miércoles, 12 de noviembre de 2025

Euskadi: Un lienzo pintado por el tiempo y el mar (III) Hondarribia

Hondarribia nació donde el mar y la frontera decidieron encontrarse. No es una ciudad que surgiera por casualidad, sino por necesidad: su emplazamiento, en la boca del Bidasoa, la convirtió desde la Edad Media en una plaza estratégica entre reinos, en una línea de control sobre el tránsito marítimo y sobre la ruta hacia el interior. Así, su geografía —esa bahía tranquila frente a Hendaya— fue también su destino histórico.

Durante siglos Hondarribia vivió con la urgencia del límite: fortificaciones, atalayas y murallas crecieron en respuesta a amenazas reales —incursiones, asedios, tensiones entre potencias— y la ciudad se organizó en torno a esa doble naturaleza: militar y marinera. No fue un burgo mercantil cualquiera; fue bastión. Las fortificaciones que hoy vemos son, en gran parte, el resultado de esa función; su silueta pétrea no es adorno sino eficacia.

Pero todo esto lo veremos en nuestro recorrido por la ciudad.


Entrar a Hondarribia por la Puerta de Santa María es atravesar un punto literal de tránsito histórico. Esta puerta, robusta, austera, imponente, era el acceso principal a la ciudad amurallada. No es un arco ornamental: era control. Era filtrado. Era defensa. Por aquí se definía quién entraba, quién salía y en qué condiciones. Construida en piedra y reforzada en época moderna, su forma recta, severa, sin florituras excesivas, es reflejo puro de una villa fronteriza que no estaba para sutilezas estéticas, sino para resistir. Sobre el arco se conservan escudos y elementos heráldicos que son la firma de los linajes que sostuvieron —políticamente y económicamente— la fortificación de la villa. Y eso la convierte también en documento: cada símbolo es una capa histórica reconocible.



Delante del arco, El Hatxero.

La escultura al Hatxero en  es una de esas piezas que si no sabes lo que representa… puedes pasarla por alto, ero si la entiendes, te abre una dimensión humana de la ciudad que no dan ni murallas ni castillos. El Hatxero era el soldado de infantería que iba delante, el abridor, el que abría paso, el que con su hacha ligera (hacha = hatxe) rompía obstáculos, despejaba camino, atacaba en primera línea y protegía a los demás detrás. No era oficial, no era noble: era fuerza directa y arriesgada del ejército fronterizo.

La escultura que vemos hoy lo representa en posición firme, con la hacha a punto, en actitud de avance. Es sobria, sin dramatismo, sin heroísmo exagerado. Precisamente por eso es tan potente: encarna de forma directa el espíritu militar real que tuvo la ciudad durante siglos. Por eso esta escultura no es solo homenaje a un soldado. Es homenaje a todos esos hombres anónimos sin apellido ilustre, sin blasón propio, que sostuvieron las batallas que luego otros firmaron en tratados diplomáticos.


El Kasino Zaharra es uno de los edificios civiles más elegantes y reconocibles de Hondarribia, y además uno de los que mejor explican el paso de villa militar dura a villa burguesa culta y social. Su presencia es distinta: no es defensiva, no es pétrea al estilo fortaleza, sino refinada, abierta, casi cosmopolita para el tamaño de la ciudad. El Kasino Zaharra fue durante décadas el gran punto de reunión de la élite local, el espacio de sociabilidad formal: tertulias, café, reuniones políticas, música… fue símbolo de ese cambio de mentalidad del siglo XIX donde Hondarribia empieza a mirar el ocio, la vida elegante, la conversación, la cultura… en vez de vivir únicamente para el conflicto fronterizo. Su fachada tiene esa estética afrancesada que no es casual: aquí enfrente está Francia, literalmente al otro lado del río, y durante siglos la influencia francesa se filtró en estilo, usos sociales y mentalidad urbana. Fue también punto clave de vida cultural local. Aquí se reunía gente con ideas, marineros que habían visto mundo, políticos, comerciantes, militares retirados… se debatía, se observaba, se discutía. Hoy el edificio mantiene esa aura señorial antigua, y se ha convertido en restaurante. Pero sigue teniendo categoría visual. Para muchos es uno de los edificios que mejor muestran cómo Hondarribia tuvo dos almas: la militar del castillo… y la civil ilustrada del Kasino Zaharra.


