Llegamos bien temprano a Luanco, villa famosa por sus cazadores de ballenas y la industria conservera del bonito, sardina, caballa y rape, que durante decenios dio empleo a sus habitantes. Hoy, como casi todas las villas costeras asturianas, ha cambiado su antiguo modo de vida por el turismo, aunque aún sobreviven las antiguas artes de pesca menor. Desde la Playa de la Ribera tenemos una magnífica vista de la Punta Samarincha...
Y del puerto de Luanco que se adentra en el mar con la figura inconfundible de su iglesia de Santa María.
Hubo en esta playa un balneario, aprovechando que la pequeña cala se inundaba y lo sigue haciendo por efecto de la marea alta, que hasta 1916 fue el principal imán turístico para los visitantes de la villa, que podían disfrutar de unas estupendas jornadas de baños mientras observaban el ir y venir de las barcas de pesca.
Conociendo sus calles y edificios, nuestro primer protagonista es la Torre del Reloj.
Construida en el siglo XVIII, esta torre con aires de faro, se levantó con la idea de servir de punto de referencia en la ciudad y reloj municipal, aunque a lo largo de los años varias fueron sus funciones, como cárcel, polvorín o almacén, hasta retomar sus funciones horarias a mediados del siglo XX. Formada por cuatro plantas, en su fachada principal muestra una preciosa puerta barroca con el escudo del Consejo que incluye una cruz de la Victoria. Una profunda restauración integral en los años 80 del pasado siglo le devolvió su aspecto original y en el año 2020 se retiró la campana que tenía 350 años para sustituirla por una nueva.
Continuamos por la Calle la Riba, interesante muestra de la arquitectura costera asturiana, con su casas balconadas y otras viviendas más humildes, las de los pescadores...
Pasando por delante del Palacio de los Menéndez de la Pola. Esta familia, una de las más poderosas del consejo, gracias al comercio en la segunda mitad del siglo XVI con los arboles que servirían con su madera para construir los barcos de la armada real, obtuvo el favor del rey Felipe II, que quiso saldar sus deudas otorgándoles inmensos terrenos que incrementaron enormemente el patrimonio familiar. Su palacio, declarado Monumento Histórico Artístico es la muestra más tangible de su riqueza.
A dos pasos encontramos la Iglesia de Santa María de Luanco.
Hasta el siglo XVIII, los habitantes de Luanco debían acudir a una capilla que pertenecía a la familia Menéndez Pola situada junto al palacio que acabamos de ver. Pero como consecuencia de la bonanza económica que trajo la caza de cetáceos y la recién nacida industria conservera, el número de habitantes creció de tal manera que muy pronto el espacio para el culto quedó pequeño.
A partir de 1730 la iglesia empieza a tomar forma, siendo la torre campanario su último añadido, posterior a las columnas y tejado que sostienen el cabildo, lugar de reunión de los pescadores y a veces con función de pequeño mercado.
La familia Pola había cedido los terrenos, pero no iba a correr con los gastos de su construcción, así que los luanquines tuvieron que hipotecar sus casas para poder pagar los materiales y obras de una iglesia que les estaba costando sudor y lágrimas.
Aún así el precio fue muy elevado, con lo que tuvo que intervenir el Monasterio de San Pelayo, sufragando el dinero necesario para poder acabarla, pidiendo a cambio algunos privilegios, como asientos preferentes, y el derecho de enterrar allí a algunos de sus monjes, marcando las sepulturas con la inicial P.
Eso si, el resultado fue realmente espectacular, ya que la iglesia se levanta en un promontorio espectacular y el interior, que contrasta con el sencillo porte que vemos antes de entrar, posee magníficos ejemplos de preciosos retablos barrocos.
El más importante, sin duda, es el que preside el altar mayor, dedicado al Cristo del Socorro, pagado íntegramente por el Gremio de Mareantes como agradecimiento a su patrono, que salvó a quince embarcaciones que no podían regresar a tierra a causa de una galerna y los depositó sanos y salvos en las tranquilas aguas de la playa.
Desde el emplazamiento podemos disfrutar de la bella estampa de la Playa de Luanco...
Y el verde paisaje que rodea la localidad.
Muy cerca se encuentra el Cabo de Peñas, espacio protegido de una belleza inigualable.
Situado en la zona central de la costa asturiana, es quizá uno de los lugares más abruptos y escarpados de todo el Principado. Con acantilados que alcanzan los 100 metros de altura y una vista que parece perderse en el infinito, desde el borde del precipicio podemos observar islas e islotes como La Erbosa y otros cabos como el Vidio o Budio que son el hogar de miles de aves entre las que destacan el cormorán moñudo, la gaviota patiamarilla o el halcón peregrino, que encuentran en estas paredes inaccesibles un lugar tranquilo donde anidar y reproducirse.
Para recorrer el entorno, se ha dispuesto una larga pasarela de madera con valiosos paneles explicativos que nos dan toda la información que necesitamos para valorar el cabo y su entorno natural.
Pero lo que quizá llame más nuestra atención es el faro, que desde 1852 alumbra y señala este rincón de la costa asturiana. Aunque realmente debemos decir que el que ahora vemos es del año 1929 y que durante un tiempo convivió con el anterior que quedó obsoleto por su pequeña altura y su óptica de calidad insuficiente.
Considerado el faro más importante y con mayor alcance de Asturias, hoy combina su función de orientación con la educativa, ya que en su planta baja se encuentra el Centro de recepción de visitantes e interpretación del medio marino de Peñas.
Una curiosidad y algo totalmente nuevo para mi, es la imagen de unos gigantescos postes localizados cerca del borde del acantilado. Se trata de una sirena instalada en 1951 que sostenía14 vibradores electromagnéticos que emiten la letra P en código morse. Actualmente sólo se conservan 6 de estos vibradores.
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