domingo, 6 de agosto de 2017

New York, New York (VI)

Museo Metropolitano de Nueva York
Hay quien dice que sólo es un museo, pero yo digo que es una ciudad-estado cultural, con recursos propios, una colección de más de dos millones de objetos y con un presupuesto anual de más de 120 millones de dólares.



















Y como se trata de una ciudad, debemos tratarla como tal, siguiendo el plano que nos dan a la entrada para poder movernos por sus calles y plazas. Los alcaldes de esta gran urbe de las artes plásticas presentan más de treinta exposiciones e instalaciones especiales al año, y la lista de puntos importantes es realmente apabullante.


Yo recomiendo decidir exactamente lo que se quiere ver, empezar por ahí y luego dejarse llevar por la intuición, por lo que nos pidan los sentidos, ya que los cinco parecen tirar de nuestro cuerpo para un sitio distinto. Así que no nos llevemos a engaño, porque es imposible visitar el MET en una sola jornada, ni siquiera en dos o en tres y disfrutar plenamente del resultado de la dedicación y generosidad de numerosos donantes e instituciones que desde 1870 lo han enriquecido y ampliado.








El museo, como un ser vivo que es, no para de crecer y cada año amplía y remodela sus instalaciones para ofrecer y sacar a la luz todos los tesoros que se van acumulando en sus sótanos a la espera de ser apreciados y admirados por los millones de visitantes que cada año acuden en peregrinación a sus salas.












Si tuviera que escoger entre algunas de las maravillas que con orgullo muestra el museo, me quedaría con el simpar templo de Dendur, al que se dedica un enorme salón con un estanque donde se refleja el templo y las vidrieras que conforman una de las paredes del espacio, la sección de arte medieval, llena de retablos, tallas, tapices iconos bizantinos, esculturas de mármol, pórticos, balaustradas y puertas que fueron traídos pieza a pieza desde Europa y Oriente Próximo y montadas de tal manera que recrearan el ambiente de las catedrales góticas ( como la reja del coro de la Catedral de Valladolid).














Otros puntos de gran interés serían las salas egipcias y romanas, las de arte chino, japonés y africano, las columnas Tiffany de la mansión de Louis Comfort, el autorretrato de Rembrandt, el místico "Washington cruzando el río Delaware" o "Los cipreses" de Van Gogh.










El hiperrealismo de las salas de Arte Contemporáneo o la magnífica exposición de esculturas en bronce con temática del Salvaje Oeste, completan lo que sería, para mí, un recorrido básico por este museo de los museos.












Trinity Church
En un principio no fue más que una pequeña iglesia parroquial, hasta que en 1697, el rey Guillermo III, acérrimo defensor y devoto de la fe anglicana decidió que ya era hora de dar a la ciudad un gran templo donde desarrollar plenamente las enseñanzas que con tanto brío deseaba extender por el territorio americano.





Así, la enorme extensión de terreno con que fue dotada en lo que hoy es Lower Manhattan hizo que fuera la iglesia más rica y prestigiosa del país durante todo el siglo XVIII.


El de hoy, es el tercer templo que se levanta en esa tierra sagrada y se erige, precioso y espectacular entre los grandes colosos de la arquitectura moderna desde 1846 en un fabuloso estilo neogótico norteamericano, que sentó las bases para otras construcciones que verían la luz en años posteriores por todo el país. Ahora es difícil imaginar cómo sería el panorama desde sus 84 metros de altura, cuando era el edificio más alto de la ciudad y a su alrededor había poco más que tierra baldía y un par de edificios de tres o cuatro plantas.






Tres enormes portones de bronce fueron especialmente diseñados por Richard Morris Hunt a imitación de las famosas puertas de Lorenzo Ghiberti del Baptisterio de Florencia, pero lo que llama la atención cuando entramos es lo larga y oscura de su nave que contrasta con la impresionante vidriera de colores que se sitúa encima del altar. Un paseo por su interior nos lleva a recordar los más de 300 años de historia que suman las tres iglesias que se han levantado aquí.
En la actualidad, tal y como ocurrió con otras iglesias anglicanas, pasó a formar parte de la fe episcopal cuando América se independizó de Gran Bretaña.

National Museum of the American Indian
Crisol de culturas y de ideas dispares, Nueva York fue para muchos mal llamados "indios" la misma Jauja que para los cientos de miles de personas que sólo buscaban una cosa: hacer fortuna, participar en el maravilloso y a veces inalcanzable Sueño Americano, o simplemente para sobrevivir.







