martes, 7 de junio de 2016

Las más hermosas islas griegas IV. Creta (I)

 Dos veces he estado en la preciosa isla de Creta, enorme aunque en el mapa pueda parecer pequeña. La primera vez visité su capital, Heraclión y el maravilloso palacio de Cnossos.

De la ciudad tengo poco que contar, ya que apenas caminé algunas de sus calles principales, cerradas a un tráfico rodado caótico y escandaloso. Rendimos homenaje para empezar la visita a Eleftherios Venizelos, considerado el mejor político de la Grecia moderna y artífice de la expansión territorial del país.

El siguiente punto de interés es la fuente de Morosini. Esta fuente de más de cuatrocientos años se compone de figuras de la mitología griega como leones, tritones, delfines y monstruos marinos. Lleva el nombre de Francesco Moroisini, que mando construir un magnifico sistema de acueductos que llegaron hasta el mismo centro de la ciudad.

El ayuntamiento es un edificio realmente elegante y se le conoce también como la Loggia de Heraklión. Construido en 1630 por el mismo Morosini de la fuente, fue lugar de reunión de las clases dirigentes de la ciudad.

Justo enfrente encontramos la Iglesia de San Tito, templo que existe desde la época bizantina y   lugar donde se guardan las reliquias de San Tito, uno de los patrones de Creta. El templo fue reconstruido varias veces.

De la construcción  original, se ha conservado un cuerpo de tres naves, al que se añadió una cúpula durante el dominio turco. En ese momento, la iglesia se utilizó como mezquita. En el frente, hay una fachada barroca monumental con pilastras talladas.


Con esta primera toma de contacto abandonamos la ciudad para visitar el Palacio de Cnossos.

Nos recibe toda una celebridad de la arqueología, nada menos que Arthur Evans, descubridor y restaurador  entre 1900 y 1906 del palacio.


Evans creía que alguna de las muchas estancias del palacio escondía la entrada al famoso Laberinto del Minotauro. Más tarde, llegó a la conclusión de que lo que realmente había sacado a la luz era el máximo exponente de la rica cultura cretense, plenamente palaciega dominada por reyes-sacerdotes, como el legendario Minos.

Las inmensas construcciones eran un conjunto de escaleras, patios y almacenes que unían innumerables estancias donde se acumulaban bienes y productos artesanales que los súbditos entregaban a los reyes.

Para comenzar a excavar, Evans tuvo que fundar el Fondo para la Exploración de Creta, ya que entonces la isla pertenecía al Imperio Otomano, y éste obligaba a comprar las tierras para poder excavarlas,

Los primeros descubrimientos fueron enormes vasijas de barro. En los talleres artesanos, los alfareros, que ya conocían el torno, modelaban vasijas con formas perfectas destinadas al uso local y a la exportación. El carácter isleño y marinero de los cretenses los convertía en expertos comerciantes.


La entrada norte es sin duda lo más llamativo del conjunto, lo más fotografiado, sobre todo por lo llamativo de sus columnas pintadas en un rojo muy vivo.




En un principio las estancias se pusieron de nuevo en pie usando estacas de madera, luego fustes y capiteles de piedra, para acabar usando hormigón armado, lo que le valió críticas furibundas de la comunidad científica.





Protegidos por ese hormigón que evitaba su desplome debido a los frecuentes terremotos que sufría la ciudad, se consiguieron salvar obras de arte como el llamado Fresco de las Procesiones, en el que varios jóvenes, de esbeltos cuerpos y vestidos con el típico faldellín minóico portan recipientes de ofrendas para una ceremonia religiosa.

O el elegante Fresco del Príncipe.

El toro, símbolo de gran potencia física y que representa la fertilidad masculina, aparece por todo el recinto.


Consagrado e inmolado en sacrificios rituales, participaba junto al hombre en juegos que probablemente tenían lugar en el gran patio del palacio. Consistían en certámenes acrobáticos de gran importancia social y religiosa, como podemos ver en el Fresco del Salto del Toro o Taurocatapsia.

Los arqueólogos descubrieron también la maestría en el uso de coral para levantar las paredes del palacio, material que aportaba flexibilidad y dureza a partes iguales.





Las estancias interiores como la Sala del Trono de Minos, son cálidas, adornadas con colores vivos y puros, líneas onduladas y animales mitológicos. Marineros como eran quisieron también representar en frescos a los delfines que acompañaban sus singladuras.




La figura femenina era de vital importancia, ya que la religión veneraba a la diosa Madre, principio de la fecundidad, que multiplica animales y cosechas. Protectora del mismo modo del hogar, la juventud y las muchachas fecundas podemos ver un claro ejemplo en el Fresco de las Damas de Azul.

No podemos negarle a Evans esa idea del Laberinto, si observamos la estructuras del palacio.




Mitad hombre y mitad animal el monstruo estaba cargado de símbolos y significados, surgido de la leyenda que cuenta que era hijo de Pasifae, esposa del rey Minos de Creta y de un toro blanco enviado por Poseidón, dios del mar. Minos había ofendido gravemente a Poseidón quien como venganza hizo que Pasifae se enamorase del animal. Fruto de dicha unión nació el Minotauro, un ser violento, que se alimentaba de carne humana. Para esconder su vergüenza y proteger a su pueblo, el rey Minos rogó al inventor Dédalo que le construyera un laberinto del que el monstruo nunca pudiera salir. Cada nueve años, a fin de apaciguarlo, Minos le ofrecía la bestia, siete mujeres y siete jóvenes que imponía como tributo a la ciudad de Atenas.


Y nos despedimos de esta primera visita a Creta que nos ha hecho querer volver a visitarla y descubrir sus secretos.

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