En el lejano Norte.
Es difícil, cuando se llega a este punto del país noruego, distinguir entre lo que es tierra firme, parte del continente, de lo que es una isla. Y es lo que ocurre con Honningsvag, que si no hemos hecho un previo estudio de un mapa quedaría en nuestra memoria como un pueblo adosado a la costa de Noruega.
Pero si miramos con atención nos daremos cuenta de está enclavada en la parte norte de la isla de Magerøya, es decir, desgajada del continente.
Pero eso le aporta, por supuesto, un encanto añadido, ya que la hace más inaccesible, más lejana. Y es una ventaja. Aunque es el mayor asentamiento de la isla puede perfectamente recorrerse en su totalidad en una hora, andando todas sus calles, entrando en la tienda de recuerdos, tomando algo caliente en alguno de sus bares o aprovisionándose en su supermercado.
Paseemos por las calles de Honningsvag, la ciudad de la bahía que descansa bajo la montaña de Hornungr, y disfrutemos de un lugar que lleva habitado por el hombre nada menos que 10.300 años.
Mirador de Knut Erik Jensen, arropado por las montañas.
Cuatro años antes de que el pueblo de Honningsvag fuera arrasado por los alemanes nació un niño con una sensibilidad muy especial en una casita en el centro del pueblo. Con el paso de los años Knut Erik Jensen se hizo adulto y se dedicó al cine, algo de lo más natural ya que se crió en uno de los más cinematográficos y espectaculares paisajes de Noruega. La fama no se hizo esperar y pronto fue conocido por películas tan personales y enternecedoras como Cool & Crazy o Stella Polaris ( que recomiendo ver encarecidamente)
El pueblo, orgulloso de su hijo pródigo que aún visita su villa natal en numerosas ocasiones, decidió levantar un monumento en uno de los puntos más altos de la comunidad, aquel desde donde se tiene una visión más completa y perfecta de la bahía y del mar. Hoy, los viajeros subimos hasta el punto que marca su efigie y seguimos su mirada, intentando ver todo aquello que él vio, todo lo que captó su atención, lo que despertó su imaginación y que aún sigue ahí, frente a nosotros.
Es muy fácil llegar a hasta él, basta con perderse detrás de las casitas más elevadas del pueblo y seguir un sendero que nos lleva directamente hasta este improvisado mirador que nos regala una de las mejores y más íntimas imágenes del recóndito y maravilloso norte de Noruega.
La fe mueve montañas
Está claro que al visitar el apacible pueblecito de Honningsvag no esperaríamos encontrar una gran catedral al estilo de Roma o Londres, ni siquiera una iglesia de piedra de medianas dimensiones, pero lo que no imaginábamos era la gran carga histórica que poseía la pequeña iglesia de madera en la que apenas caben 220 personas.
Sepan ustedes que nos encontramos ante el edificio más antiguo de toda la isla de Magerøya y no sólo eso, sino que es el único superviviente de la Segunda Guerra Mundial. Permaneció indemne e ilesa mientras que el resto del pueblo fue reducido a cenizas por las tropas alemanas.
Sepan ustedes que nos encontramos ante el edificio más antiguo de toda la isla de Magerøya y no sólo eso, sino que es el único superviviente de la Segunda Guerra Mundial. Permaneció indemne e ilesa mientras que el resto del pueblo fue reducido a cenizas por las tropas alemanas.
Los habitantes huyeron despavoridos ante la ferocidad y las ansias de destrucción de los soldados, y tan sólo después de que finalizara la contienda regresaron donde antes se levantaba la próspera ciudad pesquera.
Decididos a reconstruir de nuevo Honningsvag, unas 100 personas hicieron del templo su cuartel general, su casa, e incluso su panadería. Poco a poco, día a día fueron levantando de nuevo sus hogares.
Y lo consiguió, su bar de hielo es hoy visita obligada de todos los viajeros que quieren vivir una experiencia única en un entorno que mezcla lo natural con lo sofisticado.
Decididos a reconstruir de nuevo Honningsvag, unas 100 personas hicieron del templo su cuartel general, su casa, e incluso su panadería. Poco a poco, día a día fueron levantando de nuevo sus hogares.
Por eso, y desde entonces, la iglesia se erige como símbolo de la unidad, el sentimiento de comunidad, la esperanza y la determinación de un pueblo.
