Dicen que cuando se prueba algo por primera vez lo mejor es hacerlo a lo grande, y si puede ser lo mejor, tiene más valor aún y la recompensa, en caso de que te guste es aún más grata.
Y eso fue lo que decidí hacer cuando en el año 2006 decidí probar por primera vez a hacer un crucero, algo a lo que mis padres eran muy aficionados pero que yo me resistía a catar. La idea preconcebida de que un crucero era todo prisas, con escalas rápidas que apenas te dejaban atisbar algo de los puertos y ciudades que tocaba estaba enquistada en mi cabeza, sumada a ese falso concepto de que los cruceros son para "gente mayor".
Muy al contrario es una opción, como pude comprobar más tarde, que cada vez más gente elige como destino de sus días de vacaciones, ya que combina el relax, el turismo, la buena comida y la diversión.
Así que un día de mayo de aquel año amanecí en Barcelona dispuesto a dar el primer paso en un camino hasta ese momento desconocido pero que consiguió engancharme desde que puse el pie en la cubierta del Norwegian Jewel, de la compañía NCL.
Un barco impresionante, enorme y lleno de sorpresas esperaba para que yo disfrutara de unas vacaciones por el Mediterráneo que no harían más que aumentar mi sed de viajes y de futuras singladuras por todos los mares del planeta.
Este gigante de 294 metros de eslora y 38 de manga estaba casi recién salido de los úteros del astillero, brillando como la joya que era al sol de Barcelona.
Lo primero que hicimos fue ir a ver la cabina en la que dormiríamos durante la semana de nuestro recorrido por el Mare Nostrum y que nos llevaría a conocer Mónaco, Roma, Sicilia, Nápoles y Génova.
Como primerizo que era, y ante el temor de agobiarme en un camarote interior, decidí contratar un exterior con ojo de buey, un poco más caro pero al menos lleno de luz y sin esa sensación de iluminación artificial de un interior. Recomiendo a todos aquellos que sean grumetes como yo, en aquel momento, que hagan lo mismo. No se arrepentirán del dinero pagado.
En lo que llegaban las maletas fuimos a dar un paseo por la cubierta de piscina y al mismo tiempo ver la salida del barco, que muchas veces es lo mejor de un día de navegación, ya que las bocinas saludan al puerto y a otros barcos que han permanecido atracados durante varios días junto al que en ese momento parte.
Antes de la cena fuimos a conocer algunas de las cubiertas del coloso, que tiene nada menos que 15 y visitar sus restaurantes antes de que se llenaran de cruceristas hambrientos, como el Tsar`s Palace, que es uno de los restaurantes principales.
O Le Bistro, de especialidades francesas y una maravillosa vajilla de Rosenthal firmada por Versace.
Pronto nos fuimos acomodando y acostumbrando al barco.
Amplios espacios como el Cigar Club para fumadores...
El barco dispone también de una capilla para bodas en alta mar oficiadas por el capitán.
El salón Spinakker, una preciosa sala de baile con vistas 360º, donde sonaba la música más divertida.
Durante las horas de navegación podíamos pasear por cubierta...
...o jugar un partido de baloncesto
Y por qué no, visitar el puente de mando.
Varios bares y rincones acogedores dispuestos a lo largo y ancho del barco.
Así como otros restaurantes de especialidades.
Como pueden ver, un comienzo por todo lo alto de mi carrera como crucerista. Todo lo que hemos visto de este buque y mucho más que no fotografié pero que quedará en mi memoria para siempre, como la deliciosa cocina mediterránea, la oriental, la francesa e italiana, los cócteles, la diversión y los espectáculos, hicieron que me entrara el gusanillo de los cruceros irremediablemente. Y en buena hora, porque el crucero es algo que realmente hay que vivirlo y sobre todo disfrutarlo. Prueben a hacer uno. Les aseguro que nunca se arrepentirán, muy al contrario...
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