Ya lo sabían por las profecías de los Hopi de Arizona. Sabían que tendrían que viajar hacia el este, y allí encontrarse y reunirse con otras culturas para intercambiar si no su sangre, por lo menos sus pensamientos.






Y de esa base se partió para crear este maravilloso museo que encontró su hogar en la antigua Aduana de Alexander Hamilton, uno de los más espléndidos edificios Beaux Arts de Nueva York. Rico en significado histórico y arquitectónico, la aduana es un monumento histórico nacional, que fue el centro de comercio más próspero del país. Acabada de construir en 1907, la vasta estructura de siete pisos, con sus 450.000 metros cuadrados, cuarenta y cinco columnas decoradas con la cabeza de Mercurio, dios del comercio, cuatro gigantescas esculturas que guardan la entrada y que representan a América, Asia, Europa y África, (obra de Daniel Chester French, quien también creó la estatua de Abraham Lincoln para el monumento de Washington) mas otros bustos y cabezas que simbolizan las energías de los mares y las razas conocidas de la Humanidad, se complementan con la decoración interior donde abundan conchas, criaturas marinas y un sinfín de elementos que constituyen un un homenaje a la preeminencia de Nueva York como puerto marítimo. La gran sala central se adorna con paneles de Tiffany, frescos sobre los primeros exploradores de América y la importancia de la ciudad en el comercio mundial. El edificio es una auténtica maravilla.
Pero veamos lo que nos ofrece el interior.







El Museo Nacional del Indio Americano (NMAI) nos regala una de las más extensas colecciones de arte nativo americano del mundo, aproximadamente 825.000 objetos que representan más de 12.000 años de historia y más de 1.200 culturas indígenas de las Américas. Desde los primitivos Paleoindios hasta las muestras actuales de arte contemporáneo. El catálogo incluye todas las áreas importantes de la cultura del hemisferio occidental, que representan prácticamente todas las tribus de los Estados Unidos, la mayoría de las de Canadá y un número significativo de culturas de Centro, Sudamérica y el Caribe.






Además de las colecciones de objetos, el fantástico museo guarda un gigantesco archivo fotográfico con aproximadamente 324.000 imágenes desde la década de 1860 hasta el presente, películas y colecciones audiovisuales en cilindros de cera, discos de fonógrafo y películas en 35 mm.






No solo es un lugar para disfrutar del arte y satisfacer nuestra curiosidad por los desconocidos pueblos de la América más genuina, sino que es un vehículo para hacer crecer la conciencia pública y la comprensión del arte amerindio, sus vidas, cultura, historia, el entendimiento intercultural y las relaciones con las sociedades no nativas que de repente irrumpieron en sus vidas con más fuerza que el Caballo de Hierro.










La misma enorme importancia tiene el museo para la gente nativa, que lo contempla como administrador de gran parte de su patrimonio material, haciéndolo accesible a los miembros de su comunidad y al público que realmente se acerca a él con respeto y ansias de conocimiento. En son de paz.

La verdad es que no es nada fácil hacerse una idea de la magnitud de la catástrofe ocurrida el 11 de septiembre del 2001 hasta que uno no se acerca al inmenso espacio que dejaron las Torres Gemelas tras su desaparición y comprueba lo que fue y ya nunca más será.



Es extraño y al mismo tiempo comprensible, ver como los neoyorkinos intentan olvidar el desastre cerrando los ojos a la realidad y tratando de no hablar de las Torres, como si nunca hubieran existido y miran un poco de reojo a todos los que picados por la maldita curiosidad nos acercamos a ver el punto que, desde entonces, se ha considerado un "must" para todo el que visite la Gran Manzana.


Estar allí es ser presa de un choque de emociones. Por un lado tristeza, incomprensión y miedo; por otro solidaridad y esperanza, viendo las grandes máquinas que como gigantes dedos vuelven a levantar los logros del hombre, demostrando que no hay rendición y que siempre hay un atisbo de luz al final del túnel.




Muchos proyectos han rondado las mesas de oficina de los gobernantes de la ciudad desde el desastre.
Los archifamosos Jardines de Luz han sufrido infinitas modificaciones en su idea original y prácticamente solo queda un elemento de los que estaban en su origen, la Torre de la Libertad, que con sus 541 metros será el edificio mas alto del conjunto.