Hondarribia por dentro es un tablero medieval urbano precioso. Aquí las calles no son solo calles —son capas. Son memoria caminable. Cuando entras por Santa María y te adentras hacia el interior amurallado, todo se vuelve estrecho, empedrado, recogido. Hondarribia tiene un trazado muy puro de villa fronteriza medieval: calles rectas, ligeramente en pendiente, y manzanas muy definidas entre muros. Aquí nada es casual, porque las calles eran defensa, control, laberinto. Lo primero que llama la atención son los balcones de madera pintados en colores intensos —rojo, verde, azul, granate oscuro— y llenos de flores. Eso no es para el turista. Esa tradición viene del prestigio marinero vasco, del simbolismo familiar, de la madera barnizada contra la sal.




La calle Mayor, Nagusia, es la columna vertebral. Allí estaban los comercios más antiguos, las casas más nobles, la vida social. Cuando caminas, se nota. Es una calle que se siente “rectora”. Luego aparecen pequeñas callejuelas laterales que parecen hechas para escapar, para sorprender. Algunas conectan con bastiones, otras con pequeñas plazuelas, otras con miradores que de pronto se abren hacia la bahía y Hendaya enfrente.


Las calles se leen como si fueran un libro. Puedes imaginar asaltos, ceremonias, procesiones, festejos, mercados… todo ahí. Todo en esos 3-4 pasillos urbanos que parecen escenografía de película histórica pero son reales. Y Hondarribia mantiene algo que pocas ciudades medievales conservan: la sensación de continuidad. No es decorado, es verdad viva. Las calles aquí no son pasado: son presente habitado.




Aquí encontramos casas nobles como del Conde de Torre Alta, un antiguo palacio nobiliario ligado a los militares de alto rango encargados de la defensa de Hondarribia, la Casa Zuloaga, de comerciantes y marinos con conexiones con el tráfico atlántico, la Casa Ordóñez, familia vinculada a cargos públicos y administración real, entre muchas otras.


A mitad de calle se encuentra la plaza del Obispo. En ella se encuentra la Casa Palencia o Echevestenea, de origen medieval. En ella  nació Don Cristóbal de Rojas y Sandoval en 1502. Llegó a ser arzobispo de Sevilla, capellán de Carlos V y protector de Santa Teresa.


La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción y del Manzano es el edificio religioso más importante de Hondarribia, y además uno de los más interesantes del País Vasco a nivel histórico porque está íntimamente ligado a la identidad de plaza fronteriza. Esta iglesia fue lugar de juramentos, pactos, protección de archivos, refugio en momentos de sitio… era un pilar de estabilidad política además de religiosa.

Las capillas laterales son pequeños mundos particulares, cada una con su personalidad marcada. Muchas de ellas están vinculadas a cofradías, familias y linajes que tuvieron peso en la ciudad. Es muy diferente a otras iglesias donde las capillas parecen repetidas o meramente ornamentales. Aquí cada una tiene su razón y son cápsulas históricas. Muestran devociones marítimas, militares, gremiales y reflejan esta doble alma híbrida tan característica: mar + frontera + nobleza + religiosidad vasca.

En algunas capillas se conservan piezas de imaginería antigua, pequeños retablos y elementos que hablan de siglos en los que el templo fue refugio espiritual en momentos muy difíciles.


El altar mayor es de carácter monumental, barroco en su presencia pero sobrio en proporciones, con ese gusto vasco por la piedra y por el volumen. Allí preside la imagen de la Virgen del Manzano, que es corazón identitario de Hondarribia. No es un altar recargado sin sentido; es un altar que “manda” y que concentra la mirada. Y lo más importante: este altar ha sido testigo real de juramentos solemnes y actos civiles a lo largo de siglos. Aquí se han tomado decisiones históricas que salían de lo religioso para afectar a toda la villa.


