a Quetzaltenango.
Quedó la ciudad dormida y abandonada a su suerte hasta el siglo XVII, cuando varias expediciones españolas pasaron por ella, y aún en ruinas dieron cuenta en sus escritos del esplendor de la ciudad de Iximché.
La estancia de los españoles desde 1524 a 1526, hace que Iximché sea considerada por los estudiosos como la primera capital oficial del nuevo reino de Guatemala.
Antes de dejar el yacimiento nos acercamos a un extremo apartado para vivir uno de los momentos más mágicos de nuestra visita.
Con la intención de observar los ritos mayas que aún se practican en la actual Guatemala, caminamos hasta un altar donde los guías espirituales mayas ( ni chamanes, ni brujos, ni hechiceros, no usar estas denominaciones al hablar de ellos) realizan ofrendas, y mantienen viva la llama de la antigua religión de sus antepasados.
Nuestro guía nos contaba detalles fascinantes de estas costumbres ancestrales, y en el momento de hablar de los nahuales, una guía espiritual se acercó a nosotros y se ofreció a decirnos cuál era el nuestro.
El nahual, de acuerdo con la mitología y la creencia maya es el espíritu animal que nos acompaña desde el momento en que llegamos al mundo, para protegernos, guardarnos y aconsejarnos. El mío resultó ser el pájaro carpintero, y no se si por casualidad o por auténtica protección, que no pasó un día, a partir de ese, en el que no viera un pájaro carpintero mirándome desde las alturas de un árbol o un tejado. Muy, muy extraño, pero mágico hasta el límite.
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