miércoles, 11 de agosto de 2021

Galicia, nuestro secreto mejor guardado (XI)

Fervenza do Ezaro

Cuando el río Xallas llega a su destino final, lo hace entre Dumbría y Carnota, y no desagua lánguidamente como otros ríos, no, lo hace en forma de una espectacular catarata que en Galicia se conocen como fervenzas.

Dado que el Atlántico penetra en tierra a través de la ensenada de Ézaro, la catarata cae sobre su agua salada, ya que en ese momento deja de ser un río.

No es un caso único en el mundo, ya que podemos encontrar fenómenos parecidos en varios puntos de Europa, pero el de Galicia nos toca muy de cerca. Y es una pena que de todos, sea el único que ha ido perdiendo espectacularidad con el paso de los años, ya que varios embalses y presas a lo largo del curso del río, dictaminaban la cantidad de agua que debía formar la cascada. Así, durante mucho tiempo, podíamos ver que ésta estaba formada por un hilillo de agua o por cientos de miles de litros que rugían antes de desbordarse al mar. 


Afortunadamente, las continuas protestas ecologistas hicieron que la cascada volviera a retomar su caída natural, aunque no en todo su esplendor, ya que se regula siguiendo el llamado "caudal ecológico", es decir, la cantidad absolutamente necesaria para que se mantengan las condiciones óptimas para la fauna y flora de su entorno.

Por el camino nos encontramos la antigua Fábrica de Luz, que en su momento aprovechaba la caída de la cascada para generar electricidad y hoy es un museo sobre la energía hidroeléctrica. Y tras dejarla atrás nos damos de lleno con la caída de agua.


Son 40 los metros que salva el agua en su caída libre hacia el entrante marino que custodian las villa de Ézaro y O Pindo.




En verano, la espectacular cascada y su entorno se iluminan de 11 a 12 de la noche, realzando aún más si cabe la belleza del paraje.


Nuestro siguiente destino es vital para todo viajero que recorra tierras gallegas. Tanto por su significado místico, como religioso y espiritual.
Finisterre o Fisterra, el final de la tierra conocida en la Edad Media, es geográficamente famoso por ser el punto más occidental de la Europa continental, o por lo menos así era hasta que se hicieron ciertas mediciones décadas atrás y se comprobó que era Cabo de Roca en Portugal.

Fueron los romanos los que con las medidas de sus geógrafos crearon el mito de Finisterre, el cabo que entra tres kilómetros en el Atlántico y que marcaba el fin del imperio. Pero antes de ellos ya hubo aquí un santuario celta que incluso puede remontarse a tiempos fenicios. Aquí tenían lugar las ceremonias diarias con las que despedían al sol cada atardecer.

Pero actualmente el lugar es más conocido por ser el punto y final de la llamada Ruta Xacobea, que para muchos peregrinos no termina con la visita al santo en Santiago, sino que es realmente aquí donde llegan a ese kilómetro 0 que marca el final de su viaje físico e interior.

Su faro está cargado de historia, o por lo menos el lugar donde se ubica, ya que en el llamado Monte Facho se encendían las enormes hogueras que avisaban de la proximidad de la costa.

El edificio que hoy vemos data de 1853, y en él se instaló una luz que alcanza los 57 km. Si a esto sumamos sus 17 metros y que está situado a 143 metros de altura, su papel en la seguridad naval está más que comprobado.

Pero también hay días, como el de hoy de una niebla intensa, por lo que tuvo que complementarse la luz con el añadido de unas enormes bocinas que en la zona se conocen como "a Vaca de Fisterra" por su sonido parecido con el mugido de este animal tan gallego.

Lugar de paso de comerciantes, guerreros y exploradores, fue también escenario de grandes naufragios a lo largo de la historia, por la peligrosidad de sus costas. En sus fondos deben encontrarse pecios de aquellos ingleses y franceses que batallaron en el siglo XVIII por el dominio de Europa.

El lugar, que suele estar un poco masificado en verano, cuando el Camino atrae a más peregrinos, se nos presenta hoy vacío, pero cargado de aquellas emociones que han ido dejando aquí sus visitantes, y también quienes han preferido dejar algo material, como los medallones que se desperdigan por el recinto del faro...