Al final de la calle encontramos La Plaza de Armas, el corazón más simbólico de la Hondarribia histórica. Es el punto donde la ciudad se ensancha después del corredor estrecho de la calle Mayor, como si la propia villa respirara. Aquí siempre estuvo el centro militar y político del lugar. No es casual que esté dominada por el Castillo de Carlos V en un lado y por la alineación de casas señoriales en el otro. Aquí se decidía, aquí se organizaba, aquí se juraba.

En tiempos de guarnición… esta plaza fue literalmente un patio central militar: formaciones, revista de tropas, proclamas, recepción de altos mandos, celebraciones de victorias y curación colectiva de derrotas. Era plaza dura, marcial, fronteriza, de frontera viva. Todo pasaba por aquí antes de bajar al puerto o mirar a Francia frente a frente.

El Castillo de Carlos V es la pieza monumental más poderosa de Hondarribia. Es la coronación en piedra de todo el sistema defensivo histórico de la ciudad. Cuando uno se coloca delante… entiende inmediatamente que Hondarribia no era un pueblo bonito sin más —era una plaza militar estratégica del mayor nivel en la frontera con Francia. El castillo no solo era residencia de los gobernadores y pieza simbólica del poder real… era el centro nervioso de la defensa. Aquí se organizaban sitos, estrategias, comunicaciones y se tomaban decisiones que afectaban al equilibrio de dos reinos. Técnicamente, es una fortaleza de enorme masa pétrea, líneas gruesas, fachadas imponentes, muros que parecen casi montaña. No es un castillo romántico de torres estilizadas: es una fortaleza pragmática, pensada para aguantar artillería moderna, bombardeos, largos asedios y desgaste.

La fortaleza resistió ataques brutales —el más famoso el Sitio de 1638— uno de los episodios más legendarios de resistencia vasca. El castillo fue columna, refugio y símbolo en ese momento. Hoy es Parador Nacional.


De un lado de la plaza surge el camino que nos lleva, si tenemos tiempo, a la Marina de Hondarribia.


Nos despedimos de la ciudad desde el otro lado de la plaza, repleto del colorido de sus balcones.

Vemos ahora un tipo de casa señorial o burguesa antigua, de cuando Hondarribia vivía aún con doble alma: defensa arriba y mar abajo. Está hecha en piedra arenisca en la parte baja (muy típico para aguantar humedad, frío y ataques) y cuerpo superior más ligero con entramado de madera (que también se ve en el gran alero). El alero de madera labrada que sobresale tanto es muy vasco, para proteger fachada y balcones de la lluvia atlántica constante. La vegetación que cubre fachada y muro (hiedra y parra principalmente) es totalmente característica del casco antiguo de Hondarribia. Aquí no es decoración “postal", es parte del ADN de calle, esa mezcla verde con piedra vieja que hace que cada casa parezca vivir, respirar, latir. El balcón de hierro forjado y la puerta maciza son también elementos típicos de casas nobles urbanas del siglo XVII–XVIII.


También encontramos curiosidades, como este un ejemplo de arquitectura historicista / romántica del siglo XIX - principios del XX, inspirada en formas neo-medievales, es decir: no es un torreón defensivo real, sino un edificio levantado para parecer un castillo.
Por eso vemos almenas decorativas en el coronamiento, ladrillo visto combinado con piedra arenisca, ventanas arqueadas o contrafuertes y remates exagerados

Esto se hizo muchísimo en zonas históricas europeas donde la memoria medieval era muy fuerte. Es arquitectura “revival”, sobre una base de muro antiguo auténtico (la parte inferior) y una construcción superior más reciente de estética romántica. Este tipo de edificio en Hondarribia normalmente pertenecía a familias que querían marcar distinción, gusto y prestigio… en un tiempo donde ya no se luchaba cuerpo a cuerpo con artillería en el Bidasoa, pero donde el pasado militar seguía siendo símbolo.






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