martes, 1 de agosto de 2017

New York, New York (I)

Hacía mucho que quería visitar la ciudad de los rascacielos, ver de qué pasta estaba hecha, que magnetismo tenía y ver si era cierto todo lo que se decía de ella.



Así que hicimos las maletas y nos presentamos allí, sin avisar.


Las primeras imágenes te dan van diciendo que todo es tal y como lo ves en las películas.


Pero empecemos desde el principio. Y lo primero es el hotel. Nos hospedamos en el que entonces se llamaba Milford y hoy es el Row NYC.
Soy de gustos cambiantes, lo reconozco. Igual en un viaje me apetece alojarme en un hotel moderno y diferente y al siguiente se me mete en la cabeza que quiero empaparme en la historia de la ciudad más que nunca. Y eso es lo que es el Hotel Milford de Nueva York, Historia con mayúsculas.






Con sus 27 pisos y nada menos que 1.331 habitaciones, el actual Row fue en su inauguración el mayor establecimiento hotelero de la ciudad. Y hablamos de 1928, cuando se llamaba Hotel Lincoln en honor del presidente de Estados Unidos que había nacido el mismo día que el hotel pero con 113 años de diferencia.
Ya desde esa época, empezaba a criarse el gusanillo de la competición por ver quién hacía el edificio más alto de la ciudad, el más grande e impresionante. Así que los constructores del Milford le añadieron un extra que consistía en un mástil donde se podía leer "Lincoln Hotel" desde una distancia más que considerable.







Con el paso de los años, surgieron otros establecimientos que le robaron los récords que hasta entonces ostentaba, pero a cambio el Milford fue adquiriendo experiencia e historia. Después de varios cambios de dueño, de nombre y de estado ( ya que estuvo completamente cerrado y tapiado durante una década) volvió a su actividad de manera intermitente y más bien como un hotel sin mucha gracia.






Pero los cambios llegaron en la actual década, cuando tras un nuevo cambio de dueño y una renovación completa y radical, adaptada a las tendencias actuales, el Milford renació como el Row NYC.
El pasado febrero tuve la suerte de disfrutar de este cambio y vivir durante unos días el magnífico ambiente, juvenil y renovado del hotel.





Ya desde el vestíbulo, lleno siempre de jóvenes en un continuo trajín que le da vida y dinamismo, se percibe ese nuevo aire que envuelve todo el establecimiento. Tras un check in rápido, y un paseo por el bar y las gradas que acaban de completar la tarjeta de visita del hotel, nos dirigimos a las habitaciones, que guardan las formas del primitivo Milford pero que ahora lucen nuevas y diferentes tras el completo lavado de cara a las que fueron sometidas.
Colores brillantes y luminosos, una cama realmente cómoda y sobre todo amplitud y claridad, se combinan con unas vistas donde las ventanas a los rascacielos nos muestran las más puras y típicas postales de la Ciudad de los Rascacielos.
El hotel cuenta también con una completa tienda de regalos, una pizzería, un bar cafetería que por la noche se convierte en un lounge donde escuchar buena música con un diseño a la última que rompe esquemas de manera radical.
Para los aficionados al deporte cuenta con un gimnasio muy completo y para los internautas un hall con multitud de ordenadores disponibles.
La situación del hotel es realmente magnífica, a dos pasos de Times Square y casi encima, por tanto de la mítica Broadway.
No dudaría en alojarme de nuevo en el mismo sitio y en la misma habitación la próxima vez que visite la Gran Manzana. Y por supuesto, si alguien me pregunta si lo recomendaría, la respuesta sería un SI como el Empire State de grande.

Quienes hemos tenido la suerte de sobrevolar Manhattan, hemos visto cómo la ciudad parece volcarse sobre un manto verde ( blanco en invierno), que parece una herida abierta a la que rodean los más espectaculares e históricos edificios de la Gran Manzana.
Hay un tour que recomiendo porque que nos revela los secretos de este lugar, es la visita guiada por Central Park






Alegre y colorido durante el verano, misterioso y sorprendente durante el invierno, pero siempre bullicioso y lleno de vida, Central Park se ha convertido con el paso de los años en una caja que se abre a cada paso para regalarnos las más variadas e increíbles sorpresas.