O la famosa escultura de la bota, que originariamente componía un par pero quedó sola tras haber sido robada su compañera.

Existe también una cruz que marca el final del camino, y sobre la que los peregrinos dejan objetos en recuerdo de su peregrinación y junto a la que se solía quemar las botas y la ropa usadas como acto de purificación.

Como curiosidad existe también un poste donde se marcan las distancias a las principales ciudades del mundo.

Y dejamos atrás Finisterre mientras desaparece entre la niebla...

Dormimos esa noche en Muxía, y al día siguiente nos acercamos a ver su mayor tesoro, el Santuario Virgen de A Barca.

Tiene la Costa da Morte en este punto de su recorrido, un encanto y misterio que la hacen aún más especial y encantadora. Concretamente en el lugar donde las aguas de la Ría de Camariñas se unen con las del mar, se alza el precioso Santuario de Nosa Senñora da Virxe de Barca.

Lugar de peregrinación por su conexión mística con Santiago, debemos dejar el coche en Muxía y andar por el llamado Caminño da Pel, donde hasta hace unas décadas se encontraba una pequeña fuente que servía a los peregrinos para quitarse el polvo del Camino y purificarse antes de visitar el templo.

Su historia, como suele ocurrir, hunde sus raíces tan profundamente en el tiempo que se desconoce el momento en que aquí se construyó el primero de los santuarios. Si nos fiamos de la leyenda, la Virgen arribó al lugar en una barca hecha de piedra para encontrarse con Santiago y apoyarle en sus obligaciones adoctrinadoras. Al parecer las grandes piedras que se encuentran frente al templo son parte de ese navío.

Para reforzar ese apoyo, apareció bajo una de ellas una imagen de la Virgen, que encontrada por los habitantes de la villa fue recogida y llevada al templo principal. Pero María no estuvo de acuerdo con este movimiento y se volvió al mismo sitio en el que estaba. Por ello, y para no contradecirla, se decidió construir una iglesia justo en el lugar donde embarrancó la embarcación mariana.

Leyendas aparte, hay constancia escrita de que ya en el siglo XIV había aquí una pequeña ermita que protegía la Sagrada Imagen, edificio que se hubo de demoler para construir el que ahora vemos, mucho más grande y capaz de recibir a la creciente multitud de peregrinos que hasta aquí llegaban y conseguían los milagrosos favores de la Virgen.

Esto ocurrió en 1719, siempre según las crónicas. Pero poco menos de tres siglos iban a durar las alegrías, ya que un voraz incendio el día de Navidad de 2013 y cuyo origen es incierto ( se dice que pudo ser un rayo o las chispas de un transformador de la sacristía), destruyó el interior de la iglesia, incluyendo el valiosísimo retablo del altar mayor. Afortunadamente la imagen de la Virgen que en ese momento presidía el templo era una copia.

Para 2015, menos de dos años después ya se encontraba totalmente restaurado y abierto de nuevo al culto, aunque para muchos con un color y aspecto muy distinto al original. Aún así nada ha cambiado, y romerías y peregrinaciones siguen sucediéndose a lo largo de los años. 
Muchos siguen viniendo no sólo por la Virgen, sino para ver y tocar las famosa piedras que formaban parte del barco mariano.

Entre ellas varias destacan de tal manera que hasta tienen nombre, como la Pedra de Abalar, que tienen la virtud de oscilar cuando alguien se sube encima.

Pero cuidado, porque sólo se mueve si su jinete es limpio de corazón e incluso lo hace sola si va a ocurrir alguna desgracia.

Otra de las rocas objeto de devoción es la llamada "Os Cadris", con una curiosa forma de riñón y que se supone era la vela de la barca. Si queremos aliviar nuestras afecciones renales o si padecemos de migraña, debemos pasar bajo ella nueve veces para conseguir el milagro. Otras piedras componen el Timón y como no, la Pedra de los Enamorados", que no puede faltar.


Si todo este simbolismo nos parece insuficiente, subamos al pequeño promontorio que se halla junto al templo para ver de cerca "A Ferida", un monolito de 400 toneladas y 11 metros de altura que recuerda los daños causados por el desastre del Prestige.






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