miércoles, 2 de agosto de 2017

New York, New York (II)

Considerada por todos los neoyorkinos como la más antigua organización de educación superior de todo el Estado y la quinta en edad de toda la nación, la Universidad de Columbia se levanta desde 1754 con el propósito de" instruir y educar a los jóvenes en las lenguas, artes y ciencias liberales".




En un principio todo el campus estuvo bajo mandato y guía de la Iglesia Anglicana, pero en poco tiempo, se pudo sacudir del gobierno religioso y convertirse en una institución laica, favorecido por el alto coste que significaba el mantenimiento de una universidad que no paraba de crecer y de demandar nuevos servicios.




Por ello, una fundación creada por varios magnates y filántropos dedicó plenos esfuerzos a levantar la Universidad hasta el lugar que ocupa hoy en día en el panorama educativo nacional.




Arquitectónicamente, la idea siempre fue crear una pequeña ciudad universitaria, un pueblo de sabiduría que fuera lo más autosuficiente posible y que se nutriera a si mismo. Por eso la forma que actualmente tiene, parece crecer a partir de las escalinatas que descienden de la Low Library y expandirse en amplísimos radios de donde surgen como flores magníficos edificios como la residencia de estudiantes internos, las facultades de Medicina y Cirugía, la de Psiquiatría e incluso las de Física Nuclear.




Como el suelo en New York es ahora tan escaso, varias facultades han tenido que ser trasladadas o abiertas en terrenos de otros estados, como las de física atómica o la de la Tierra, que estudia terremotos y desastres naturales.
Es una delicia pasear por los pequeños y cuidados jardines que rodean cada uno de los edificios de la Universidad y ver lo bien estructurada y planeada que está, ya que todo parece formar parte de una unidad indivisible para dar esa impresión de fuerza y confianza en la institución académica.









Sin duda, uno de los edificios más llamativos del Campus de la Universidad de Columbia es la capilla de San Pablo, situada estratégica, y hay quien dice, misteriosamente al este del recinto, según los cánones que marcaban las directrices masónicas.






En un principio la idea no era que se incluyera dentro de las estructuras universitarias, y se levantó simplemente como un lugar para el recuerdo de los padres de dos adineradas filántropas, las hermanas Phelps- Stokes. Fue su propio sobrino quien en 1904 levantó los muros del templo para acabarlo en 1907, un corto espacio de tiempo si tenemos en cuenta que en invierno resulta muy difícil trabajar el tipo de ladrillo y piedra con el que está hecho.






Siguiendo un diseño absolutamente renacentista, los ladrillos rojos y la dúctil piedra caliza, combinados con el mármol blanco y amarillo parecen enmarcar y dar fuerza a la preciosa cúpula que corona todo el recinto y que se cubre de precioso azulejo verde.
La entrada está señalada por la frase Pro Ecclesia Dei ( Para la Iglesia de Dios) y un poco más adelante In Lumine Tuo Videbimus Lumen ( En tu Luz Veremos la Luz ) que claramente hace referencia a los principios de los códigos masones. Diversas esculturas nos muestran a los Apóstoles y profetas del Antiguo y Nuevo Testamento.



Una vez dentro, las aparentemente desnudas paredes nos muestran detalles exquisitos de terracota, como racimos de uvas, higos, conchas de peregrino. Si miramos al suelo, veremos de qué intrincada manera se intercalan las piezas de mármol que lo forman y que recuerdan a las primeras iglesias cristianas que se conservan en el norte de Italia. Las vidrieras fueron cuidadosamente diseñadas y fabricadas para que no desentonaran con los colores de los azulejos y los ladrillos de suave color salmón. Reflejan escenas de las prédicas de San Pablo frente al Partenón de Atenas, en un guiño que sirve para recordar que esta zona de New York es conocida como 'La acrópolis'. Otras ventanas de menor tamaño recuerdan a famosos estudiantes de la Universidad de Columbia, así como los apellidos y escudos de armas de las grandes familias que contribuyeron con su dinero a la creación de la institución educativa.