Quizá la mejor de ellas, la que más se disfruta, sea el sosiego y la paz que se puede respirar al dejar atrás la trepidante marcha que parece invadir las grandes avenidas de la ciudad. El tráfico, las prisas, los ruidos de la urbe que nunca duerme, se apagan al traspasar los límites que entran a este pulmón único en el mundo, que ya ha cumplido nada menos que 157 años con unas cifras que demuestran su importancia vital para la ciudad de Nueva York.










Cuatro kilómetros de largo por 800 metros de ancho donde conviven 26.000 árboles de gran tamaño, 275 especies de pájaros, miles de divertidas y nada asustadizas ardillas, 9.000 bancos, 93 kilómetros de calles y senderos, 30 puentes, siete lagos, varios restaurantes, fuentes, esculturas y por supuesto el Metropolitan, uno de los mejores museos del mundo.






Todos esos datos, más los 25 millones de visitantes que anualmente traspasan sus lindes, su consideración como cuna del footing mundial ( sobre todo en la zona de The Reservoir, el gran lago que se excavó para suministrar de agua dulce a la ciudad), el maravilloso castillo de Belvedere o el Jardín Botánico, la escultura de Alicia, el pequeño zoo para niños o la espectacular y cinéfila Bethesda Terrace, hacen de Central Park un lugar único que bien merece una jornada completa para empaparse de toda la esencia de la ciudad de Nueva York.
















Los nostálgicos del pop tienen una cita ineludible e inevitable en el pequeño rincón que conforma el mosaico Imagine en Central Park. Un homenaje al Beatle John Lennon que fue asesinado a las puertas del siniestro edificio Dakota, en el que vivía junto a su Yoko, en 1980.


Nada menos que 1 millón de dólares, fue la cantidad que la viuda donó para remodelar su rincón favorito de Central Park y renombrarlo como Strawberry Fields en honor de su marido y la hermosa canción que compuso.


Para ello, se encargó a un equipo de diseñadores y artistas profesionales del mosaico de Nápoles, la realización de una obra de teselas de mármol que difundiera un mensaje de esperanza para un mundo sin guerras ni conflictos. Una placa en bronce donde se encuentran 120 países del mundo que contribuyeron al espacio con plantas traídas desde sus rincones y dinero para su mantenimiento completan este espacio icónico que es conocido en el mundo entero como el Jardín de la Paz.


La Cabaña Sueca, es el hogar de una de las últimas ( desgraciadamente) compañías de marionetas de los Estados Unidos. Y eso extraña, en un país tan grande y con una población tan joven y activa, ya que las marionetas nos han acompañado en nuestra infancia desde hace muchísimos siglos.


No es que sea una sede muy antigua, ya que sólo se desarrollan espectáculos en esta cabaña desde 1947. La historia del coqueto edificio, por el contrario si que lo es, ya que se levantó durante la Exposición de Filadelfia de 1876 como modelo de un colegio sueco y se convirtió en un lugar tan entrañable, sobre todo para la comunidad escandinava del norte de América que fue trasladada definitivamente al Central Park por petición popular.


En un principio fue sede de varias actividades, como un centro de estudios para niños e incluso como laboratorio de investigaciones sobre insectos. Hasta que finalmente se reveló su uso actual en 1939, cuando varias compañías de marionetas y teatro infantil empezaron a reunirse y hacer pequeñas funciones para entretener a los niños del parque.
Desde hace varios años, se han especializado en fabulosas representaciones de clásicos infantiles, como Cenicienta y Peter Pan, con un aforo de unas 100 personas. También es famoso entre los neoyorkinos por sus mágicas fiestas de cumpleaños.
Espero que la tradición no muera nunca, porque es pura magia.

Asentado en lo que los neoyorkinos llaman la Rock Vista, que constituye la segunda elevación más alta de Central Park, nos encontramos con el Castillo Belvedere, cuyo nombre proviene del italiano y que significa Vista Hermosa o Bella, como ustedes prefieran.





El lugar nos ofrece unas vistas de casi 360º no sólo del parque, sino también de los rascacielos que lo rodean, y quizá es el monumento más mágico de esa brecha verde que se abre entre todo el cemento y cristal que constituye la Gran Manzana.




