miércoles, 4 de noviembre de 2020

Córdoba califal (IV)

 Y San Rafael, gobernó la ciudad.

Había visto este tipo de expresiones de fervor y arte en varios lugares de Europa, sobre todo en el centro y sur. Países como Hungría, Austria, Eslovaquia o la mismísima y piadosa Italia, levantaron, todas por la misma razón altísimos conjuntos donde normalmente se exaltaba a la Virgen María y se le daba gracias por los favores recibidos. Lo habitual era que la homenajeada hubiera detenido tal o cual brote de peste negra, o fiebres, o epidemias varias.
Córdoba me sorprendió, porque es de las pocas ciudades ibéricas que imitó esta moda de aquellos años de graves enfermedades y muertes.

Cuenta la historia y los hechos, que un grave brote de peste anduvo aniquilando cordobeses allá por la década de 1650, y que puestos bajo la advocación del arcángel San Rafael, la ciudad ciudad consiguió salir adelante.
Desde ese momento el santo custodio gobierna la fe de la ciudad, y son innumerables los lugares donde se le rinde homenaje; pero sin duda el más conocido por su espectacularidad y por su situación, es este conjunto que se levantó en el siglo XIII.

Se trata de una mezcla, un pastiche un tanto extraño de estilos, formas y simbolismos, ya que la parte baja, a semejanza de una gran roca con una gruta, parece haber sido colocada miles de años atrás, seguida por una especie de torre cilíndrica a modo de torre donde hay una puerta con el escudo del obispo Barcia.

Aún más arriba, una columna soporta la gloria y triunfo de San Rafael.

El conjunto está profusamente adornado con variedad de esculturas de gran simbolismo, como un águila, un león que porta el escudo de la ciudad, o las figuras recostadas de los santos patronos de Córdoba.

Si se observa el conjunto, como un todo, sigue sin tener una lÍnea estética o artística definida ni atractiva. Pero en fin, junto con el arco y el puente, más el marco de la explanada que la antecede no acaba de quedar mal. Como algo que por costumbre se acaba aceptando.
El potrillo de casi 500 años
Famosa ya en tiempos de Cervantes, que la menciona en el Quijote, tuvo una fama e importancia sin iguales en los siglos XVI y XVII, cuando en su explanada se congregaban gentes de rompe y rasga, tipos que vivían al filo de la aventura, mercaderes de fino olfato para el negocio y españoles sin fortuna a la espera de ser contratados en cualquier clase de trabajo.
No resulta difícil imaginarla llena de gente, amplia y espaciosa que es, rodeada de edificios rancios y fuertes, armoniosa y entrañablemente cordial.

A un lado, la "Posada del Potro", en el centro la fuente que se levanta desde el siglo XVI, coronada por un rampante potrillo, y al otro lado el antiguo Hospital de la Caridad. con la entrada a los Museos Provinciales de Bellas Artes y al Julio Romero de Torres. Juntos forman un elegante conjunto, quizá de los que mayor sabor medieval conservan en España, y que además recientemente han "sufrido" como todo el casco antiguo de Córdoba una limpieza y restauración demasiado radical en muchos casos.

Completan el cuadro, como no, una escultura protectora de San Rafael y una apenas atisbada vista de la sierra cordobesa.

Lo bueno del lugar, es que no está en el centro de las visitas turísticas, es decir, obviamente, la Mezquita, sino que hay que moverse un poco para llegar hasta ella, con lo que no es infrecuente verla totalmente vacía. Una suerte.
Dejando a un lado las plazas más modernas y dinámicas de Córdoba, como la comercial y ajetreada Tiendillas, la de la Corredera es más popular y pintoresca. Se asemeja mucho y un tanto a la Plaza Mayor d Madrid, con mezclas de la salmantina.
Es una plaza que en muchas ocasiones se llena de vitalidad, con tenderetes, puestos de churros, venta de retales, ropas, zapatos...un gran mercadillo de artesanías y reciclaje voluntario. Todo al aire libre, en el centro de la plaza. Bajo los soportales hay numerosos bares y abundan los de rancio sabor cordobés, típicos de la mejor postal turística, que ofrecen los mejores, más variados y sabrosos ejemplos de la gastronomía andaluza.
La particularidad de esta plaza, es que es la única de tipo castellano que existe en Andalucía, ya que fue mandada a construir por el corregidor Ronquillo Briceño.