Aunque la riqueza de la decoración interior es considerable, con nobles maderas en el altar, el púlpito y el coro, el brillante bronce de los grandes candelabros y lámparas, un órgano que es considerado de los mejores y más elegantes de la ciudad, favorecido por la impresionante acústica de la iglesia, lo que más llama la atención se encuentra a un lado, de la nave principal. Se trata del Altar de la Paz de Nakashima.




Una enorme pieza de madera tratada y semi esculpida, que recuerda a todos aquellos estudiantes y graduados de la Columbia que han muerto en las guerras en las que ha intervenido la nación.
Recomiendo sentarse, al final de la visita, bajo la preciosa cúpula y disfrutar del silencio y la paz que parecen flotar en el ambiente.

La capacidad de imitación de los americanos no tiene límite. No se si es el empuje y el vigor de la unión de sus voluntades, el respaldo de su poder económico o el poder y la fortaleza de su fe. Lo cierto es que cuando se proponen algo lo consiguen, y si se trata de un lugar de culto, donde dar gracias por todo lo que han conseguido en el corto espacio de tiempo que ha durado su reciente historia, el resultado de esas energías se multiplica por mil.







Y eso es lo que ha ocurrido con la Catedral de San Juan el Divino, injustamente olvidada y apartada de los circuitos turísticos y de las visitas individuales de los que visitan Nueva York al no considerarla como uno de los "imprescindibles" de la Gran Manzana.






Pero ¡ay! es una equivocación que se puede pagar muy cara.
En una ciudad donde prima lo gigantesco, lo grande, la idea de competir por el edificio más alto y mas imponente, la Catedral tiene un sitio asegurado entre la lista de rascacielos y grandes logros de la arquitectura americana.
Y eso que no fue fácil que este templo viera la luz. Primero porque una depresión económica no tan fuerte, desde luego, como el 'crack' del 29, obligó a que los planes de edificación se pospusieran desde 1828 hasta 1887; segundo porque el concurso de obras se dilató durante tres años hasta que finalmente fue elegido el proyecto de Heins y Grant que aglutinaba tres estilos en un solo edificio ( románico, bizantino y gótico) y tercero porque aún hoy, se considera que la Catedral está inacabada ( St John the Unfinished).







Pero así y todo la Catedral de San Juan debe ser obligatoriamente uno de los lugares que debemos visitar cuando estemos en Nueva York por varios motivos.
Para los amantes de lo imponente, por sus dimensiones realmente impresionantes, ya que con sus 183,2 metros de largo y 70,7 metros de altura es considerada la mayor catedral de la cristiandad.







Para los que buscan el simbolismo, cada conjunto de vidrieras está dedicado a la actividad humana, incluyendo el Trabajo, la Medicina, la Educación, la Educación Militar, las Bellas Artes y los Deportes. Rarezas como la ventana que muestra a Jesús curando a un leproso junto a otra en la que Pasteur inocula su vacuna a una oveja, un pilar donde se refleja la destrucción de las torres gemelas o el hecho de que la parte más sagrada de la iglesia se encuentre en el extremo oriental del edificio, más cercano al sol naciente y que es un símbolo de renovación y resurrección, se unen a la importancia del número 7 como nexo de unión entre la arquitectura, la fe y el misterio. Tanto sus medidas, el número de ángeles y el tamaño del rosetón, la cantidad de capillas y la distancia entre las grandes columnas son múltiplos de ese número y según vamos andando la iglesia las sorpresas y extravagancias de sus más de cien años de construcción saltan a la vista, en un catálogo que parece no tener fin y con un ánimo de querer enriquecerse con el tiempo, como si la Catedral quisiera ser un reflejo inmediato, contemporáneo de un tiempo que corre sin freno.






