Escala en Mykonos
Cuando escribí este post, varios años atrás, se podía desembarcar en la isla de dos maneras distintas, y las dos tenían su atractivo. En ese momento, Mykonos poseía un puerto bastante pequeño, aunque con un proyecto inmediato de ampliación y renovación que lo ha hecho tres veces mayor. Ahora mismo tiene capacidad para un barco de cruceros de tamaño grande. Amarrar en el muelle tenía la desventaja de ver la ciudad desde lejos, pero lejos, teniendo que movernos en taxi o autobús.La segunda opción es la que viví en mi primera visita y me pareció más atractiva y cómoda. El barco amarra cerca de la costa y los tender nos llevan hasta el mismo muelle de pescadores de la capital. Mientras nos acercamos, vemos el precioso panorama de la ciudad y sus famosos molinos, sus playas y colores tan griegos.
Con un buen copiloto y un mapa en la mano nos ponemos en camino hacia el centro, con un objetivo, el monasterio de Agios. Mientras llegamos, podemos ir parando para ver distintas perspectivas de la isla, bastante árida y con muy poca vegetación. Una vez en el pueblo, aparcamos y nos dirigimos al monasterio, que nos parece mayor por fuera, pero que por dentro es precioso, pequeño pero con sensación de tranquilidad. Un pope custodia el templo y vende alguna que otra vela y estampitas de los iconos.
Salimos del templo y decidimos que, ante el calor que estábamos sufriendo debíamos darnos un bañito, y que mejor sitio que las playas de Kalafati. La particularidad de estas playas es que una es de viento fuerte y constante, mientras que la otra es de una calma chicha, estando separadas por sólo un par de metros.
Después del reparador baño en unas aguas limpias y transparentes, seguimos camino, y decidimos acercarnos a la famosa y animada playa Superparadise.
Este lugar, que por las mañanas es una playa preciosa y tranquila, con bastante gente- muy chic, elegante, a la moda y operadísima- se convierte por la tarde en una discoteca al aire libre donde los mejores djs pinchan lo más oído y bailado, aunque llegan momentos en que la cosa degenera un poco como hemos visto en televisión.Otro bañito, ver lo que se cuece y seguimos con el quad, ya de vuelta a la ciudad, pasando por una carretera que va pasando entre huertas, tuneras, corrales de cabras, iglesias blancas y azules, molinos de viento y un paisaje árido y bochornoso.
Llegamos a la ciudad, y tras devolver el vehículo caminamos por la preciosa y blanca capital, llena de restaurantes, tiendas de lujo y de souvenirs, bares, iglesias y galerías de arte, hasta llegar a los molinos que permanecen muy bien conservados en la pequeña colina desde la que se vislumbra la pequeña Venecia, un pedacito de ciudad que literalmente se derrama al mar.
No podemos irnos sin hacer una foto al rey de Mykonos, el pelícano Petros III, que deambula junto a su pareja por las calles, y de vez en cuando exige su impuesto diario de pescado por dejarse fotografiar en los lugares más emblemáticos.
Terminamos el día, disfrutando en una terraza de un delicioso café Frappé, con helado y nata, mientras vemos la perfecta puesta de sol.
muy bueno
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