Poca gente sabe que fue construida sobre los restos de un circo romano, tal y como podemos observar en las calles que rodean la plaza, cuyos cimientos son restos de templos, columnas y escalinatas de sagrados lares.
El nombre le viene, como podemos adivinar, de las corridas de toros que se celebraron durante siglos entre sus muros; pero no han sido las únicas celebraciones que han tenido lugar en ella. Durante la Inquisición se celebraron numerosos actos de fe, y a lo largo de la historia todas las grandes festividades, dada la gran amplitud y capacidad de la plaza se conmemoraban aquí.


Hoy en día, junto con la Plaza del Potro, es centro neurálgico de las ferias medievales que en un elogioso intento de recuperación, encuentran entre sus muros y ambientes el lugar y marco perfectos.
Cordobés hasta la médula
Porque verdaderamente parece que lo hubieran tallado desde la misma roca viva, en el sitio donde se levanta, como si siempre hubiera estado ahí y sólo hubiera necesitado que alguien lo sacara a la luz.
Su poder de atracción es tal, que anula completamente la preciosa plaza de los Capuchinos que le sirve de marco, que lo realza, involuntariamente con sus blancos lienzos de pared desnuda, vacía, pero que la convierten en el mejor telón de fondo del Cristo.


Cristo de los Desagravios y Misericordias, Cristo de los cordobeses y de las indulgencias, concedidas con sólo rezar un credo ante su imagen. Trescientos sesenta días de perdón y de piedad.


Cristo del misticismo y del misterio, alumbrado por 8 faroles elegantes y etéreos, que cada noche se encienden desde hace siglos, tocando el alma, tocando la fe.
Recomiendo encarecidamente entrar a la plaza de los Capuchinos de espaldas al Cristo, para guardar su imagen en la retina y para disfrutar de la Cuesta del Bailío, con sus 32 escalones de cantos rodados, con su muro de los capuchinos rebosante de buganvillas, silencio y preparativo para luego llegar al escenario romántico y fervoroso de la Plaza de los Capuchinos.

Tranquilidad y sosiego. Ese sosiego que se rompe en Semana Santa –cuando la gente se agolpa en la escalinata para ver bajar los pasos– y en la fiesta de la Cruz de Mayo, en que la hermandad de la Paz instala su cruz floral arropada por cofrades y devotos.



Tal parece el alma de Córdoba.
Y la vida pasa por aquí.
Pues si, toda la vida cordobesa, en algún momento pasa y se detiene en este corazón de la Córdoba más moderna y vibrante.

La Plaza de José Antonio, la del Gran Capitán, o simplemente la de las Tiendillas, que de las tres maneras es conocida, presidida por la estatua ecuestre de don Gonzalo Fernández de Córdoba, es espaciosa, pletórica de dinamismo y rodeada de pujantes edificios, centro de la vida nocturna que se expande en las calles aledañas, animada siempre por bares y terrazas donde degustar unas tapas con un buen Montilla o un Moriles, líquidos topacios capaces de reconciliar con la vida al espíritu más pesimista.

Otro protagonista de la plaza es el reloj que desde lo alto desmitifica la tragedia del paso del tiempo dando los cuartos de hora con carrillón y tocando seguidamente una tonada flamenca. Rasgo de humor profundo y del mejor gusto, netamente cordobés.

A su alrededor, se encuentran algunas de las 14 parroquias que mandara fundar Fernando III tras la conquista de la ciudad.


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