Diseñado originalmente en 1865 por Calvert Vaux y Jacob Wrey Mould como fruto de un sueño victoriano, que aunara la fantasía de los cuentos de hadas y al mismo tiempo constituyera un mirador único que permitiera contemplar y disfrutar del escenario que constituye Central Park, hoy en día es una estación meteorológica desde donde, hasta la fecha de hoy, se dan las temperaturas y la previsión del tiempo de toda esta zona de Manhattan. Los que tengan la fortuna de entrar ( yo no pude), podrán disfrutar de una enorme colección de objetos de historia natural (esqueletos, pájaros e insectos) así como de microscopios y telescopios, que dan una idea de las labores de investigación que se han realizado en el castillo.




Por ello, aparte de su valor estético e informativo, su estela inspira a todos aquellos aficionados a la ornitología que vienen hasta aquí para observar halcones, cernícalos o a las pocas águilas pescadoras que aún viven, ya urbanitas, en la Ciudad de los Rascacielos.






No hay duda de que la fantasía y el romanticismo continúan envolviendo este rincón mágico de Central Park.

Todavía no entiendo el porqué de que la mayoría de los hoteles de Estados Unidos no incluyan el desayuno en sus servicios. Realmente es más practico poder desayunar fuerte en el hotel para inmediatamente poder empezar una larga jornada llena de descubrimientos e ilusiones realizadas.



Pero bueno, de esa manera no hubiéramos podido descubrir una exquisitez como es la Cafetería Panadería Europan, a dos pasos de nuestro Hotel Milford y donde fuimos a desayunar en varias ocasiones.




Partamos de que la primera comida del día no suele ser nada barata en la Ciudad de los Rascacielos, por lo que no voy a decir que este lugar sea una excepción y vayamos a desayunar por cuatro duros. Pero si que puedo asegurarles que la comida y el servicio valen cada centavo que se paga.





Llegar al local es fácil, y no hace falta desviarse ya que se encuentra en plena 8ª Avenida bajando hacia Broadway. No se trata de un sitio grande ni masificado, aunque dependiendo a la hora en que vayamos puede estar lleno de gente de toda clase y condición. Así podemos estar saboreando nuestro desayuno al lado de una modelo de alta costura que devora una sencilla ensalada, o de un broker que ojea la sección de economía de un periódico mientras bebe litros de café americano ( uno de los más sabrosos de la ciudad por el origen sudamericano de sus encargados), o ver a una familia que sale de compras con sus hijos y necesitan, como nosotros reunir fuerzas y calorías para afrontar un largo día de 'shopping'.




Aún así nunca tuvimos problema a la hora de encontrar mesa, que suele compartirse con otros clientes y pedir y ser servidos inmediatamente.
Las posibilidades son realmente amplias: desde los famosos pannini de pollo, fajitas o Montecristo, pasando por los sabrosísimos y gigantescos bocadillos de pastrami, los prácticos ( para llevar) wraps- que es una tortilla de trigo que envuelve un relleno variado y realmente suculento-, los sandwiches de roast beef o pavo con mostaza de Dijon, para acabar de manera dulce y tentadora con las tartas Red Velvet, Selva Negra o la archiconocida tarta de queso de Nueva York.
A todo esto se puede añadir, si tenemos sitio en nuestro estómago, un café que como ya he dicho es de los mejores de la ciudad, una bollería recién salida del horno, y un zumo de naranja recién exprimido.
Para los que cuidan mucho su dieta, una nevera nos tienta con batidos, zumos, gelatinas y ensaladas.
El precio aproximado de lo que ven en la foto de la mesa fue unos 12 dólares por persona, unos 10€. No es barato, pero tampoco caro, teniendo en cuenta que estamos en Nueva York y que la comida aquí es de total confianza y encima sabrosa y fresca.
Además se necesita de mucha energía para afrontar un día en la Gran Manzana....

Para la mayoría de los visitantes y neoyorkinos poco duchos en la historia de su ciudad, la Octava es la avenida que lleva el tráfico hacia el norte, hacia Central Park desde el barrio de West Village. Sin embargo es una de las arterias de la ciudad con más historia y peculiaridades.









Sus edificios han sido hogar de personas y personalidades famosas y ya sólo por el nombre evocan leyendas y misterios.