George Washington, junto a Ghandi y Lincoln en las representaciones en piedra que adornan las columnas, un incendio que devoró parte del edificio en 2001, la intervención de Santiago Calatrava como diseñador y constructor de un arboretum anexo al templo, una misa en la que intervino la rana Gustavo y otros Teleñecos como tributo a su creador Jim Henson, el rincón dedicado a los poetas americanos y el desfile de animales que recorrieron las naves para honrar a San Francisco en 1985, la leyenda de que durante la II Guerra Mundial escondió las joyas de la Corona británica o las dos menorahs de 3 metros y medio que flanquean el Altar Mayor para reforzar las relaciones entre judíos y cristianos, nos hacen pensar si el edificio es un ente vivo que parece querer acaparar la historia entre sus muros, que se alimenta de todo tipo de creencias, de manifestaciones culturales, de sentimientos de vida y de muerte, que recibe la energía de todo aquel que lo visita y la multiplica para fortalecerse y hacerse indispensable al mismo tiempo.


San Juan el Divino parece olvidada, pero no lo está porque ella no se olvida de nosotros y eso la hace inmortal.


La Iglesia Episcopaliana del Descanso Eterno.
Está visto que de ninguna manera se quiso quedar fuera de los circuitos arquitectónicos Art Decó más impresionantes de Nueva York. Y realmente lo consigue, porque es sencillamente deliciosa e impresionante.





Como templo nació en 1865, voluntad de los Veteranos de la Guerra Civil, que quisieron rendir homenaje a sus compañeros fallecidos y tener al tiempo, un lugar donde reunirse en pleno corazón de Nueva York.




Así que, tras largos años de cenas benéficas, donaciones y bailes de campanillas, consiguieron el dinero suficiente para levantar el templo.
El Día de Todos los Santos de 1926 se puso la primera y simbólica piedra, para marcar una obra que se consagraría definitivamente en el Domingo de Pascua de 1929. Como pueden ver las fechas no se dejaron al azar.





Estilísticamente es una mezcla perfecta de estilos gótico y art decó, con la rectitud de formas combinada con las ondulantes y sinuosas líneas de ambos estilos conviviendo en perfecta armonía. La iglesia me cautivó desde un principio ya que parecía sacada de un cómic o una película que reflejara Gotham City.




Una vez cruzamos la puerta de entrada, construida en blanca piedra caliza de Indiana, y que presenta dos preciosas y macizas torres que enmarcan escenas del Antiguo y Nuevo Testamento sostenidas por dos ángeles que son también hijos del creador del famoso Atlas del Rockefeller Center, acompañados de secuencias sobre la ciudad y la diócesis de Nueva York, nos encontramos de frente con el gigantesco retablo en piedra del altar mayor, que simboliza la victoria de Cristo sobre la Muerte y su reinado eterno sobre la Tierra.


Como una gigantesca pantalla que se abre al final de la nave, el retablo nos muestra bajorrelieves de ángeles que adoran la Sagrada Cruz y sobre todo el escenario emerge el victorioso y resucitado Cristo. Como figuras acompañantes y también tallados en la dura piedra, San Pedro con las llaves del Cielo y del Infierno, San Pablo con un rollo de Epístolas, San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan.
Por el contrario, el coro, tallado en suave madera de roble rojo inglés, nos regala, usando las mismas técnicas que los artesanos del siglo XIII, la rosa Tudor inglesa y el cardo de Escocia, como recuerdo de las raíces europeas de la Iglesia Episcopaliana de América. Rellenando espacios en la talla, encontramos varias especies de enredaderas florecidas que simbolizan la unidad y diversidad de la tradición anglicana.
Las vidrieras están consideradas las más bellas de la ciudad y muestran coloridas representaciones de la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección.
Y como muchas de las iglesias del mundo, sufrió un incendio durante su restauración en 1993, aunque afortunadamente y gracias a los bomberos, las vidrieras y casi el 90% del edificio quedaron intactos.
La iglesia cuenta con un fantástico sistema de calefacción que envía aire a través de aberturas en la piedra que se distribuyen por todo el edificio. Muy de agradecer si se viene de sufrir el vientecillo frío de la 5º avenida.
Aparte, es uno de los mejores lugares por su acústica para disfrutar de los conciertos periódicos de Jazz mientras se admira la belleza que guarda dentro la preciosa Iglesia del Descanso Celestial.

