viernes, 4 de noviembre de 2016

Bella Italia.Roma (y IV)

 Al día siguiente comenzamos nuestra última jornada por una iglesia que guarda dos reliquias, una espiritual y otra artística, San Pietro in Vincoli.


Se cuenta, que Miguel Ángel, observando la perfección de su Moisés, le dio un martillazo a la rodilla exclamando " ¿ Por qué no hablas?"

No me extraña. La iglesia parece ser un marco, un joyero que envuelve el punto de peregrinación de todo admirador del arte de Miguel Ángel,

Y sin embargo al escultura está a un lado, un poco perdida entre tanta blancura marmórea del monumento encargado por el papa al escultor.

Sin embargo, al frente y muy iluminadas, como intentando, casi en vano atraer la atención, están las cadenas con las que según se dice mantuvieron a San Pedro cautivo antes de su martirio.


El templo es impresionante por su sensación de vacío, y a veces parece que ni aunque estuviera lleno de imágenes, colgaduras y feligreses se conseguiría abatir esa sensación de frialdad y vacío.

Santa Maria in Aracoeli se nos presenta, un poco escondida, al lado del Monumento a Vittorio Enmanuelle. La inmensa escalera nos sube hasta la colina donde se alza el templo, que es nada menos que la Capitolina.


La iglesia es muy famosa por la talla de madera del niño Jesús (Santo Bambinello), del siglo XV, de madera de olivo proveniente del huerto de Getsemaní y cubierta de valiosos exvotos. Mucha gente de Roma creía en el poder de esta imagen, que robada en febrero de 1994 y nunca se recuperó. Actualmente, hay una copia en la iglesia, guardada en su propia capilla junto a la sacristía. En la misa de Nochebuena la imagen se lleva a un trono ante el altar mayor y se retira el velo en el Gloria. Hasta la epifanía la imagen cubierta de joyas reside en el belén de Navidad en la nave de la izquierda.

Aparte del Niño, es muy conocida por los aficionados a la pintura por los maravillosos frescos de varios artistas muy famosos a lo largo de las épocas.


En el suelo hay varias lápidas medievales que refuerzan el carácter iniciático del templo como heredera de los misterios del templo de Juno sobre el que se erigió.

Para llegar a nuestra siguiente visita debemos andar un trecho.

Y es que la Iglesia de Santa María in Cosmedin no está cerca precisamente, más bien en las afueras de lo que normalmente se considera el centro turístico de la Ciudad Eterna. Pero vale la pena, siempre que tengamos un poco de tiempo libre, acercarnos a disfrutar de una iglesia muy sencilla, muy romana, quizá la que más, ya que contrasta su austeridad con la exuberancia barroca de otros templos de la muy católica Roma.
El marco en el que se encuentra no puede ser mejor, ya que está precedida por el Forum Boarium, un espacio dedicado a la venta de animales en la Antigua Roma, con ejemplares realmente bien conservados de edificios de culto y de administración.

Llegados al templo, y tras pasar una reja que cierra un pórtico, lo primero que aparece es la famosa Boca de la Verdad, que realmente es la tapa de una alcantarilla pero con la leyenda que dice que al meter la mano en la boca, ésta morderá la del mentiroso y perjuro.

Ya dentro, una de las partes más intrigantes es la cripta, que fue construida en el siglo VIII para cobijar las reliquias que el papa Adriano I había extraído de las catacumbas y que fue escenario de uno de los ritos iniciáticos de la novela de Matilde Asensi " El Ultimo Catón".
Saquemos el tiempo de donde sea para disfrutarla casi en soledad.

Otro monumento imprescindible de Roma es el Vittoriano o Monumento a Vittorio Emanuele, enorme y monolítico, de mármol blanco y puro en honor del rey y la unificación del país.

Popularmente llamado por los jocosos romanos "la máquina de escribir" o "la tarta de bodas" es igual de visible como San Pedro del Vaticano desde todos los puntos de Roma.


En su impresionante y avasalladora estructura incorpora el llamado Altar de la Patria, un homenaje al soldado desconocido por el que arde una llama de manera permanente.
Aparte, los amantes del art noveau tienen en este enclave varios preciosos murales y esculturas con las que llegar al nirvana artístico. 


En su interior se organizan interesantes exposiciones temporales, Entre las curiosidades cabe decir que los bigotes del rey, que monta su caballo miden un metro y que dentro del equino se celebró en una ocasión una cena para doce personas.


Las vistas que se disfrutan desde la terraza son realmente impresionantes.

No podemos olvidarnos del alma de la ciudad de Roma, el río Tiber.
Con su forma de serpiente ondulante parte la urbe en dos mitades, que quedan unidas por innumerables puentes.

En medio del curso del río encontramos lugares como la hermosa Isla Tiberina, unida a tierra por el Ponte Cesio por un lado y por el Fabricio por el otro. Según la leyenda romana, la isla se formó al arrojarse el cuerpo del rey Tarquinio al lecho del Tiber. Sobre él fueron depositándose los sedimentos del río hasta formarse la isla que vemos ahora. 

Al margen de la leyenda, la isla sirvió primero de fortaleza, de prisión, de hospital y finalmente de convento franciscano.

Aparte de su valor como sustento hídrico para los habitantes de Roma y como vía comercial para las mercancías provenientes del puerto de Ostia, a lo largo de los siglos, el río también ha amenazado el equilibrio de la ciudad, con sus constantes crecidas.

Son 400 los kilómetros que recorre el río desde sus fuentes en el monte Fumaiolo hasta el pequeño delta de Ostia, y es en su paso por Roma donde encuentra su máximo esplendor.



Y nos despedimos de la Ciudad Eterna desde lo alto, exactamente desde el Pincio. 

Con vistas a la Piazza del Popolo, estos grandes jardines llevan aquí desde la época de los antiguos romanos, y llevan el nombre de la familia Pincio, nobles ciudadanos que hasta el siglo IV tuvieron aquí su finca.

Rebosantes de vegetación, flores y estatuas, los jardines se rediseñaron en el siglo XIX, con preciosas avenidas para pasear, , un obelisco, y un reloj de agua. Se accede a ellos por un camino empinado. Una vez arriba tendremos la mejor vista de la ciudad con una panorámica inolvidable al atardecer de los tejados, las plazas y la basílica de San Pedro. Ya lo dije al principio: Para amar Roma no basta una sola vida...

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