Lo de Ground Zero, viene nada menos del nombre con el que los americanos bautizaron la zona de Hiroshima y Nagasaki devastadas por las dos bombas nucleares. Tras el atentado, el gobierno americano y por ende los medios de comunicación, empezaron a utilizar la expresión de manera más general.
Y es que razón no les falta. Es como si una bomba hubiera acabado con los dos edificios y no se hubiera permitido dejar nada en pie. Desolador.





Para los más macabros o los que gusten de toda la parafernalia del desastre, aconsejo la visita al 9/11 Memorial, lleno de objetos rescatados de los escombros, homenajes a los fallecidos y mil y un "recuerdos" que incluyen un ladrillo de la casa de Bin Laden. No tengo el cuerpo yo para eso.
Prefiero quedarme fuera, eso si, manteniendo el silencio y el respeto que merecen los fallecidos, pero siempre mirando hacia arriba. Imaginaré cómo será el conjunto cuando sea finalizado, con las aportaciones de los arquitectos Libeskind, Calatrava y Frank Gherry.
Seguro que volveré a la Zona Cero con otra mirada...

Rica en recursos naturales, Manahatta ( "La isla de las colinas" en lengua Lenape) tenía una abundancia realmente milagrosa de frutas, aves, mamíferos de caza, ballenas, delfines y otros animales que tenían su hogar en la zona debido a que justo donde acaba la isla, lo que ahora es Battery Park, la Naturaleza había emplazado el estuario que formado por la unión del agua salada del mar con la dulce del río Hudson o Shatemuc ( " El río que fluye en ambos sentidos"). Como sabemos en España y en muchos países con río y mar, los estuarios son lugares particularmente buenos para el desarrollo de la vida salvaje.



Los indios Lenape cazaban en Manahatta y utilizaban un camino recto que la recorría de sur a norte para comerciar con otras tribus y obtener bienes a cambio de los frutos de su caza, recolección y pesca. Este camino, seguía exactamente la calle que hoy es Broadway.


Pero he aquí que llegaron los europeos, holandeses para ser exactos, y se encontraron con los amigables Lenape. En un principio hicieron buenas migas, incluso los nativos ayudaron a los recién llegados a adaptarse a la nueva tierra, pero los holandeses "querían" esa tierra en exclusiva, y pronto surgieron los conflictos.


Los indios de repente empezaron a morir a decenas, víctima de las enfermedades traídas por los poco higiénicos europeos; las pieles de castor, tan deseadas por los comerciantes del continente, fueron cazados casi hasta la extinción por los nuevos colonos, que ya no necesitaron el trueque con los indios; y finalmente el jefe de la tribu Lenape más importante, cayó en la trampa preparada por el gobernador de Nueva Amsterdam y le "vendió" la gran isla a los avariciosos europeos.
La guerra estaba servida.
Los pocos nativos que quedaban empezaron a atacar el asentamiento holandés y los colonos tuvieron que levantar un muro de barro, piedras y madera que les cortara el paso y al mismo tiempo les ayudara a defenderse de los ataques ingleses que empezaban a producirse. Aunque en 1699 se derribó el muro tras la "conquista" inglesa de los territorios y la expulsión de los indios a otras tierras, la denominación perduró hasta llegar a nuestros tiempos. En 1789, George Washington fue nombrado presidente en las escalinatas del Federal Hall, que se encuentra en Wall Street y desde entonces por mano de comerciantes, especuladores, traficantes de esclavos y astutos cambistas, la zona en la que se encuentra se fue convirtiendo en el centro de las finanzas del mundo.
Me pregunto que pensarían los indios Lenapes del siglo XVII si pudieran ver las riquezas y el dinero que ahora se mueven en la zona a cambio de aquellos míseros 24 dólares en especias por las que vendieron la isla...

A pesar de que Wall Street es el símbolo más destacable del capitalismo estadounidense, el edificio que todos conocemos como " La Bolsa", se encuentra en Broad Street.



El magnetismo que la rodea ha sido siempre tan grande que hasta que se cerraron los accesos al público por medidas de seguridad, más de setecientos mil visitantes atravesaban su portentosa y neoclásica fachada para ver como cambiaban de mano cada día unos mil millones de acciones valoradas en cuarenta y cuatro mil millones de dólares.
El edificio fue testigo en 1929 del famoso "crack" que tuvo consecuencias inimaginables hasta entonces en la economía mundial.



