jueves, 6 de noviembre de 2014

Islandia, corazón de hielo y fuego (VI)

La vida dura
Ya comenté en el anterior capítulo, que de todos los hoteles en los que nos hospedamos en Islandia, el más espectacular, elegante y satisfactorio, fue sin duda el Fosshotel Eastfjords. Y esto viene a colación, porque después de desayunar, la recepcionista nos ofreció amablemente, visitar el Museo que el mismo hotel tiene junto a la recepción y en su piso inmediatamente inferior.




Al estar alojados en el hotel, la entrada era gratuita, así que decidimos invertir media hora en conocer un poco más de la historia de Islandia mientras hacíamos la digestión del opíparo desayuno.

El museo empieza por contarnos la historia del Hospital Francés que albergó el edificio antes de ser abandonado y posteriormente restaurado para convertirse en el hotel que es hoy.





Instrumentos de cura y quirófano, la recreación de una sala de espera y una habitación con un enfermo y una monja que lo cuida, mobiliario de la época, cartas de navegación y maquetas de barcos de vela..





La zona fue una de las más importantes y activas en cuanto a puertos de pesca y de comercio, por lo que el hospital, se creó en principio para atender a los marineros y pescadores franceses que se encontraban faenando por la zona y de una manera u otra necesitaban de atención médica. Y eso nos lleva al piso inferior.
Una recreación fidedigna y realmente estremecedora y emocionante, nos mete directamente en lo que serían las bodegas de uno de esos barcos de pescadores que durante décadas surcaron los fríos e inhóspitos mares del norte.




Literas minúsculas donde apenas cabía un hombre llenas de sus pertenencias, imágenes de vírgenes y santos o de fotos familiares, una pequeña cocina, maniquíes que parecen cobrar vida a nuestro paso...Todo parece tan real que durante la visita no puedes evitar ponerte en la piel de todos aquellos pobres marineros que pasaban meses alejados de sus familias, pasando frío y hambre, expuestos a la furia de los elementos, resignados por no tener más opciones que esa para alimentar a sus hijos.



La verdad es que se sale del museo con un regusto agridulce, con una pena pegada al corazón, pero al mismo tiempo sabiendo más sobre esa parte de la historia de Islandia que permanece oculta para muchos.
Donde la tierra está viva
Maloliente, árida, desértica pero con un atractivo innegable, Hverir con sus charcas de barro ardiente, fumarolas, pozos de perforación y una inagotable cantidad de depósitos de azufre más parece la pesadilla daliniana de un pintor que hubiese mezclado todos los colores en su paleta que lo que podríamos llamar un paisaje al uso.



Desde lejos nos llama la atención la gran zona que parece hervir desde el núcleo terrestre y que expulsa sin parar grandes cantidades de azufre, yeso y sílice, como si vomitara un almuerzo demasiado pesado. Aparcamos el coche y tras pasar unos momentos disfrutando del conjunto de este paisaje que se nos antoja marciano, decidimos pasearlo, eso sí, sin salirnos de los senderos marcados, porque según nos advierten hay peligro de que por la delgadez de la corteza terrestre el suelo pueda ceder bajo nuestro peso, y hundirnos en las grandes y desconocidas fosas telúricas...



La verdad es que la experiencia es única, sobre todo estar tan cerca de la sangre de la Tierra, aunque el olor sea realmente nauseabundo. Aunque como sabemos que es del azufre, intentamos no darle mayor importancia.












Pasamos un buen rato observando como nuestro planeta respira. Inspiración, expiración, inspiración, expiración...ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor, el pulso de la Tierra parece poderse medir en este mágico, colorido y espectacular paisaje del norte de Islandia.
La montaña que hierve
Infinidad de vaporosos respiraderos, cráteres, lagos de un azul imposible y un paisaje distinto y sobrecogedor nos reciben en Krafla.
La zona recibe el nombre por el volcán de 818 metros de altura que domina el paisaje, y al que se accede por una cómoda carretera que nos deja en la misma cumbre, donde soplan vientos helados que azotan nuestra cara y nos hacen tomar un par de fotos a toda velocidad para meternos de nuevo en el coche. Aún así vale la pena subir hasta arriba para admirar el volcán lleno de un agua de color turquesa que contrasta con las paredes de infinidad de tonos de ocre.


Más abajo, y aunque sólo es visitable en parte, merece un recorrido a velocidad de tortuga con nuestro coche, la futurista y casi lunática Central Geotérmica, que desde 1973 extrae energía del subsuelo del campo de Krafla y se dedica a la investigación puntera de la energía de los volcanes.








El lago de los dioses
Azotado por violentos ciclos de actividad volcánica, que desde hace 10.000 años le dieron formas casi imposibles, subieron y bajaron placas, crearon montañas cuya cima es extrañamente planas, o crearon volcanes como el Ketildyngja o el clásico Hverfell, cuyas lavas dieron la forma definitiva al paisaje que forma la zona, el Lago Mývatn es, sin duda, uno de los paisajes mas austeramente hermosos de Islandia.
Gracias a una carretera de unos 36 kilómetros que lo rodea, desde nuestro vehículo podremos disfrutar de una amalgama de resoplantes pozas de barro, retorcidas formaciones de lava, humeantes fumarolas y cráteres volcánicos que al romperse forman cuevas poco profundas pero de un magnetismo único.




La unión del agua y la tierra ha creado llanuras pantanosas repletas de aves que han encontrado aquí su hábitat ideal, formaciones de lava que asemejan castillos derruidos, fisuras llenas de agua que alcanzan los 45º y donde algunos intrépidos llegan a bañarse sin temor a escaldar sus pieles, tonos de verdes imposibles y aguas negras o transparentes...



Toda la potencia de la Naturaleza concentrada en un sólo lugar. Aunque dicen que quienes realmente crearon el lago fueron los dioses, y así lo parece.

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