lunes, 4 de marzo de 2013

España. Un paseo por Castilla y Léon (y IV)

 Y nos vamos de Segovia para visitar un pueblo que parecía olvidado en el tiempo, pero que se ha convertido en un escenario cinematográfico único. Les hablo de Pedraza.


No se equivoca quien dice que esta pequeña villa que se encarama en lo alto de una escarpada roca, ha conservado como pocas ese espíritu medieval del que nos hablan sus callejuelas estrechas y la nobleza de sus piedras. Este hecho, unido a su rica historia y su gastronomía, la ha convertido en el refugio ideal de artistas, intelectuales y cineastas.

La belleza de sus edificios es innegable, y plantarse en medio de la Plaza Mayor e ir girando cuerpo y cabeza nos meten de lleno en un escenario de película sin trampa ni cartón.

Series como "Águila Roja", "Toledo" o "Isabel" y el anuncio de la Lotería de Navidad, han dado a conocer a toda España la belleza oculta de este pueblo segoviano.
Aparte de recorrer sus callejuelas es obligada la visita de su cárcel, la mansión Casa de Pilatos, el Ayuntamiento, la Iglesia de San Juan Bautista y la la Casa de la Inquisición, que es hoy una acogedora posada.


Mención aparte merece el castillo, levantado en el siglo XIII con una impresionante puerta tachonada de clavos. Su más conocido dueño y habitante fue el pintor Zuloaga, que lo compró para acondicionarlo como vivienda y estudio en 1927.



Y al día siguiente retomamos las visitas, empezando por el Palacio de la Granja o San Ildefonso. Aquí recomiendo esta magnífica visita al Palacio de la Granja y sus jardines .

Fueron los Borbones quienes mandaron edificar este hermoso palacio y los jardines y fuentes que lo adornan, en plena Sierra de Guadarrama. Su nombre proviene de un templo dedicado al santo que se levantaba en este lugar y una granja de ganado que administraban los frailes jerónimos del monasterio de El Parral.

Enamorado del paisaje, Felipe V ordenó la construcción de la que sería la residencia veraniega favorita de los Borbones y los cortesanos que le acompañaban se hicieron construir lujosas residencias en los alrededores, creando de la nada el actual pueblo de La Granja.

Con el pueblo, convertido ya en Real Sitio, convivió la Real Fábrica de Vidrio, lo que atrajo aún más visitantes y comerciantes al lugar.

Los maravillosos jardines incluyen ejemplares espléndidos de castaños de Indias, secuoyas y cedros que conviven con las mejores muestras de la arquitectura italiana y francesa, combinadas con el sobrio barroco español.

Cuatro son las alas que conforman el palacio, que alberga el panteón de su constructor, Felipe V y el de su esposa, Isabel de Farnesio. Su espectacular fachada tiene como antesala los hermosos jardines que estamos viendo en las imágenes.

Ya que dentro no era posible tomar fotos, nos centraremos en los jardines que rodean el edificio.


Preciosos parterres de flores y arbustos, grandes avenidas arboladas, pequeños bosquecillos y rincones secretos conforman el delicioso conjunto.


Pero las verdaderas estrellas de la composición son las fuentes, consideradas unas de las mejores del mundo en su género. Escenas mitológicas e ingeniosos juegos acuáticos forman maravillas como la Gran Cascada, las Tres Gracias o la Fuente de la Fama.


Nos despedimos de este delicioso lugar entre las sombras de sus centenarios árboles.


Y nada mejor que acabar el día en plena naturaleza, concretamente en el Parque Natural de las Hoces del Río Duratón.


Nada menos que 25 son los kilómetros que forman el cañón que con la paciencia de milenios el río Duratón ha excavado en la planicie antes de desembocar en el poderoso Duero. Altas son sus paredes que llegan hasta los 100 metros en algunos puntos, que cobijan restos arqueológicos visigodos como los hallados en la Cueva de los Siete Altares.

Bandadas de buitres leonados aprovechan las corrientes de aire para elevarse por encima de los bordes del cañón y sobrevolar el precioso paisaje del que disfrutamos.


Después de regar campos inmensos de girasoles, encinas y sabinas, el Duratón se introduce en decenas de pasos subterráneos antes de seguir dando forma a las curvas hoces que conforman parte del Parque Natural.

Y encaramada en uno de los meandros del río encontramos la maravillosa ermita de San Frutos.

Fue aquí a donde se retiraron a finales del siglo VII el patrón de Segovia, San Frutos, junto con sus hermanos mártires Valentín y Engracia, con la idea de hacer vida eremita.


Después de ser enterrados bajo el suelo de una pequeña capilla, empezaron a sucederse los milagros y con ellos las peregrinaciones hasta el sitio. Fueron los monjes de Silos los que arrebolados por los milagros y la fe decidieron levantar un santuario en el siglo XI al que acompañaba un monasterio benedictino. Para ello se usaron piedras de origen romano y visigodo. La iglesia estaba cerrada, pero a través del ojo de la cerradura pude atisbar el interior.


Entre los milagros atribuidos al santo, hay uno que destaca entre todos. Se cuenta que intentando las huestes moras atravesar el terreno donde se encontraba los límites del reino cristiano, el santo, con su báculo dio un golpe en el suelo, y al momento se abrió una profunda grieta que impidió a los atacantes pasar al terreno que Frutos defendía. Muy popular es la romería que cada año atrae a miles de fieles para rememorar las virtudes y milagros de San Frutos.

