domingo, 1 de noviembre de 2020

Córdoba califal (I)

Hasta trece puertas abiertas en las murallas llegó a tener la preciosa Córdoba, por donde entraban y salían los más de 200.000 habitantes que llegó a tener en sus tiempos de esplendor más los miles de comerciantes, visitantes y simples vagabundos y menesterosos que acudían a la llamada de una de las ciudades más cultas y ricas del occidente europeo.


Pero ¡ay! un bando permitió que se destruyeran diez de ellas par poder edificar encima cuando el espacio del interior faltó, con lo que desaparecieron para siempre.
Sólo quedaron tres de ellas: la de Sevilla, la del Puente y la de Almodovar.
Esta última, es probablemente la que busca el viajero sigiloso para entrar, ya que es la más apartada, la más típica por entrar directamente a la Judería cordobesa, nada que ver con la del puente que es la más monumental y llamativa al venir del río y presentar de frente toda la grandiosidad de la mezquita.


Los árabes le dieron el nombre de puerta del Nogal, que le viene como anillo al dedo porque aún hoy, en los jardines que la preceden hay varios de estos árboles dando sombra a los visitantes. A los visitantes y a una bonita escultura de Séneca que se enfrenta directamente a un precioso estanque donde buscaremos el reflejo de la muralla, que a propósito, es uno de los tramos mejor conservados de los que permanecen en pie.


Enfrente, un parque donde podremos encontrar fácilmente espacio para aparcar nuestro coche, eso sí con parquímetro. Pero recordemos que estamos a la puerta de la mágica y misteriosa ciudad de Córdoba.


Terciopelo y oro
La Catedral o Mezquita de Córdoba, tanto monta, monta tanto, que no debe importar aquí ser cristiano o musulmán, es de por sí un tesoro. Pero después de la oscuridad y casi monocromática arquitectura del recinto, llegar a las dos salas que componen el tesoro es una alegría diferente para los ojos.

Darse casi de bruces con la obra más espectacular que alberga y que es la Custodia, de casi 2,5 metros de altura, labrada por Enrique de Arfe y estrenada en la procesión de Corpus Christi de 1518, es un auténtico placer para todos los sentidos. Es sencillamente luz hecha metal.

En la siguiente sala dejamos que nuestros ojos vaguen libremente por el espacio que ocupan estanterías en verde, oro y rojo y que muestran con todo el orgullo las obras de arte orfebre, escultórico y pictórico de grandes artistas de varios siglos. Miniaturas de códices, crucifijos, portapaces, vírgenes, santos, reliquias y un sinfín de pequeños y grandes objetos en los materiales más nobles y finos, trabajados con las técnicas más elegantes y minuciosas.


La mayoría de estas obras son creaciones de talleres cordobeses, aunque también encontramos unas magnificas muestras italianas, como el cáliz atribuido a Benvenuto Cellini.



No es difícil ni raro quedar extasiado ante tanta delicadeza en la manufactura de estas hermosas obras de arte religiosas, es más, nos podemos hasta sentir alimentados por la belleza de las miniaturas o la riqueza de la que disfrutaban unos pocos, pero que hoy están al alcance de nuestros ojos y para siempre.
Joya de la córdoba musulmana.
La mezquita de Córdoba es algo más que la obra de un hombre o el resumen histórico-artístico de una época: representa la voluntad de pervivencia de toda una raza.
Una vez se completó, el templo se convirtió en auténtica luminaria de la fe musulmana y sus muros en ascuas de luz ungidas por el arte. Ya lo decía el poeta: " Brilla el oro en tus techos, como el relámpago que cruza las nubes".



Con esa idea entré en la mezquita, pero no fue suficiente para que no me apabullara la belleza del infinito bosque de columnas de mármol que parecía no dejarme avanzar, que soportaban unos arcos que se sucedían unos a otros, persistentemente, en una fantástica suma arquitectónica que parecía tender al infinito.


No se puede evitar hacer la típica comparación: Alhambra versus Mezquita de Córdoba. Nada mas descabellado. Aunque muchos de sus rincones sean de una similitud realmente curiosa, la Alhambra fue construida para el bien vivir, para dispersar el espíritu, mientras que la mezquita lo fue para el bien morir, para concentrarlo.



Desde el exterior, mas que templo, la Mezquita Catedral parece fortaleza militar. Su recia planta se asienta con firmeza sobre el terreno y parece establecer con su presencia un riguroso distanciamiento histórico.



Por dentro la mezcla de estilos y formas, los capiteles jónicos, corintios o mixtos, los artísticos artesonados que lucen las magníficas tallas polícromas, hasta llegar al fastuoso Mihrab, la joya entre las joyas de la Mezquita.


Formado por tres capillas, las bóvedas que lucen mosaicos bizantinos, sorprenden por su belleza, junto a los mármoles soberbiamente labrados, las columnas multicolores y los dorados capiteles.
Menos no se merecía el valioso Corán que en él se guardaba, guarnecido de perlas y rubíes, copiado por el califa Omán y autentificado por su propia sangre.
Por favor, fijémonos en la parte trasera del altar, en cómo las naves de Almanzor aparecen sosteniendo el techo cristiano, soldando arquitectónicamente dos concepciones del mundo distintas. Increíble y ejemplar imagen de coexistencia artística.
Una coexistencia que no fue del todo respetuosa con la parte musulmana, ya que se cerraron todas las naves y construidas 52 capillas para crear la Catedral cristiana y el Mihrab, maravilloso, se convirtió en sacristía. Esa transformación, que afortunadamente solo destruyó partes de la mezquita, duró 243 años.
Los altares cristianos resultan, bajo los arcos árabes, francamente sorprendentes y, hay que esforzarse para aceptar- en una clasificación severa de estilos- su conjunción arquitectónica.

Grandes de las letras están enterrados en las capillas de la Catedral, como Luis de Góngora o el Inca Garcilaso de la Vega, rodeados de retablos de valioso jaspe y mármol, enfrentados a la magnífica y valiosa sillería de caoba del coro, cumbre del arte barroco.
Paraíso en piedra, palmeral petrificado....sea cual sea el nombre que se le de, el bosque de 856 columnas que sostienen las 19 naves no dejan al visitante indiferente. El mejor y mayor legado arquitectónico que dejaron los árabes a Córdoba, es el mayor edificio religioso del mundo musulmán. Y lo mejor de todo, la podemos disfrutar en España.

No hay comentarios:

Publicar un comentario