sábado, 12 de noviembre de 2016

Bella Italia VII. Venecia (IV)

 Volvemos a la Plaza para visitar otra de sus joyas, la Basílica de San Marcos


El evangelista San Marcos es patrono de Venecia desde el año 828, momento en que como vimos anteriormente sustituyó a San Teodoro. Su culto comienza cuando dos mercaderes robaron sus restos de la tumba donde descansaban en Alejandría y las llevaron a Venecia escondidas en una carga de carne de cerdo, intocable para los musulmanes. El Dux fue el depositario de sus restos y el que decidió construir una iglesia para darles cobijo.



Tras permanecer varias décadas en la primitiva iglesia, ésta fue destruida por un voraz incendio y sobre ella se empezó a construir en 1063 la que ahora podemos disfrutar, una mezcla de elementos bizantinos, romanos y venecianos, visibles en las cúpulas y los mosaicos del interior y que fue en principio capilla privada del Dux, como una manera de demostrar la superioridad del poder político sobre el religioso.

La fachada dela basílica es una obra de arte de la escultura gótica, una composición de columnas, arcos, cúspides y relieves que representa personajes, oficios o escenas de la vida cotidiana.

Los saqueos a la ciudad de Constantinopla trajeron consigo no sólo enriquecimiento para la ciudad de Venecia, sino para la basílica en sí misma, ya que ésta acumuló tesoros llegados de la capital bizantina como los Caballos del Hipódromo, parte de la Pala d'Oro y los famosos Tetrarcas de pórfido.


Tras el iconostasio aparece ante nosotros la parte más sagrada de la iglesia, accesible en su tiempo exclusivamente al Dux, donde se custodia la Pala d'Oro, un retablo compuesto por centenares de esmaltes engastados en una base de madera y plata dorada. Empezó a elaborarse en el año 1.000 y se fue enriqueciendo a lo largo de los siglos con toda clase de piedras preciosas. Zafiros, granates, perlas, esmeraldas, amatistas, rubíes, ágatas y topacios suman un total de 1.927 gemas que escaparon de los saqueos napoleónicos gracias a un veneciano que escondió el retablo durante meses en un altillo de su casa.




Durante siglos, las reliquias fueron fuente de inmensa riqueza religiosa y comercial para las ciudades que poseyeran aunque sólo fuera una minúscula parte del cuerpo de un santo. Tener el lote completo fue para Venecia como si le tocara la lotería, y mucho más al ser uno de los Evangelistas el protagonista de peregrinaciones y culto sin medida. Para reforzar la idea de unión con la ciudad se adoptó como símbolo el león que se identificaba con el santo y que representaba las virtudes civiles, la fuerza y el coraje.

En el interior, oscuro pero brillante, encontramos tesoros como la Bóveda de la Creación, donde se narra el episodio del Génesis. La arquitectura parece disolverse entre el brillo de los mosaicos cuyas teselas fueron inclinadas intencionadamente de modo diverso, para capturar y reflejar mejor la luz, constituyendo un precioso evangelio iluminado, un largo y maravilloso cuento que se extiende sobre  más de 8.000 metros cuadrados.


También los cuatro caballos que se guardan en el interior de la iglesia, a la altura de la terraza, son parte del tesoro traído de Tierra Santa. Arrebatados por Napoleón como botín de guerra, pudieron regresar a la ciudad al acabar el Imperio. Temiendo que el paso de los años acabara destruyéndolos, el gobierno de la ciudad decidió encargar las reproducciones que hoy pueden verse en el exterior de la basílica.




Salimos de la Basílica pero no nos alejamos mucho. ya que a su derecha encontramos otro icono veneciano, la Torre del Reloj.

Conocido popularmente como el Reloj de San Marcos, esta fabulosa obra de ingeniería astronómica se colocó estratégicamente en un precioso edificio de estilo renacentista en 1499.

