viernes, 3 de enero de 2014

Gran Canaria Wellness & Natural Blog Trip (III)

Y llegó el momento de conocer el lugar donde había de pasar la noche. Mas que un hotel rural, un hogar en el campo.
Porque así nos sentimos nada más cruzar el precioso portón de entrada del Hotel Rural Las Calas, como en casa.








Y es la intención de su propietaria, Magüi Carratalá, que en todo momento tengamos esa sensación de confort, de bienestar, de sentirnos arropados y cuidados en un hotel que por unos días se convierte en nuestro segundo hogar.
Para ello cuida de cada pequeño detalle no sólo en la decoración, para la que tiene un gusto exquisito ( sencillo, sin abigarramientos, pero elegante y acogedor), sino también en la atención, cercana pero con cortesía como corresponde a una autentica dama de educación envidiable.






Horas pasaríamos charlando con Magüi sobre viajes, senderismo, libros, o de mil y un temas en el acogedor y luminoso salón, cubiertos por las cálidas mantas para paliar el fresco de las noches de la Vega de San Mateo. Forma parte de su manera de ser, su amabilidad y su capacidad para hacer sentir a sus huéspedes cómodos y bien acogidos.
Y eso lo transmite al hotel, como si fuera una parte indivisible se sí misma, como si Magüi fuera la sangre que circula por cada una de las estancias del edificio, dándole vida y haciéndolo latir.













Calidez en los colores que ha elegido para dar una nueva vida a una casa solariega que se había perdido en la historia, toques árabes en las celosías de las habitaciones, recuerdos de decenas de hogares y fogones en la maravillosa colección de porcelana y cristal de la que nos permite disfrutar en el pequeño pero acogedor comedor, donde todos los huéspedes comparten mesa, para intercambiar experiencias, vivencias y sensaciones. Espacio en el que los sentidos se deleitan con la maravillosa cocina, suculenta y sabrosa, casera y de sabores sencillos pero apetitosos, que con tanto cariño prepara el pequeño pero muy eficiente equipo del hotel.




















Las habitaciones son de lo más acogedor. Camas mullidas que invitan a aprovechar el silencio y el sosiego del hotel y su entorno, rodeadas de preciosas piezas de cerámica y paredes de piedra vista, con detalles morunos como una mesa hecha con una bandeja labrada.







El baño, impecable e íntimo, combina los toques modernos con una esencia clásica, que es el alma de la casa.








Precioso jardín con níveas calas ( la planta que da nombre al hotel), orquídeas de delicada forma, tulipanes y un mandarino de jugosas y fragantes frutas que al caer la tarde despiden su aroma por todo el recinto.





















Mención aparte merece el pasillo cubierto donde se sirve el más que suculento desayuno y que permite disfrutar de la luz y el calor de la mañana, y sobre todo del apetitoso pan de San Mateo untado de rica mantequilla y mermelada, unos rosquetes llenos de sabor o el delicioso jugo de naranjas de propia cosecha.

La galería del piso superior es un mundo aparte. Es aquí donde apetece pasar los atardeceres, disfrutando de un libro, de una buena conversación o simplemente viendo pasar la luz a través de los cristales y visillos, imaginando el pasado de la casa, cuando la habitaban en verano sus propietarios...¿ Sentirían lo mismo?
















Lo que seguro no sintieron fue el placer de bañarse en la estupenda piscina que ocupa parte del jardín para luego sentarse en el cenador a ver pasar la tarde al calor del sol del verano.






Un espacio acristalado que habitualmente sirve como salón de juegos puede perfectamente convertirse en un magnífico lugar para celebrar una boda íntima con la ventaja de poder disfrutar del jardín y de la estancia en el hotel.




Viendo las fotos, y recordando los agradables momentos pasados en Las Calas, sólo queda pensar en la próxima vez que gozaremos de otra estancia en el hotel y de la simpatía y amabilidad de su alma, Magüi.






Y tras despedirnos de Las Calas, y después de un corto trayecto en coche, llegamos al Mercado de San Mateo.




Ya casi no se encuentran mercados como éste. Son los mercados que yo llamo " de los sentidos", donde nada más entrar disfrutas de los aromas de flores y plantas, de los colores de las frutas y verduras, de las conversaciones de la gente, de tocar esto y lo otro, de saborear un pedazo de sabroso queso y un vaso de buen vino para acompañar.








La riquísima Vega de San Mateo es en sí misma un vergel. El bondadoso clima, húmedo pero soleado, la abundancia de aguas, la rica tierra, roja y oscura, y por supuesto el buen hacer de agricultores y ganaderos, nutre este mercado que atrae incluso a excursiones organizadas desde los puntos turísticos de la isla.







Tal es la fama, que el pueblo triplica el número de habitantes los días de mercado y alrededor de él se despliega una enorme cantidad de comercios secundarios que sin ofrecer esos productos del campo, complementan la demanda, como son la artesanía de cestos, el calzado, el trabajo en madera....


Aconsejo que mínimo se dedique una hora a disfrutar del estupendo mercado, y comprar mucho y de todo, ya que los precios no tienen competencia y viene todo de la tierra a nuestras manos.
Para completar, un paseíto por el pueblo, muy tranquilo, limpio y cuidado. Tomar un café o comer en uno de sus restaurantes también es buena elección, y sobre todo disfrutar del clima rural de San Mateo, uno de los mejores de Canarias.









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