martes, 7 de agosto de 2018

Irlanda, la fascinante isla esmeralda (VII)

Castillo de Ross, un castillo de postal
Ross tiene todo lo que podríamos desear de un castillo irlandés. Una estampa imponente, un lago, una historia turbulenta, un fantasma...

Sin duda es un lugar que ya impresiona desde lejos, ya que para llegar a el hay que cruzar con nuestro coche a través del Parque Nacional de Killarney; cuando aparcamos el coche y vemos más de cerca su magnífica figura, no podemos por menos que disfrutar en silencio su belleza.



Haciendo historia, vemos que fue construido por O'Donoghue Mór en el siglo XV, luego pasó a manos de los Brownes que se convirtieron en Condes de Kenmare y que eran propietarios de una porción extensa de las tierras que ahora forman parte del Parque Nacional de Killarney. Cuenta la leyenda que O'Donoghue todavía vive en un sueño profundo bajo las aguas de Lough Leane. En la primera mañana del mes de mayo, cada siete años, surge del lago en su magnífico caballo blanco y lo rodea, como vigilando sus antiguas posesiones. Aquel afortunado que lo vea aunque sólo sea por un instante, puede estar seguro de su buena fortuna para el resto de sus días.



El castillo está construido en un pequeño promontorio que mira al lago, con un embarcadero del que parten excursiones en barca hasta la cercana isla de Innisfallen. Entramos y esperamos por una visita guiada que nos llevará desde la base de la casa-torre hasta su última planta. Por el camino vemos una recreación bastante acertada del aspecto que debió tener la fortificación en sus mejores años, y la guía nos explica cómo era la vida diaria de los señores y sus sirvientes.






El castillo en sí se mantiene en plena forma, pero lo que realmente nos cautiva es el conjunto que forma con el lago, un halo de romanticismo y leyenda difícil de superar.
Isla de Valentia, una maravilla inesperada
La verdad es que no pensábamos visitar este rincón de la verde Irlanda, ni siquiera habíamos echado .un vistazo para ver cómo era.


La intención era, si teníamos tiempo, coger un barco y acercarnos hasta los islotes de Skellig, un minúsculo archipiélago donde vivió una comunidad de monjes en absoluto aislamiento. Hoy en día decenas de especies de aves son sus únicas habitantes, pero ellas y los monjes fueron razones suficientes para convertir a las islas en Patrimonio de la Unesco.

Desgraciadamente el tiempo no fue suficiente, así que decidimos explorar esta maravilla de isla.



Unida a Irlanda por un puente que parece flotar sobre el canal de Portmagee, la parte occidental de la isla está dominada por los áridos acantilados de Bray Head que nos regalan unas vistas espectaculares de la costa de Kerry, mientras que el suave efecto de la corriente del Golfo otorga un clima cálido y una vegetación exuberante y colorida a la isla.

La dureza de la roca en la zona es tan legendaria que todavía hoy existe una importante cantera en la parte norte de la isla que se inauguró en 1816. La famosa pizarra de Valentia se ha utilizado en muchos edificios importantes como la Casa de los Comunes en Londres.

Suerte tuvimos con ese día de mayo que visitamos la isla, ya que el caprichoso sol, dejó de esconderse tras las nubes para regalarnos una mañana espectacular, con unas vistas inolvidables y sobre todo inesperadas.
Península de Beara, las dos caras de la belleza
La mayoría de la gente que visita Irlanda con poco tiempo suele obviar Beara, ya que no entra dentro del circuito formado por el famoso Anillo de Kerry - una ruta circular por lo mejor del oeste de la isla- y es que además Beara tiene su propio anillo, que la circunda y enseña a sus visitantes maravillas arqueológicas, un paisaje de ensueño y sobre todo da una idea de cómo era Irlanda hace 20 o 30 años, rural y marina, tranquila y virgen.

Dicen que los grandes autobuses que hacen Kerry no quieren pasar por Beara debido a la estrechez de la carretera (no lo creo así), pero realmente debe ser que piensan que a los turistas que contratan esta excursión que se ofrece en todas las rutas por Irlanda, no les parece suficiente atractivo el paisaje yermo del interior o la agreste y castigada costa de Beara.


Por ello suele decirse que Beara es el secreto mejor guardado de Irlanda, y que todos los mitos y las leyendas tienen su base aquí.

Fotogénica como pocas regiones de Irlanda, a cada momento detenemos el coche para tomar fotos, ya sea de las playas de arena amarilla que salpican la rota costa o para los numeroso lagos que aparecen en zonas como el Parque Forestal Gougane Barra.



Beara está más allá, es diferente. Casi son 50 los kilómetros que este dedo de tierra entra en el Atlántico; 50 kilómetros de tierra semisalvaje, paisajes áridos y rocas moldeadas por la fuerza del mar.

