viernes, 5 de agosto de 2016

La Costa Azul (V). Marsella


Marsella, al igual que Nápoles son, en mi opinión, las dos grandes incomprendidas del Mediterráneo, sobre todo para los cruceristas que en el caso de la ciudad italiana la usan como puerto base para visitar Pompeya y en el de Marsella para acercarse a otros imanes turísticos como Aix-en-Provence o Avignon.
Y es una pena, porque esta ciudad, fundada por los Foceos en el año 600 antes de Cristo tiene historia para dar y regalar. No en vano se la considera como la ciudad más antigua de Francia. No es de extrañar, ya que por sus tierras y aguas han pasado griegos, romanos, caballeros cruzados, comerciantes árabes y fenicios que han influido de tal manera en su cultura, economía y personalidad, que es difícil encontrar otra ciudad mediterránea que sea tan cosmopolita como ella.
Si aún habiendo dicho esto, tan sólo queremos pasar unas horas antes de seguir nuestro camino, hay varios puntos imprescindibles que debemos visitar si queremos llevarnos al menos unas gotas de su esencia.
Debemos empezar, por supuesto, andando unos cientos de metros por su casco antiguo, que desemboca, como es natural en el Puerto Viejo. El barrio de Panier es el más antiguo de la ciudad, ya que fue aquí donde se fundó Massalia y lugar en el que hasta la expansión del siglo XVII se concentraba el núcleo de la entonces pequeña urbe.

En el centro del Puerto viejo arranca la arteria principal del casco histórico, la Canebière, comercial y elegante, y cuyo nombre proviene de los cordeleros que se agrupaban aquí en época medieval.
En esta calle y en las que la rodean encontramos pequeños y grandes comercios, como las famosas Galerías Lafayette.

Volvemos al Puerto Viejo, desde donde parten numerosos ferries que nos llevan a lugares con tanto encanto como las islas Frioul donde se ubica el famoso castillo de If, lugar de prisión del Conde de Montecristo, aquel legendario personaje de ficción creado por Alejandro Dumas.

Continuamos por el paseo del muelle y llegamos a la Abadía de San Victor, único vestigio de un cenobio que fundó en el siglo V San Casiano sobre la tumba de los mártires de Marsella para venerar a San Lázaro y Santa María Magdalena. Entre los tesoros que guarda hay gran variedad de sarcófagos antiguos, paganos y cristianos, que incluyen el del santo fundador. Tras varios siglos de existencia, la pequeña comunidad creció y se enriqueció de tal manera que hubo que fortificar el recinto hasta convertirlo en la fortaleza que vemos ahora.

La siguiente visita es la más indispensable de todas, Notre- Dame de la Garde o "La Bonne Mère", que vela por los pescadores, marineros y la ciudad en general.

Siempre fue, la colina de la Garde un puesto de observación de privilegio para Marsella, ya que en lo alto de sus 154 metros hubo desde tiempos inmemoriales puestos de centinelas y casas de posta. A partir de 1524 y temiendo el ataque de los ejércitos de Carlos V, el rey Francisco I ordenó levantar un castillo, que junto con el de If constituían dos puntos clave para la defensa de la ciudad, y es aquí donde nace el nombre de la colina, ya que Garde hace referencia a "guardia".

Junto al bastión de defensa, ya existían dos capillas donde acudían en peregrinación los marselleses. Llegó un momento en que la cantidad de fieles era tan abrumadora que en el siglo XIX, concretamente en 1853, se decidió levantar la basílica que hoy podemos disfrutar.


Once años más tarde ya se había finalizado el templo en un precioso estilo romano-bizantino, que se adornaba con cúpulas, piedras multicolores, oro y mosaicos, tal y como exigían los cánones estéticos de los proyectos llevados a cabo durante el reinado de Napoléon III.

Tal y como podemos apreciar desde fuera, el conjunto está formado por dos edificios: la iglesia baja, abovedada y con cripta y la alta que es el santuario de la Virgen María, donde acuden en masa los marselleses en su festividad del 15 de agosto. Un añadido posterior a su inauguración lo constituye la figura en pan de oro de la Virgen que se encuentra en la cúspide del campanario y que cada veinticinco años necesita medio kilo del valioso metal para restaurar el que se pierde por las inclemencias del tiempo.

Pero pasemos dentro y disfrutemos de la maravilla arquitectónica y decorativa del templo.

Más de 800 años de peregrinación a la colina se hacen piedra en sus 41 metros de altura y una enorme riqueza en detalles y tesoros, con gran profusión de mármol blanco de Carrara y rojo de Brignoles, junto con oro y mosaicos que reflejan el estilo bizantino.

Una de las características más llamativas de la basílica es la gran cantidad de exvotos que han dejado los peregrinos como agradecimiento tras alguna dificultad y los marineros que han sobrevivido a tormentas y ataques en alta mar.

Cuadros de buques, maquetas, poesías o pinturas que representan naufragios y accidentes aéreos, no sólo franceses sino de multitud de países del mundo cubren muchas paredes de la preciosa iglesia.