Miles de empresas se vieron abocadas a la bancarrota tras la caía de las acciones en el llamado Jueves Negro, cuando los especuladores tomaron la decisión de vender sus acciones para recuperar el dinero invertido con grandes beneficios. El desmesurado crecimiento de las ventas disminuyó el valor de las acciones. Incapaz de contener la caída de la Bolsa de Valores, los accionistas comenzaron a vender para perder lo mínimo y consecuentemente las principales acciones perdieron el 90% de su valor y millones de inversores terminaron en la quiebra.


Miles de personas que habían invertido todo su dinero en acciones para conseguir dinero "fácil" quedaron arruinadas y se vieron obligadas a vivir en campamentos y ser alimentadas por las organizaciones humanitarias. Muchos estadounidenses se suicidaban, tirándose desde las ventanas de los rascacielos más altos.
Hoy, cuando la Bolsa sigue fluctuando según se mueva el mundo, sus guerras y sus gobiernos, el lugar sigue siendo un monumento permanente a las ambiciones, vanidades y locuras económicas de una humanidad que parece no querer mirar nunca atrás.

Tengo que reconocer que soy un poco mitómano, y me atraía mucho la idea de ver el lugar exacto donde ocurrió el famoso "crack" de la Bolsa de Nueva York, así que de camino al Downtown pasé un poco de puntillas por Wall Street. Pero lejos de sentirme interesado por el edificio de la Bolsa, me fijé en el Federal Hall, con su estatua de George Washington en medio de las enormes escalinatas.



Claro, luego supe que su importancia es vital por varias razones. La primera por ocupar el lugar donde estuvo el primer ayuntamiento de la ciudad, la segunda porque reunió el primer congreso de Estados Unidos y la tercera y más querida por los americanos, porque en el punto justo donde se levanta su estatua, Washington tomó juramento el 30 de abril de 1789, convirtiéndose en primer mandatario oficial de Estados Unidos.


Aunque el edificio que ahora vemos no tiene tanta vida como el juramento del presidente, ya que se levantó entre los años 1834 y 1842, es considerado uno de los mejores ejemplos nacionales de arquitectura clásica, con su estilo renacentista griego.
Es una pena que estuviera cerrado el acceso al interior, porque según parece alberga un pequeño pero muy interesante museo de la época postcolonial de la ciudad.


Es impresionante ver como un edificio que en su tiempo debió parecer enorme, se ve ahora empequeñecido por las colosales estructuras que lo rodean y que hacen que casi pase desapercibido.

El cementerio de Trinity Church, situado en la calle 155 y Riverside, y en cuyo centro se levanta la famosa Trinity Church es el único cementerio activo que queda en la isla de Manhattan. Con la subida de precios de los terrenos en la isla, fue necesario exhumar a la mayoría de los habitantes del subsuelo neoyorkino. Aún así y después de tantos años de enterramientos oficiales y no oficiales, muchos restos quedaron diseminados bajo lo que hoy son las calles y los rascacielos de la Gran Manzana.



Esos cuerpos localizados se trasladaron a las afueras de la ciudad, a nuevos cementerios creados ex profeso para la ocasión o realojados en otros ya existentes.
Solo quedó el de Trinity, con toda su historia y su simbología.



Al entrar, nos encontramos con las miradas vacías de los cráneos que campean sobre las tumbas de los siglos XVII y XVIII. No hay ángeles victorianos a punto de alzar el vuelo o recargados jarrones de flores en piedra adornando las tumbas, sino que esculpidas, podemos leer referencias a la brevedad de la vida, relojes de arena con alas- Tempus Fugit- y pequeñas y dulces caras aladas de ángeles que dan ese toque de inocencia y bondad que no puede faltar en cualquier buen cementerio que se precie.


Para quien no guste de este tipo de rincones, el ambiente del cementerio es de mal agüero, una advertencia de que la vida es corta y de que debemos ser piadosos y religiosos antes de que acabe de caer el último grano del reloj de arena y nuestra alma vuele hacia el oscuro o luminoso más allá, según hayamos cumplido o no los preceptos.
La tumba más antigua data de 1681 y pertenece a un niño de cinco años que según las últimas investigaciones es la más antigua de todo el Estado de Nueva York.






Es curioso notar y escuchar el silencio que rodea el cementerio, incluso sabiendo que con sólo dar dos pasos entramos de nuevo en la vorágine de la Ciudad de los Rascacielos. Es un mundo de muerte entre un mundo de vivos.

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