Por ello, Beara siempre ha atraído a personas poco convencionales, como hippies, artistas, poetas y pioneros de ecoturismo y a cierta clase de visitantes interesados en caminar, practicar ciclismo, conocer su historia y sus artes.

Pero sobre todo y aunque resulte reiterativo, el paisaje es el verdadero señor de Beara, la unión del mar y la tierra, y al mismo tiempo las dos caras de la belleza de Irlanda.
Kenmare es un pueblo tranquilo, apartado del famoso Anillo de Kerry, tranquilo, repito, muy tranquilo. Tanto que parece querer escaparse de los mapas que intentan situarlo en este maravilloso rincón mil y una veces trillado por turistas, curiosos y estudiosos de la historia de nuestro planeta.


Pero buscando, buceando entre tanto verde y tanta leyenda encontramos la manera de desviarnos y encontrar uno de sus tesoros mejor guardados. Eso si, no nos premiará dejando que lo descubramos así como así. Debemos primero localizar este minúsculo y apartado trozo de terreno y caminar hacia él durante unos minutos. Una caseta deshabitada nos recuerda que hubo un tiempo en el que los visitantes le prestaban más atención y debían pagar para visitarlo. Hoy, una pequeña cesta donde dejar nuestro donativo es la única testigo del paso de los visitantes y los convincentes carteles que indican lo conveniente de contribuir a su conservación, abren nuestra cartera para dejar salir un par de euros.


Damos unos pasos adelante y nos encontramos un espacio que perfectamente podría ser un jardín privado, por lo cuidado del entorno y sobre todo su césped, cortado y podado como si de un jardín real se tratara.

Con forma de elipse, el espacio apenas mide 15 por 17 metros, pero en un espacio tan pequeño incluye 14 grandes piedras y en su centro una gran mesa que custodia desde hace milenios un enterramiento adusto, sin identidad.


Según los expertos es el círculo de piedras más grande del suroeste de Irlanda, y aunque pueda parecernos pequeño e insignificante si lo comparamos con otros como el grandioso Stonehenge, su importancia es capital, ya que su distribución y el tipo de enterramientos lo convirtieron, tras su descubrimiento en un libro abierto para los estudiosos de la historia.

Su orientación para captar alineamientos del sol y la luna durante distintas fases del movimiento de la Tierra, fue fundamental para considerarlo uno de los círculos más interesantes entre los que salpican Irlanda.

Ya ven, escondido pero muy, muy interesante.

 Apartada del bullicioso centro de la ciudad de Cork, pero aupada en una loma desde la que domina toda la ciudad, la Catedral Anglicana de San Finbarr es la iglesia más espectacular de la ciudad, fácilmente reconocible gracias a sus altísimas agujas de 76 metros y la elegancia de sus formas levantadas en estilo neogótico y que esconden un interior victoriano, severo y adusto pero de gran belleza.


Es por esto que los visitantes tienden a considerarla más antigua de lo que es, y luego quedan sorprendidos al descubrir que sólo lleva hay desde 1870 y que lo realmente valioso históricamente hablando se esconde bajo ella, donde aún se conservan los cimientos desde los que el obispo Finbarr levantó su abadía allá por el siglo VII.


El entorno del edificio es una auténtica delicia, tras pasar la verja que cierra el recinto, entramos en un espacio verde que sugiere sobre todo paz y silencio, de tal manera que aunque esté situada junto a una carretera, una vez traspasamos la gran cancela, lo único que oímos el es trinar de los pájaros.


A mano izquierda el terreno está sembrado de grandes lápidas, testimonio de los más de 200 años de enterramientos cristianos que la catedral ha cobijado durante su historia. En un pequeño rincón, un laberinto en el suelo se convierte en un camino único que conduce a un centro. A diferencia de otros laberintos donde existen opciones de dirección para el osado que se rete a terminarlo y donde es imposible ver el final del viaje, éste, con su único camino conduce a un objetivo central que es visible en todas las etapas del viaje...


Los visitantes a la Catedral pueden recorrer el laberinto mientras oran, reflexionan sobre un problema, meditan, o simplemente lo siguen sin ninguna intención determinada durante los diez minutos que se tarda en terminarlo.

Ya dentro del templo nos asombramos con las más de 1.200 estatuas que adornan paredes y altares, y sobre todo una gigantesca bola de cañón que recuerda el Sitio de Cork del siglo XVII.
Única superviviente del periodo medieval de la ciudad de Cork, la torre de la Abadía Roja, se levanta aún en su sitio como vestigio de la construcción que allá por el siglo XIII se levantó para hospedar a una nutrida comunidad de monjas.


Lo más curioso de todo, es que estuvo habitada hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando la Reforma la transformo....en una fábrica de azúcar! Y esa fue su perdición, ya que los numerosos hornos para el refinado que tenía en sus dependencias, provocaron un terrible incendio que devoró casi todo el edificio y sólo dejó la torre, aunque en un estado lamentable.
Restaurada y considerada Patrimonio Nacional, se dice que la mitad de los fantasmas de Cork residen bajo sus piedras, ya que durante unas excavaciones a finales del siglo pasado, se encontraron, muy cerca de los muros medievales que formaban el convento, multitud de esqueletos humanos de hombres, mujeres y niños.