La torre, que consta de una entrada dos pisos que se abre a una de las arterias comerciales de la ciudad, la calle Mercerie, presenta el reloj de San Marcos en el primer nivel, la Virgen con el Niño en el siguiente, y en el último el león símbolo de la ciudad.

En lo alto de la torre encontramos una campana que cada hora repica gracias a unas figuras de bronce que la golpean y que se conocen como "Los moros", aunque su nombre no es del todo correcto. Cada vez cobra más fuerza la teoría de que en lugar de moros, las figuras representan a guanches llevados desde la isla de Tenerife. Al parecer, terminada la conquista de Canarias, los Reyes Católicos enviaron como regalo al Dux uno de los menceyes o reyes guanches, concretamente a don Enrique el Canario, anteriormente conocido como Belicar. Los venecianos quedaron impresionados por el porte y los ropajes de pieles del rey y decidieron inmortalizarlo para siempre en estas estatuas, que según pasó el tiempo fueron confundidos con moros y nadie se acordó de esta historia para desmentirlo.



El reloj astronómico consta de varias esferas concéntricas. La más grande mide 4,5 metros de diámetro, y marca la hora en números romanos, la siguiente hacia el centro nos muestra los signos del Zodiaco, y la última las fases del sol y la luna.

Y nos perdemos por las calles de camino a nuestro siguiente destino, el mercado y el puente de Rialto mientras recordamos la historia de la ciudad.

Una ciudad construida sobre el fango, las arenas y el cieno de un paisaje inhóspito, se fundó sobre el agua, sobre la laguna, por aquellos que huían de la invasiones bárbaras.

Durante siglos la laguna ha representado la única defensa de los venecianos contra cualquier pueblo que quisiera atacarlos, dado que era prácticamente imposible cruzarla sin saber exactamente por dónde, lo que hizo que la ciudad no necesitara muros de defensa.

Los primeros venecianos, los barqueros, comerciaban con pescado y sal, valiosa mercancía que desde siempre fue fuente de riquezas para la ciudad. Pero las tornas cambian a partir del año 1.000 cuando Venecia se convierte en una potencia económica y militar, capaz de navegar incluso hasta los estuarios de los ríos de Rusia.

Nunca estuvo sometida a ningún país o imperio, ni siquiera a oriente, a la que unían fuertes lazos económicos y culturales. Desarrolló una forma de gobierno justa y equitativa, muy cercana a nuestro concepto actual de democracia.

Con respecto a otras ciudades italianas representaba un caso único y ejemplar por el sentido de unidad social y de confianza en su gobierno. Lo que mas sorprende de Venecia hoy como ayer sigue siendo su impresionante edificación, una ciudad completamente edificada sobre el agua. Durante siglos los venecianos lentamente y con obstinación, han perseverado en el duro desafío de arrebatarle a la laguna hasta el más mínimo pedazo de tierra.

Desde el comienzo, la elevación de la ciudad ha sido todo un milagro de ingeniería. La técnica, simple pero efectiva se basa en la construcción sobre postes de madera clavados en el barro, que posteriormente se cubría con un entramado de madera entrecruzada que proporcionaba una base sólida sobre la que construir.

El milagro es la resistencia al peso que soportan. Imagínense toneladas de piedra, mármol y metal descansando sobre simples postes de barro. No es de extrañar de todas formas que debido a los movimientos naturales de la tierra y del agua podamos ver algunos de sus edificios, sobre torres de iglesia que poco a poco se han ido inclinado sobre uno de sus lados. El agua de la que surgió Venecia amenaza hoy día con destruirla y hacerla desaparecer en sus profundidades.

Pero nada de esto hubiera sido posible sin las riquezas generadas por el comercio. A partir de ese venturoso año 1.000 los venecianos se convirtieron en puente comercial entre oriente y occidente. En sus naves transportaban oro, plata, especias, sedas de manera segura, rápida y económicamente rentable.

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