Saliendo del templo y para despedirnos de la ciudad nos detenemos unos minutos en contemplar las vistas desde la terraza que lo precede y que nos dan una idea de la inmensidad de la ciudad y sus alrededores. Una última curiosidad: hubo un tiempo, hace unas décadas, en el que los visitantes y peregrinos podían subir al campanario y usando una escalera interior llegaban hasta la cabeza de la virgen, desde donde veían, a través de los agujeros de sus ojos, una Marsella aún más impresionante y que crecía a toda prisa.


jueves, 4 de agosto de 2016

La Costa Azul (IV). Aix-en-Provence (I)

Ciudad del agua, del arte, encarnación tangible y perfecta del arte de vivir provenzal, hogar del Cézanne que supo reflejar en sus cuadros impresionistas una campiña llena de color y sosiego, Aix seduce a sus visitantes con sus paseos adornados con majestuosos plátanos de sombra, sus callejones bordeados de elegantes mansiones y sus hermosas plazas con elegantes fuentes que refrescan el aire en verano y alegran el ambiente de las terrazas de los cafés que las rodean.

Inevitablemente la ciudad debe conocerse paseándola, y así vamos a hacerlo.

Nuestro paseo comienza en la Plaza del General de Gaulle, que marca el inicio del famoso Cours Mirabeau y que nos regala la imagen de la elegante Fuente de la Rotonde.
Levantada en 1860, tiene un diámetro de 32 metros, una altura de 12 y está elegantemente adornada con leones, cisnes y delfines sobre los que cabalgan pequeños ángeles. Completan el conjunto tres esculturas que representan la Justicia, la Agricultura y las Bellas Artes. La fuente marca el límite entre el casco histórico y la ciudad nueva.

Volviendo al Cours Mirabeau, sobra decir que es la avenida mas elegante de la ciudad y que es el eje de la misma desde 1649, cuando sustituyó a una de las murallas defensivas de la ciudad. Nunca tuvo otra función que la de ser lugar de paseo y esparcimiento de los habitantes de Aix, que la conocían como la "Vía de las carrozas", ya que como en los "corsos" italianos era el lugar obligatorio de la nobleza para ver y ser vistos.

Si nos fijamos, al andar veremos por el suelo pequeñas placas de metal dorado con una gran C que forman un recorrido peatonal para disfrutar de los hitos de la vida de Cézanne, desde las escuelas a las que asistió a las casas donde residió o los lugares que plasmó en sus obras. De esta manera, los amantes del Impresionismo podrán visitar el taller del pintor, los paisajes del Terrain des Peintres, el Museo Granet o la finca familiar de Jas de Bouffan.

Nos dirigimos ahora a visitar la catedral de San Salvador, un edificio que combina tres estilos artísticos, el románico, el gótico y el barroco.
Si buceamos un poco en su historia veremos que esta amalgama es debida a que su construcción comenzó en el siglo V y terminó en el XVIII, o visto desde otra perspectiva, desde Constantino el Grande hasta Luis XIV.



Construida sobre el antiguo foro romano, y más concretamente donde se levantaba un templo al dios Apolo, ocupa el lugar de una modesta capilla que erigió San Maximino para honrar al Santo Salvador Jesucristo.
Como anécdota histórica, decir que durante la Revolución Francesa todas las estatuas de la fachada fueron destruidas, a excepción de la Virgen y San Miguel, y no serían reemplazadas hasta bien entrado el siglo XIX, ya que el edificio fue abandonado durante el periodo revolucionario hasta 1802, cuando se retomó el culto en su interior.
Y al interior pasamos, donde podemos destacar sobre todo su baptisterio, octogonal y rodeado por ocho columnas romanas.



Destaca también un interesante retablo en piedra, el de la familia Aygosi, que representa a San Marcelo, Santa Ana con la Virgen María que sostiene al niño Jesús y Santa Margarita de Antioquía que emerge de la espalda del dragón que la había devorado.




Construido en el siglo VI y una cúpula del XVI, cubre un pozo bautismal que se remonta a épocas merovingias, y bajo su suelo encontramos tumbas de canónigos y arzobispos. Como curiosidad, la pila a nivel de tierra se llenaba con agua caliente que procedía de unos cercanos baños romanos.

A su alrededor podemos observar restos de pinturas al fresco que pertenecen a anteriores épocas de la historia de la iglesia.


Finalizamos la visita en el pequeño claustro, elegante, tranquilo y recoleto, con delicadas representaciones de los Evangelistas, simbología animal, vegetal y un toque de fantasía y  leyenda que incluye dragones y otros seres mitológicos. Especialmente curiosa es una de las columnas que se muestra retorcida ante nuestros ojos.

Nos acercamos ahora al símbolo de la ciudad, la Torre del Reloj, que también se levantó sobre restos romanos y se completó en el siglo XVI. Lo más interesante es, sin duda, un precioso reloj astronómico que se adorna con cuatro estatuas de madera que simbolizan las cuatro estaciones. El edificio adyacente es el actual ayuntamiento de la ciudad.









En la plaza del ayuntamiento nos sentimos afortunados, ya que es día de mercado.




Quesos, embutidos. pescados y mariscos, setas, panes y dulces de la región, flores, miel, especialidades provenzales y miles de tentaciones gastronómicas se reparten por este espacio, que si bien es relativamente pequeño, resume perfectamente las delicias culinarias de la región de Provenza.