jueves, 4 de agosto de 2016

La Costa Azul (IV). Aix-en-Provence (I)

Ciudad del agua, del arte, encarnación tangible y perfecta del arte de vivir provenzal, hogar del Cézanne que supo reflejar en sus cuadros impresionistas una campiña llena de color y sosiego, Aix seduce a sus visitantes con sus paseos adornados con majestuosos plátanos de sombra, sus callejones bordeados de elegantes mansiones y sus hermosas plazas con elegantes fuentes que refrescan el aire en verano y alegran el ambiente de las terrazas de los cafés que las rodean.

Inevitablemente la ciudad debe conocerse paseándola, y así vamos a hacerlo.

Nuestro paseo comienza en la Plaza del General de Gaulle, que marca el inicio del famoso Cours Mirabeau y que nos regala la imagen de la elegante Fuente de la Rotonde.
Levantada en 1860, tiene un diámetro de 32 metros, una altura de 12 y está elegantemente adornada con leones, cisnes y delfines sobre los que cabalgan pequeños ángeles. Completan el conjunto tres esculturas que representan la Justicia, la Agricultura y las Bellas Artes. La fuente marca el límite entre el casco histórico y la ciudad nueva.

Volviendo al Cours Mirabeau, sobra decir que es la avenida mas elegante de la ciudad y que es el eje de la misma desde 1649, cuando sustituyó a una de las murallas defensivas de la ciudad. Nunca tuvo otra función que la de ser lugar de paseo y esparcimiento de los habitantes de Aix, que la conocían como la "Vía de las carrozas", ya que como en los "corsos" italianos era el lugar obligatorio de la nobleza para ver y ser vistos.

Si nos fijamos, al andar veremos por el suelo pequeñas placas de metal dorado con una gran C que forman un recorrido peatonal para disfrutar de los hitos de la vida de Cézanne, desde las escuelas a las que asistió a las casas donde residió o los lugares que plasmó en sus obras. De esta manera, los amantes del Impresionismo podrán visitar el taller del pintor, los paisajes del Terrain des Peintres, el Museo Granet o la finca familiar de Jas de Bouffan.

Nos dirigimos ahora a visitar la catedral de San Salvador, un edificio que combina tres estilos artísticos, el románico, el gótico y el barroco.
Si buceamos un poco en su historia veremos que esta amalgama es debida a que su construcción comenzó en el siglo V y terminó en el XVIII, o visto desde otra perspectiva, desde Constantino el Grande hasta Luis XIV.



Construida sobre el antiguo foro romano, y más concretamente donde se levantaba un templo al dios Apolo, ocupa el lugar de una modesta capilla que erigió San Maximino para honrar al Santo Salvador Jesucristo.
Como anécdota histórica, decir que durante la Revolución Francesa todas las estatuas de la fachada fueron destruidas, a excepción de la Virgen y San Miguel, y no serían reemplazadas hasta bien entrado el siglo XIX, ya que el edificio fue abandonado durante el periodo revolucionario hasta 1802, cuando se retomó el culto en su interior.
Y al interior pasamos, donde podemos destacar sobre todo su baptisterio, octogonal y rodeado por ocho columnas romanas.



Destaca también un interesante retablo en piedra, el de la familia Aygosi, que representa a San Marcelo, Santa Ana con la Virgen María que sostiene al niño Jesús y Santa Margarita de Antioquía que emerge de la espalda del dragón que la había devorado.




Construido en el siglo VI y una cúpula del XVI, cubre un pozo bautismal que se remonta a épocas merovingias, y bajo su suelo encontramos tumbas de canónigos y arzobispos. Como curiosidad, la pila a nivel de tierra se llenaba con agua caliente que procedía de unos cercanos baños romanos.

A su alrededor podemos observar restos de pinturas al fresco que pertenecen a anteriores épocas de la historia de la iglesia.


Finalizamos la visita en el pequeño claustro, elegante, tranquilo y recoleto, con delicadas representaciones de los Evangelistas, simbología animal, vegetal y un toque de fantasía y  leyenda que incluye dragones y otros seres mitológicos. Especialmente curiosa es una de las columnas que se muestra retorcida ante nuestros ojos.

Nos acercamos ahora al símbolo de la ciudad, la Torre del Reloj, que también se levantó sobre restos romanos y se completó en el siglo XVI. Lo más interesante es, sin duda, un precioso reloj astronómico que se adorna con cuatro estatuas de madera que simbolizan las cuatro estaciones. El edificio adyacente es el actual ayuntamiento de la ciudad.









En la plaza del ayuntamiento nos sentimos afortunados, ya que es día de mercado.




Quesos, embutidos. pescados y mariscos, setas, panes y dulces de la región, flores, miel, especialidades provenzales y miles de tentaciones gastronómicas se reparten por este espacio, que si bien es relativamente pequeño, resume perfectamente las delicias culinarias de la región de Provenza.


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