Por el camino paramos para hacer unas fotos al castillo de Turégano. Esta fortaleza, de un precioso tono rosa no es tal, sino una iglesia que se rodeó de muros y almenas para cobijar su esencia románica.


La espadaña barroca que destaca entre las torres y torreones es un añadido posterior, ya perteneciente al barroco del siglo XVIII. En el edificio se hospedó Fernando el Católico cuando iba de camino a su coronación y por supuesto su artífice, el obispo de Segovia Juan Arias Dávila, que dio carácter de castillo a lo que era una simple iglesia románica. 
Hasta la luna está prendada de este castillo...

Y el final de nuestro viaje sería la piadosa y recoleta Ávila. A las puertas de sus murallas nos recibe su mejor embajadora, Santa Teresa de Jesús, de la que luego hablaremos. Son tantos los tesoros que posee la ciudad que recomiendo esta visita guiada para conocerlos en profundidad.

Pero antes de entrar hablemos un poco de la ciudad teresiana, que posee uno de los recintos amurallados mejor conservados del mundo, con aires medievales y renacentistas  y un conjunto de edificios de valor incalculable, que afortunadamente gozan de un magnífico estado de salud.


La muralla, de dos kilómetros y medio de extensión, cuenta con casi cien torres, que desde su origen románico tan solo se abren para dar hueco a sus nueve puertas.
Puertas llenas de historia, como la del Alcázar, donde tuvo lugar la llamada "farsa de Ávila" mediante la que los habitantes de la ciudad usando un muñeco representando al rey, lo desposeyeron de cetro y corona.

O la puerta de los Leales, llamada así en honor de los nobles de la ciudad que defendieron al rey Alfonso VIII.

Más conocida es la puerta de la Mala Ventura a causa de una leyenda, que cuenta cómo el rey Alfonso el Batallador cortó e hirvió las cabezas de unos nobles abulenses, tras comprobar que su hijo era mantenido como rehén tras la murallas.

Entremos a la ciudad para descubrir sus rincones, como la Basílica de San Vicente donde descansan los restos del santo, el Real Monasterio de Santo Tomás o los palacios de los Velada, Valderrábanos o Águila.





Nos encontramos casi de frente con el convento de Santa Teresa, edificado sobre su casa natal, que guarda preciosas capillas, el huerto donde la santa jugaba con sus hermanos y amigos y un museo de recuerdos de Teresa.

Rodeando el edificio encontramos varios conventos más, como el de Nuestra Señor de Gracia, el de San José, el de las Gordillas, el de Santa Ana o el de San Antonio.


Fuera ya de las murallas la mejor perspectiva la encontramos desde Los Cuatro Postes.

Según la leyenda, este humilladero conmemora dos hechos en la vida de la Santa. El primero recuerda que fue el punto exacto donde el tío de Teresa evitó que ella y su primo, ambos de corta edad, se fueran a cristianizar a los infieles moros y morir como mártires.
La segunda nos cuenta que Teresa, al ser expulsada de la ciudad por su manera diferente de ver el espíritu cristiano se volvió en su marcha en ese punto y mirando hacia la ciudad dijo: "De Ávila, ni el polvo", mientras sacudía sus alpargatas.

Seguimos ruta y nos detenemos ante un  precioso castillo, el de Magalia, que a su vez es  un palacio con 41 habitaciones.


La parte mas llamativa y hermosa del edificio, aparte de su redonda torre del homenaje, es su patio interior, formado por dos plantas repletas de columnas. Uno de los factores que han contribuido a su magnífica conservación es que se ha seguido haciendo uso de él, actualmente como sede para distintos congresos y eventos culturales.


Muy cerca del castillo salen a nuestro encuentro los Toros de Guisando. Tras seguir un camino que discurre entre dehesas de fresnos, pastizales y árboles centenarios, se llega hasta estas figuras de piedra, precursores del simbolismo ibérico del Toro, que en cantidad de cuatro vienen soportando el paso del tiempo y con él una erosión implacable desde el siglo III antes de Cristo.

No está muy clara aún su función, si bien los científicos hablan de que pueda tratarse de divinidades protectoras de la ganadería o incluso que marcaran los límites fronterizos entre las tribus ibéricas. Hasta Lorca les dedicó unas palabras en el famoso "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías", donde dice: "Y los toros de Guisando, casi muerte y casi piedra, mugieron como dos siglos, hartos de pisar la tierra".

Y se nos acababa el tiempo, así que como fin de nuestro viaje decidimos acercarnos hasta Arenas de San Pedro.

De esta villa cabe destacar dos puntos. El primero es el Castillo del Condestable Dávalos o de la Triste Condesa, como es más conocido, debido a que después del ajusticiamiento de don Álvaro de Luna en 1453, el rey Juan II permitió que la población quedara en manos de su viuda, doña Juana de Pimentel, a la que se recordó desde entonces con este apodo. Hoy en día se usa como espacio cultural.

Y el segundo punto lo encontramos en el río Arenal, y se trata de un hermoso puente medieval, mal llamado puente romano.

Se compone de un gran arco central y dos laterales más pequeños. Levantado alrededor del siglo XIV, para poder cobrar el paso sobre el río a los pastores y comerciantes que no tenían otro lugar por donde cruzar con sus ovejas y mercaderías.


Y con su elegante estampa nos despedimos de esta tierra vieja y señorial, Castilla León, aunque no definitivamente, ya que aún nos queda mucho por descubrir...

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