viernes, 3 de abril de 2020

Ruta por la Provincia de Córdoba (III)

 Señorial Aguilar

Tierra de viñas y olivares, ceñida por el río Cabra, que deja a su paso buenos frutos hortelanos, Aguilar conserva como pocas villas en Córdoba ese sabor auténtico andaluz de blancas calles jalonadas por numerosas casas señoriales, muestra de su antiguo esplendor.

Aparte de multitud de edificios religiosos de gran interés, Aguilar cuenta con algunas construcciones civiles que llaman la atención de todo aquel, que como yo, pasa por allí.


Probablemente no existe en toda Andalucía un conjunto urbano y de arquitectura popular tan gentil, tan armonioso tan discretamente perfecto como la plaza Octogonal de San José, trazada en 1810, con sus cuatro puertas en forma de arco y la blancura de sus muros encalados, "rara avis" en la arquitectura civil española.


La Torre del Reloj datada en 1774 y levantada por orden de Carlos III me recordó muchísimo a la de Santa María de la Victoria en Estepa, así aislada, aunque la de Aguilar haya formado parte de las murallas de la ciudad y hoy esté en el centro de un plaza. Construida en ladrillo y azulejo, con una mezcla mozárabe y barroca que la hacen estéticamente bella es uno de esos lugares sorprendentes que surgen en nuestro camino.


Resumiendo, Aguilar, recostada en su cerro, se tiende hacia un horizonte de campos de trigo, viñedos y olivares, es una de las poblaciones de más enjundia y personalidad de la campiña cordobesa.
De hospital a museo de arte
¡Cuantos niños nacieron en ese hospital en las tres décadas que funcionó como maternidad, entre los años 50 y los 70! ¡Cuantas veces, por sus puertas han pasado los pasos de de la Semana Santa Chiquita, que los hijos de esos mismos nacidos en el hospital, llevan sobre sus hombros en un piadoso remedo de la Semana Santa de la ciudad!


Tanta historia tiene este Hospital como su Iglesia, fruto de las combinaciones del más puro barroco de la fachada con el neoclásico de la torre. No es una leyenda, sino un hecho que a raíz del levantamiento liberal de 1820 los habitantes de Aguilar fueron desmantelando piedra a piedra el castillo, símbolo del poder feudal. Con ellas se dedicaron a construir edificios para la convivencia civil en el pueblo y muchas fueron a parar a las paredes de este templo.



Dentro, la imaginería andaluza se hace dueña del espacio, enmarcada en hermosos altares y retablos, con profusión de dorados y curvas, pero también con espacios en blanco, fruto de las reconstrucciones anteriores y de la casi demolición de toda la techumbre, que acabó con varios tesoros del templo.


Especialmente llamativo es el altar mayor, con la imagen del Crucificado sobre paño de piedra. Una maravilla.
Montilla, los tesoros de la ciudad del vino
Es curioso como la historia se repite e incluso se fuerza a repetirse a sí misma. Tal y como hemos visto en nuestro recorrido por Sevilla y Córdoba, la mayoría de las iglesias se han levantado sobre antiguas mezquitas y la de Santiago no iba a ser menos. Otro rasgo común con otras, como la de Aguilar, es que se edificó con las mismas piedras con las que se levantaba el castillo de la ciudad, derrumbado por la furia contra los señores feudales.


Luego hay cosas que difieren y diferencian, como las imágenes sagradas que en ella moran, y que tienen un hondo sentir popular como vestiduras.

Imágenes claves en la Semana Santa de esta tierra de vinos, como el Nazareno, las dolientes Vírgenes y Madres y una gran curiosidad, el Crucificado de Zacatecas, traído de México en el siglo XVI, de tamaño superior al académico y con una altura de 210 centímetros. La imagen fue realizada con una mezcla de fibras vegetales de caña de maíz y encolados, lo que me recuerda por la composición y el gran parecido físico al Cristo Difunto, de Icod de los Vinos, en Tenerife, hecho por los indios Tarascos y por tanto también de origen mexicano.






Otros pequeños tesoros acaban de llenar nuestro paseo por este templo pequeño pero grande en valor artístico, muy cuidado y querido por los montillanos, lo que lo hace especialmente atractivo a la hora de visitar la ciudad de las vides.
La joya de Montilla
En contadas ocasiones, el viajero se siente gratamente sorprendido cuando le sale al paso algún lugar especial, con un encanto que surge de la sencillez y del arte.
Montilla es un pueblo de Córdoba, famoso por sus vinos...Y ahí parece acabar la historia, pero no es así.


Tiene pequeños rincones escondidos, que pasan desapercibidos al viajero que no busca más allá de las vides y el lagar.
Uno de ellos es la Ermita de la Rosa, que se levanta un poco invisible en la plaza del mismo nombre y que parece que lleva impregnada en cada una de sus piedras el fervor popular con el que fue construida gracias a la aportación popular de los fieles.



Y eso se nota en el cariño con el que parece haber sido levantada y mantenida hasta hoy en día. Lo dice la sencillez de su planta y el cuidado de cada uno de los elementos que la forman y conforman.

Dentro nos esperan imágenes que llenarán nuestra devoción si somos fervientes católicos o nuestros sentidos si somos amantes del arte y de la expresividad de la imaginería española.
Presidiendo el conjunto, la Virgen de la Rosa, que le da nombre, en medio de un retablo rococó de incalculable valor y belleza; pero son la Virgen de la Esperanza, Jesús preso y sobre todo el Cristo de la Columna los que atraen las miradas, las peregrinaciones y la atención, sobre todo en Semana Santa, cuando se produce El Prendimiento en la Plaza de la Rosa, a la salida del templo.



Repito, en su sencillez y recogimiento radica su encanto, su valor y su magnetismo.




Los alrededores de la Plaza enseñan, también y como queriendo rivalizar con la Ermita, casas de grandes balconadas y paredes cubiertas de azulejo en el más puro estilo andaluz, grandes palacios convertidos hoy en sedes municipales y espacios culturales que reciben la visita de propios y extraños.

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