Seguimos adelante acercándonos a la calle Rivero, que nos enseña dos muestras de la arquitectura de soportales que es bastante frecuente en Avilés. Uno de ellos es el Palacio de Llano Ponte, levantado por un indiano en el siglo XVIII.
Frente a él se levanta otro edificio con menos valor histórico y preciosos balcones acristalados.
En la aledaña Plaza de España encontramos varios de los mayores tesoros de Avilés. Uno de mis favoritos es el elegantísimo ayuntamiento, construido en el siglo XVII e inspirado en el de Oviedo. Son dos plantas bajo cuyos soportales en su tiempo se instalaba un mercado, reservada la planta alta para dos grandes salas de reunión y las oficinas administrativas.
Justo enfrente se localiza el Palacio de Ferrera, hoy convertido en hotel de lujo, construido entre el siglo XVII y el XVIII, y que colinda con la iglesia de San Nicolás de Bari, un antiguo convento franciscano. Sobrio, y con una fachada profusa en balcones que enmarcan el escudo de armas del marqués, era el marco perfecto para la entrada y salida con todo el boato que requería la noble familia en sus paseos en carruaje.
Su principal característica, sin embargo es la poderosa torre en escuadra, ejemplo casi único en toda Asturias. Durante la Guerra Civil, el edificio fue sede del Comité de Guerra Republicano y la Comisión de Agricultura, hasta la entrada en Avilés de las tropas de Franco. Al terreno y propiedad original pertenecía una enorme superficie ajardinada, que fue adquirida en 1976 por el Ayuntamiento y hoy constituye el Parque de Ferrera.
Cuando no existía el agua corriente, los habitantes de la ciudad acudían a ésta y otras fuentes a surtirse del agua necesaria para sus necesidades diarias, y a ella acudían burros, vacas y otros animalillos de tiro a saciar su sed. Como curiosidad, en 2006 se realizó una copia en moldes de silicona para fabricar una copia que ahora se encuentra en la ciudad americana de San Agustín de la Florida, hermanada con Avilés.
Como anécdota les pongo imagen de la copia que se encuentra en un jardín público de esa ciudad americana. Un auténtico....Juzguen ustedes mismos.
Cuando la ciudad comenzó su expansión fuera de las murallas, allá por el siglo XVII, se decidió abrir esta vía que cuenta con más de 250 metros de edificios que cobijan otros tantos metros de pasillos cubiertos y columnados, muchos de ellos conservados tal y como fueron diseñados. La idea era proteger al viandante del sol y la lluvia, sobre todo esta última tan habitual en el norte de Asturias y dotar a los comerciantes y artesanos de un lugar donde poder ejercer su oficio. En los bajos de los edificios trabajaban y tenían sus tiendas, mientras que habitaban los pisos superiores. Para completar sus "comodidades", en la parte trasera contaban con huertas y cobertizos para animales.
El suelo de los pasadizos también tiene su curiosidad, ya que lo vemos formado por dos tipos de firme. Por un lado el de cantos rodados para el paso de animales, y por otro el de losetas para los transeúntes. Resalta sobre todo los balcones de algunas de las casas, en madera y cristal, que impedían la entrada del frío y la humedad y regalaban algunas horas de sol y calor a sus moradores.
Al final de la calle, en la Plaza de Carbayedo seguimos encontrando muestras de edificios singulares con la misma función que los de la calle Galiana pero que hoy han transformado su función del pasado para convertirse en populares lugares de copas y tapeo.
Cuando llegamos hasta este rincón de Avilés, poco podríamos imaginar que el lugar fue en sus tiempos un frondoso y enorme bosque de carbayos ( robles), cuya madera era muy apreciada y utilizada prácticamente para todo, principalmente en la construcción de barcos de los astilleros de Sabugo.
Cuando la calle Galiana que partía de la Plaza de San Francisco, creció hasta llegar a él, el bosque desapareció definitivamente y los edificios ocuparon su lugar.