Como el Dakota, donde fue asesinado John Lennon y aún vive su esposa Yoko, o el San Remo, hogar de Bono de U2, Demi Moore o Diane Keaton, los famosos El Dorado, Beresford, The Langham, El Siglo o el escenario de varios encuentros y asesinatos mafiosos que es The Majestic.
La mayoría de estas viviendas se construyeron alrededor de 1930, en sustitución de los hoteles de finales del siglo XIX con los mismos nombres. Algunos como El Siglo, el San Remo, y The Majestic, son torres gemelas.
Otros edificios de gran interés son la Sociedad Histórica de Nueva York y el Museo Americano de Historia Natural, y para los cinéfilos nostálgicos, el edificio situado en el 55 de Central Park West es el horripilante "Spook Central" de la película Ghostbusters.





Hemos visto el componente arquitectónico de la Avenida, pero me gustaría añadir el humano.
Desde la década de 1990, el tramo de La Octava Avenida que atraviesa Greenwich Village y su adyacente barrio de Chelsea ha sido centro de la comunidad gay de Nueva York, con bares, restaurantes y locales de todo tipo. De hecho, el desfile anual del orgullo gay tiene lugar a lo largo de la sección de Greenwich Village de la Octava Avenida. Además, junto con Times Square , la parte de la Octava Avenida de la calle 42 a la calle 50 fue un poco recomendable barrio rojo desde finales de 1960 a 1980, momento en que el polémico alcalde Giuliani, decidió empezar a hacer cambios en una ciudad que necesitaba modificar su estructura.



Hoy es una de las vías más rápidas para acceder a la zona centro y norte de Manhattan, alejada del tráfico de las principales avenidas del este.

El edificio Dakota
Leyenda que empieza con su nombre, que al parecer le viene del hecho de que en el momento en que fue construido, el Upper West Side de Manhattan estaba tan alejado de lo que era el centro de Nueva York que al terreno donde se levantó se lo consideró tan remoto como el Territorio de Dakota.





Claro, me imagino que en 1880, esa zona no debía ser muy atractiva para los neoyorkinos, que desde un principio fueron asentándose y extendiéndose desde el sur hacia el despoblado norte y encontrarse de repente viviendo en una especie de palacio al estilo europeo- francés no debía ser fácil. Aunque desde su diseño se supo que los propietarios iban a ser la 'creme' de la ciudad de Nueva York. Por eso hicieron que el edificio fuera lo más exclusivo del momento y sólo pudiera albergar a 65 familias escogidas en igual cantidad de apartamentos de 4 a veinte habitaciones.




El lujo era tal, para la época, que los techos eran de caoba, roble y cerezo, y en el de los más snobs se adornaban con filigrana de plata; desde siempre ha generado su propia energía eléctrica y fue de los primeros en tener calefacción central, salón de juegos y gimnasio.




Lo mas 'chic' desde su apertura fue alquilar un pisito para pasar temporadas en el "salvaje norte neoyorkino" y fue una marca de estatus que obligó a construir rápidamente otros edificios de igual o mejor calidad y prestaciones en la zona.


Pero lo que llama la atención a todos los visitantes que nos acercamos hasta él es, claramente, la leyenda que lo envuelve.


La más famosa, por supuesto es la del asesinato de John Lennon que cayó muerto a sus puertas en 1980 al salir de uno de los apartamentos de su propiedad y que aún conserva su viuda.
Pero yo que también soy cinéfilo, me gusta recordar que en el edificio transcurría la trama de "La Semilla del Diablo" de Roman Polanski o que en él han vivido famosos como la actriz Lauren Bacall, el compositor y director de orquesta Leonard Bernstein, Judy Garland, Boris Karloff...
Y eso que para poder entrar a vivir no basta con poder comprar un apartamento. Hay que pasar el severo control y escrutinio de la junta de vecinos, que son los que finalmente decidirán si el posible nuevo propietario puede codearse con ellos. El papeleo incluye años de documentos fiscales y contables y requiere a la pareja (nunca solteros) pagar miles de dólares para someterse a investigación; completar este proceso no es garantía de que vayan a ser aceptados. Así fueron amablemente rechazados Antonio Banderas y Melanie Griffith o la mismísima Cher; y eso que la media de precio de venta de los apartamentos es de 20 millones de dólares...
Nada es suficiente para este mega exclusivo edificio que parece no depender ni necesitar a nadie, como si se nutriera él solo.....Curioso.

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