Dentro, podemos imaginar las duras condiciones en que tuvieron que vivir las personas que durante meses tuvieron el valor de devolver su pueblo a la vida. Un sencillo altar , un pequeño órgano, un sencillo púlpito y un barco que recuerda el carácter marinero de la zona fueron los únicos testigos de aquella demostración de valentía, fuerza y coraje.
Artico Bar, una experiencia que te dejará helado
Nada más y nada menos que catorce años lleva este peculiar bar de hielo abriendo sus puertas cada temporada para ofrecernos una experiencia sensorial única a los que por una u otra razón cruzamos el Círculo Polar Ártico y recabamos en la aislada Honningsvåg.
En nuestro caso, una escala de crucero nos llevó al lejano norte de Noruega, y mientras hacíamos tiempo para la excursión que nos acercaría hasta Nordkapp, nos dedicamos a recorrer la ciudad, dejando para el final la visita al Artic Bar como punto estrella indispensable de la jornada. Fuimos recibidos por la ajetreada y amabilísima Gloria, una zaragozana que hizo realidad su sueño de montar una empresa diferente y convertirse en una referencia en toda Europa.
En nuestro caso, una escala de crucero nos llevó al lejano norte de Noruega, y mientras hacíamos tiempo para la excursión que nos acercaría hasta Nordkapp, nos dedicamos a recorrer la ciudad, dejando para el final la visita al Artic Bar como punto estrella indispensable de la jornada. Fuimos recibidos por la ajetreada y amabilísima Gloria, una zaragozana que hizo realidad su sueño de montar una empresa diferente y convertirse en una referencia en toda Europa.
Y lo consiguió, su bar de hielo es hoy visita obligada de todos los viajeros que quieren vivir una experiencia única en un entorno que mezcla lo natural con lo sofisticado.
Cada año una expedición de singulares arquitectos se dirige a los lagos a recoger los enormes bloques de hielo que serán el material con el que se construirá el bar de hielo de la temporada. El agua congelada se clasifica y se escoge siguiendo criterios de pureza, transparencia y sobre todo se busca la singularidad, aquellos bloques que por su contenido en burbujas puedan aportar un "plus" a la originalidad de la construcción.
Después de tomar infinidad de fotos, a cual más sugerente, nos quitamos los ponchos que nos han proporcionado en la entrada y volvemos a la tienda que sirve de vestíbulo al bar, en la que encontramos todo tipo de recuerdos de Noruega, de Cabo Norte y como no, del propio Artic Bar.
No podemos marcharnos sin tomarnos una foto y saludar a Lonchas, un enorme y precioso Alaskan Malamute, compañero de aventuras y Consejero Administrativo de José, el propietario del bar.
Como el Artic Bar está muy cerca ( apenas 200 metros) del puerto de cruceros, nos da tiempo de ir a cenar antes de dirigirnos al increíble Cabo Norte.
Una vez trasladados los bloques y cortados en diferentes tamaños y formas, comienza la elaboración de un espacio completo que consta de paredes, mesas, sillones, barra e incluso un pequeño iglú para tomarnos esa foto que será un recuerdo imborrable.
La luz fría y sus reflejos son fundamentales en este lugar, ya que consiguen imitar los colores de la aurora boreal y dar al interior un ambiente de frío ártico que lo convierten en algo único. Nos sirven unas deliciosas bebidas sin alcohol en unos vasos de hielo que según la tradición y una vez vacíos debemos tirar al mar de espaldas y sin mirar, pidiendo un deseo como marca la ley.
Después de tomar infinidad de fotos, a cual más sugerente, nos quitamos los ponchos que nos han proporcionado en la entrada y volvemos a la tienda que sirve de vestíbulo al bar, en la que encontramos todo tipo de recuerdos de Noruega, de Cabo Norte y como no, del propio Artic Bar.
No podemos marcharnos sin tomarnos una foto y saludar a Lonchas, un enorme y precioso Alaskan Malamute, compañero de aventuras y Consejero Administrativo de José, el propietario del bar.
Como el Artic Bar está muy cerca ( apenas 200 metros) del puerto de cruceros, nos da tiempo de ir a cenar antes de dirigirnos al increíble Cabo Norte.
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