Iglesia de Saint Thomas de la 5ª Avenida





Sólo dos años ( de 1911 a 1913) se necesitaron para levantar esta fastuosa obra de arte religioso que es referencia en la 5ª avenida por la belleza de su gran altar y la imponente fachada. Y eso que es heredera de otras dos anteriores que ardieron completamente en 1851 y 1905.




Diseñada y construida en el más puro estilo gótico, en piedra caliza y arenisca pura de Kentucky y sin armazones de metal, como estaba en boga en esos años, la gran nave interior protege maravillas como el fabuloso artesonado del techo en roble con representaciones que rayan lo pagano, como las Cuatro Estaciones o los antiguos elementos griegos de la tierra, el agua, el aire y el fuego.




Mas abajo la vista nos lleva a un memorial que recuerda a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial con los escudos de las Naciones Aliadas. Se pueden leer claramente los nombres de los fieles del distrito que lucharon en la Guerra y en rojo los de aquellos que murieron en ella.




Y seguimos con las guerras, porque al otro lado encontramos otro memorial que hace referencia a la Primera Guerra Mundial, con otro listado de caídos en la guerra pero esta vez con la marca de la muerte en dorado.
Miremos de nuevo arriba para observar la gran influencia del estilo gótico francés en todo el templo en cuanto a arquitectura, porque todos los altares son del más puro y efímero gótico inglés.



Sin duda lo que más llama nuestra atención es el gigantesco retablo que preside el interior del edificio; se dice que es el mayor del mundo con sus 25 metros de altura por sus 12 de ancho y está hecho en piedra de Dunville, Wisconsin que al ser iluminada se convierte mágicamente en filigrana de marfil. En él están representados desde Jesús, María y los Apóstoles, pasando por profetas hebreos hasta incluso el presidente George Washington, el primer ministro británico Gladstone y otros devotos cristianos de todos los tiempos. Un poco raro, lo reconozco... Pero es que los americanos son muy dados a estos homenajes a sus figuras históricas ya fallecidas, como el rincón que encontramos justo a un lado y que recuerda a los muertos en el ataque contra las torres del World Trade Center, hecho en piedra traída directamente del Santo Sepulcro de Jerusalén...
En fin, toda una carga de homenajes y símbolos en plena 5ª Avenida para un país que no deja en ningún momento de recordar a sus héroes.

La 5º Avenida











A lo largo de sus más de siete kilómetros, la Gran Vía de Nueva York nos ofrece alguno de los contrastes más sorprendentes de la ciudad y por supuesto, sus tiendas más famosas y glamourosas; quizá por eso sea uno de los escaparates más fotografiados y grandes del mundo.










Recordando a la inigualable Audrey Hepburn, nos detenemos ante la preciosa vitrina de Tiffany para soñar con las elegantes e inalcanzables joyas que exhibe, o nos actualizamos con las tendencias de Armani, Feragamo, Versace, Dior, Hugo Boss o Fendi, mientras vemos como Cartier compite en lujo con Vuitton o Bulgari. Podemos calmar ese ansia de lujo y materialismo parando para tomar un tentempié en lugares como el desenfadado Havana Central, o el Café Sabarsky decorado como un café vienés.






Pero la Quinta Avenida es más que todo eso.
Son los homeless que recogen cartones y envoltorios que les sirvan de abrigo en las frías noches de Nueva York; la miriada de 'yellow cabs' los famosos taxis de la ciudad, que se han convertido en uno de sus símbolos; es la Milla de los Museos que aglutina los Cinco Grandes ( MET, Guggenheim, Frick, Museo de la Ciudad de Nueva York y el Museo del Barrio); la Catedral de San Patricio, el Moma; el atasco de cada día, con el que los ciudadanos han aprendido a convivir y a soportar.











Pero sobre todo la Quinta vibra de forma especial los días en que los diferentes grupos étnicos que forman la Gran Manzana celebran sus festejos culturales. Coloristas desfiles como el Hare Krisna Parade toman las calles y grandes carrozas y bandas de música ocupan el lugar de las máquinas que normalmente son dueñas del asfalto, de todos aquellos que hacen que la Avenida sea llamada " la de los Millonarios"













Es entonces cuando la Quinta se convierte en la auténtica capital del mundo.

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