Durante años el espacio central que el desaparecido bosque dejó fue sede de un mercado agrícola y de ganado, del que aún se conserva el abrevadero transformado hoy en fuente. Fue a finales del XIX cuando el lugar se convirtió en plaza y se rodeó de colegios, institutos y otros edificios administrativos y culturales. En su centro, y en recuerdo del pasado de la villa, colocaron un gigantesco hórreo, símbolo de la arquitectura rural asturiana, que tal y como sabemos tenía y tiene como función mantener a salvo de humedades y roedores los cereales y productos de la huerta.
Desandamos el camino y volvemos al ayuntamiento, donde en uno de sus costados, el de la calle de la Fruta, encontramos la llamada Fuente de doña Rolindes. Este manantial, no estuvo siempre aquí, de hecho se trata de una mezcla inventada en 1970. El caño y el frontal proceden de una fuente que la señora tenía en la finca de los Colunga en el Carbayedo, donde se ubicaba el colegio de las Doroteas, mientras que los elementos restantes llegaron de casonas de Llaranes y Sabugo.
Seguimos bajando la calle hasta llegar a la Plaza de Camposagrado, donde se levanta el impresionante palacio del mismo nombre.
Edificado a partir de un antiguo caserón adherido a la muralla y heredado por matrimonio de los Alas Carreño en favor de los Camposagrado, el actual palacio fue concebido con un doble fin. Por un lado, en el oculto a la plaza encontramos el aspecto práctico, el lado sencillo y abierto de la estructura, que constituía un mirador de la ría y por tanto lugar de vigilancia de barcos y mercancías que llegaban desde el mar. Por el otro la vistosa fachada que demostraba el poderío y riquezas de los Camposagrado mediante todo tipo de artificios y adornos.
Nos centramos por ello en esta fachada, con dos torres laterales simétricas, adornadas con blasones discretos que enmarcan el cuerpo central rectangular. Precisamente es aquí donde Quirós, el marqués, descargó toda la artillería propagandística y exhibicionista, con un gigantesco escudo guardado por dos gigantescos tenantes.
Todo este abigarramiento y barroquismo dan al palacio la apariencia de un retablo como el que encontraríamos en una ostentosa catedral, sobre todo por el uso de las adornadas columnas y los tapetes vegetales que rellenan los espacios entre los huecos de las ventanas.
Por último decir que llamó tanto la atención de los franceses durante la Guerra de Independencia de 1809 que lo convirtieron en su cuartel general.
Y visitamos ahora el edificio más antiguo de la ciudad, la iglesia de los Padres Franciscanos o mejor y propiamente dicho la iglesia de San Antonio, que se remonta al siglo XII. Este templo de portada románica estuvo hace tiempo junto al puerto, antes de la recolocación y crecimiento de la ciudad.
Famosa porque en su interior descansan los restos del almirante Pedro Menéndez, el avilesino fundador de la primera ciudad de lo que luego se llamaría Estados Unidos, tiene adosada la capilla de los Alas, aquellos que entroncaron con los Camposagrado.
Su santo titular es San Antonio de Padua desde su fundación. que encontramos en el retablo central con el Niño Jesús en brazos, recordando el episodio en el que el pequeño Salvador le visitó mientras meditaba.
En sus orígenes, el templo era mucho más pequeño y sencillo, pero con el paso del tiempo se le añadieron las capillas y otras dependencias, e incluso un cementerio que estaba delimitado por la muralla medieval.
Abundante en capillas funerarias, su ornamentación interior es casi nula, contrariamente a lo que esperamos antes de entrar a ella, pero acorde con el estilo románico con el que se construyó.
La iglesia guarda varios ejemplos de imaginería religiosa de gran valor artístico, aunque sin duda la referencia de todo visitante que acuda como amante de la historia, y no como creyente es la tumba que destaca a la izquierda del altar mayor.
