Llegamos a Guilin muy temprano, tras un vuelo de dos horas desde Xi'an.
Nuestra guía, tras darnos una introducción sobre la ciudad y la región, nos llevó a conocer la primera de las maravillas de esta provincia china, la Gruta de la Flauta de Caña.
Descubierta por unos pastores que buscaban refugio durante una fuerte tormenta en la dinastía Tang, hace unos 1.300 años, no fue hasta 1962 que se convirtió en un destino popular para el turismo nacional e internacional.
Su nombre proviene de las cañas de bambú que crecen en los alrededores de la entrada de la cueva, con las que se fabricaban flautas dulces típicas de la zona y que a veces podemos encontrar en los puestos de venta que se encuentran a la salida de la cueva, tras la visita.
La gruta tiene unos 240 metros de profundidad, así que no es especialmente grande, pero su belleza es difícil de describir.
Tampoco su tamaño fue un problema para las más de 1.000 personas que se refugiaron en ella durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
La cueva es un gruta kárstica que se ha ido modelando al disolverse un tipo de roca de piedra caliza a lo largo de millones de años por la acción del agua subterránea, creando cámaras y paisajes de una belleza inigualable.
Columnas que surgen del techo y se unen con las que salen del suelo, grandes surcos de piedra y extrañas formaciones que se crean a partir de las emanaciones de carbonato, son el paisaje natural que encontramos cuando visitamos el lugar.
Las luces son primordiales en este espectáculo de la Naturaleza. El amarillo, el turquesa, el fucsia o el verde esmeralda, convierten la lúgubre cueva en un espectáculo para nuestros ojos.
Con un poco de imaginación podremos ver formaciones que hacen honor al nombre que le han puesto, como Pinos en la Nieve, la Colina de las Setas, la Pagoda del Dragón o la Cortina Roja, por citar sólo algunos. También fascina ver lo cerca que se están algunas estalactitas de las estalagmitas, a apenas unos centímetros, pero que aún así tardarán siglos en encontrarse y fusionarse en una única columna de piedra.
Aparte de su belleza natural, la cueva es conocida por ser fuente de inspiración para los poetas de la dinastía Tang, ya que tras su visita a la gruta, escribían hermosas poesías que hablaban de los seres de piedra que la habitaban.
Al salir, entre la miríada de puestos de recuerdos vimos este tótem con la figura de un búfalo de agua.
El estanque o charca Fanglian es el complemento perfecto de la cueva, y pasamos por él al salir de la gruta. Los visitantes suelen alquilar los servicios de un barquero para recorrer la superficie de este enorme depósito de agua.
Ese día probamos una de las especialidades de Guilin, el pescado a la cerveza, muy suave y fragante, con una carne delicada y cocinado en una rica salsa hecha de especias y cerveza. Completaban el menú unas costillas crujientes, arroz con verduras, berenjenas, fideos y pollo con chile. Lo curioso es que este almuerzo fue en un pub irlandés. Contrastes de China.
Al día siguiente, temprano, salimos en dirección ar río Li, para recorrer parte de su curso en un crucero.
Al llegar al muelle, vimos multitud de embarcaciones esperando a los miles de visitantes que cada día hacen este recorrido indispensable cuando se viaja a China, y que nos lleva hasta la pequeña ciudad de Yangshuo.
Este viaje de unos 83 kilómetros dura entre cuatro y cinco horas, dependiendo del caudal del río y de la calidad de nuestro barco.
Guilin es una de las ciudades más hermosas de China, pero está muy claro que su principal atractivo es el paisaje que rodea el río Li, un conjunto de más de 157 grandes formaciones, 21 cuevas y cientos de colinas más pequeñas que se formaron hace más de 200 millones de años. Estas elevaciones se formaron por los movimientos de las placas tectónicas y se encontraban bajo un antiquísimo mar interior, que se retiró y las dejó a la vista.
Luego entró en juego la erosión de las lluvias y el viento, que dio forma caprichosa a muchas de las montañas de la zona y que creó cuevas impresionantes, algunas del tamaño de una catedral, como la Gruta de la Corona, llamada así por que su cima aparece coronada por un montículo que asemeja una corona imperial.
El río, tiene un total de 437 kilómetros de largo, con una cuenca de unos 19.025 km², es decir, la superficie de Eslovenia.
En 1996 fue inscrito en la lista de Patrimonio de la Humanidad.
Hay muchas leyendas inspiradas en el río y las rocas que lo rodean, como la de la Colina de los Nueve Caballos.
Al parecer, el Rey Mono, personaje de la novela Viaje al Oeste, era el encargado de vigilar a nueve caballos sagrados y evitar que escaparan al cielo.
Un día un pintor los vio bebiendo agua junto al río y los asustó para poder pintar el paisaje. Los caballos corrieron hacia el acantilado y quedaron atrapados en él.
Se dice también que quien pudiera encontrar sus figuras grabadas en la pared en menos tiempo conseguiría la puntuación más alta en el antiguo Examen Imperial.
Otra leyenda cuenta que los habitantes de la zona tenían mucho miedo a las constantes y peligrosas subidas del nivel del mar, ya que muchos de ellos morían durante las inundaciones. Uno de los Inmortales decidió protegerlos y viajó al norte de China. Allí transformó una cadena de montañas en ovejas y las llevó a Guilin. Al llegar a las orillas del río hizo que un viento soplara sobre los animales y de nuevo quedaron convertidas en dispersas montañas, quedando el paisaje que podemos ver hoy en día.
El paisaje es tan hermoso que incluso ha quedado reflejado en los billetes de 20 RMB, aparte de en multitud de obras pictóricas, poemas y canciones populares.
Y llegamos al final del crucero en la ciudad de Yangshuo, un antiguo pueblo de pescadores y labriegos que se ha ido transformando para el turismo.
Su calle principal, West Street está llena en sus 800 metros de largo de todo tipo de tiendas, bares, restaurantes y cafeterías.
Al ser tan sumamente turístico los precios son bastante más altos que en el resto del país, incluso que Pekín o Shanghai, que ya es decir.
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