Vale la pena acercarse aunque sea sólo unos minutos a ella para respirar un poco más de la historia de la ciudad de Cork.
Iglesia de Santa Ana
Ya me había pasado una vez en Estocolmo. Quien me conoce sabe que me gusta visitar iglesias, no por su componente religioso o de fe, sino por el histórico y sobre todo el artístico. Así que en Irlanda, estandarte del catolicismo en Europa, no iba a ser menos.
Antes de despedirnos de Cork, y casi por casualidad, apareció ante nuestros ojos una iglesia que desde lo alto observaba el ir y venir de la ciudad. Realmente nos acercábamos a ella por la fama de sus campanas, las famosas Shandon, que pueden visitarse y tocarse, previo pago y que llevan en la torre desde el siglo XVIII, lo que las convierte en unas de las mas antiguas de Irlanda aún en uso.



Pero cuando entramos nos llamó aún más la atención la cantidad de banderas del arcoiris que adornaban sus paredes. Así que decidimos investigar.


No encontramos una explicación concreta, pero de repente vimos toda una declaración de principios en el tablón de anuncios: "We are committed to taking all people seriously - married and single people, gay and straight, those who have a natural faith and those who struggle with belief." (Nos comprometemos a tomar todas las personas en serio - casados y solteros, gays y heterosexuales, a todos los que tengan una fe natural y quienes luchen con convencimiento y principios por ella.)



Ojalá todas las parroquias del mundo tuvieran como mínimo este principio de respeto hacia los demás sin importar su condición. Desgraciadamente no es así.
Cork, la ciudad de la alegría
Considerado como uno de los mayores puertos naturales del mundo, Cork tiene el aspecto más europeo de todas las ciudades de Irlanda, debido al cosmopolitismo que conlleva la herencia de su antiguo pasado como centro comercial de primera magnitud. Una ciudad agradable y llena de ambiente, con una escena cultural muy animada y en continuo crecimiento.


Cork no tiene el aspecto desesperanzado que se ha apoderado de otras ciudades portuarias, en parte debido a la contagiosa buena disposición de sus habitantes, gente alegre siempre dispuesta a explicar al visitante las razones por las que su ciudad es infinitamente superior a Dublín y a recomendarle un pub donde probar Beamish o Murphy, las dos marcas de cerveza negra locales, superiores aquí a la mismísima Guinness.


Toda esta positividad no sufrió merma después de enfrentarse con los ingleses, no así su patrimonio arquitectónico que fue destruido en parte y cuyos supervivientes constituyen un conjunto de fachadas de singular cromatismo y una belleza únicas.

El centro está inmerso en una especie de isla formada por dos brazos del río Lee, con una parte completamente llana y otra trepada en una serie de montes con calles muy empinadas.



Pero lo realmente importante en Cork es su atmósfera, síntesis del arraigado orgullo de quienes creen vivir en la auténtica capital de Irlanda y de una reciente vitalidad económica. Por las calles se respira la música, la estabilidad de un comercio y una industria en auge y sobre todo una aura de tranquilidad y bullicio que conviven a un tiempo en la maravillosa ciudad de Cork.
Castillo de Cahir, un escenario de película
Cada vez que vemos una película ambientada en la época medieval y vemos los impresionantes escenarios que aparecen en la cinta, ya sean naturales o arquitectónicos, rápidamente pensamos en lugares como Irlanda, Escocia o Inglaterra, ya que son, junto con España e Italia, los países que mejor conservan este tipo de construcciones, sobre todo castillos y fortalezas.




El de Cahir no iba a ser menos, y en su currículum encontramos películas como "Excalibur", "Braveheart" o " Barry Lindon".





Yo diría que la mayoría de los viajeros que visitan Irlanda, en coche o en autobús, pasan de largo por Cahir sin darse cuenta de que dejan atrás uno de los más grandes y mejor conservados castillos del país.




Esto conlleva uno de los puntos a favor del castillo, ya que la falta de visitantes viene dada por encontrarse eclipsado por la roca de Cashel, a sólo 30 minutos, y que hace que la mayoría de los turistas se apresure a visitarlo, dejando el castillo de Cahir maravillosamente libre de multitudes.
Testimonio vivo de las habilidades de los arquitectos y constructores medievales, el castillo se alza imponente rodeado por el río Suir, y lo perfecta de su conservación hace que sea imposible no imaginar a las damas y los caballeros normandos pasear con sus mejores galas por sus pasillos, y por supuesto la cara de temor de los que intentaban conquistarlo.



La Edad Media fue un periodo cruel y sangriento, lleno de oscuridad y de guerras, pero afortunadamente uno de los mejores testigos de la época ha llegado casi intacto a nosotros.

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