Se trata, como hemos mencionado antes del sepulcro de Pedro Menéndez, nacido en el seno de una modesta familia avilesina de 19 hermanos, que se enroló como grumete con tan sólo 14 años y consiguió ahorrar lo suficiente para ya ser dueño de un barco y convertirse en pirata con 19. Luego se hizo corsario del rey Felipe II y sumando en el escalafón social fue general de Indias, gobernador de Cuba y fundador de San Agustín de la Florida, aquella donde construyeron la réplica de la fuente de los 7 caños. Por si fuera poco venció en la lucha al temible pirata francés Pata de Palo, para acabar muriendo de tifus con 55 años, edad avanzada para su tiempo.
Salimos de la iglesia y en la misma calle de la Ferrería nos topamos con el edificio civil más antiguo de Avilés, el Palacio de Valdecarzana o de las Bargañanas. Esta maciza estructura gótica perteneció a la familia burguesa que le da nombre. Lo que vemos hoy no es del todo original, ya que tan sólo la fachada es la original del siglo XIV. En su planta baja tenía sede el local comercial de la familia, mientras que el piso superior era su residencia.
Dirigiéndonos a los últimos puntos de interés en nuestra visita a Avilés, encontramos el antiguo edificio de la Policlínica Rozona, construido en un estiló que me recordó a las grandes casonas de balcones corridos en forja de Nueva Orleans.
Pasamos por la Plaza del Mercado de Avilés, ubicada en terrenos que antes eran marisma al igual que los que ahora ocupa el parque del Muelle. El espacio fue construido a finales del siglo XX, con cuatro entradas que dan a un amplio patio interior donde se desarrolla toda la actividad comercial.
Finalizamos nuestro recorrido en la que muchos conocen como la Catedral de Avilés, pero que en realidad se llama Santo Tomás de Canterbury. Ocupa los terrenos que hasta finales del siglo XIX eran lugar del convento de La Merced. El diseño corrió a cargo de Bellido, por lo que no es difícil ver similitudes con otra de sus magistrales obras, la basílica de Covadonga.
Aún habiendo sido edificada en un barrio de pescadores, la portada le da la espalda, ya que en esos primeros años del siglo XX, se esperaba ya que la ciudad creciera ante ella, según los planos y planes que se fraguaban en el ayuntamiento.
Las dos torres gemelas de 47 metros de altura dan paso a una nave de 57 de largo y 22 de ancho, con 45 ventanales que dan luz a obras de arte religioso de artistas asturianos, como las del sacerdote Félix Granda, que aunque resultaron gravemente dañados durante la Guerra Civil fueron restaurados por el mismo autor.
Se da la circunstancia de que el santo bajo cuya advocación se levantó la iglesia ya tiene otro templo en la ciudad, por lo que a ésta se la conoce también con el nombre de iglesia Nueva de Sabugo, para diferenciarla de aquella que se quedó pequeña para tanto fiel cristiano.
Avilés entera se volcó para construir el nuevo templo, que fue promocionado como nuevo símbolo del progreso y la industrialización. Desde el ayuntamiento se animó a la burguesía local, a los ricos indianos que retornaban y al pueblo llano a aportar el dinero necesario para levantar el nuevo templo.
Para reforzar y premiar el esfuerzo, a mediados del siglo XX se consiguió obtener una pequeña astilla de madera del Lignum Crucis que se venera en Santo Toribio de Liébana, que ya vimos en su momento y que hoy se conserva en un relicario de madera de castaño.
Volvemos al punto de partida y por el camino encontramos una curiosa escultura. Se trata de "La Monstrua", una escultura de González Hevia basada en un lienzo del avilesino Carreño Miranda.
Nacida en Cantabria durante una misa, la niña Eugenia ya pesaba 25 kilos al cumplir un año y 70 con sólo seis. Habiendo llamado la atención de un noble de la comarca, fue llevada ante el mismísimo rey Carlos II, cuya corte gustaba de rodearse de enanos, bufones y tarados para pasar sus largos ratos de ocio.
El monarca quedó fuertemente impresionado por la niña, que fue retratada por el pintor de Avilés que en esos años era su pintor de cámara.
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