lunes, 4 de noviembre de 2019

Egipto, en busca de la eternidad (IV)

Y tras pasar la noche en Aswan, nos dirigimos a Abu Simbel, que aunque se encuentra a tan sólo 280 km al sur de Aswan es casi obligatorio alcanzarlo en avión, a menos que quieras contratar esta excursión de 2 días a Abu Simbel desde Assuan.


Estas dos imágenes no son muy buenas, que digamos, ya que los cristales de el vetusto avión que nos llevó a Abu Simbel no estaban limpios y sí muy rallados, pero dan una idea de la distribución de los templos y en la segunda de ella, a la derecha se aprecia el embarcadero donde nos esperaba nuestro barco de crucero.
Que era este.


Su mejor baza: la terraza de popa, donde pasaríamos la mayor parte del crucero y las charlas interminables tras las comidas.

El camarote


Y empezamos la visita a Abu Simbel.

Para visitar este emblemático e indispensable rincón de Egipto debemos primero dar marcha atrás en el tiempo.
Retrocedamos al año 1274 antes de Cristo. Ramsés II decide levantar un templo, que sería excavado en una montaña, en su propio honor y en el de sus dioses protectores Ra Horakhti, Amón y Ptah. Debía impresionar en tamaño y grandeza a todo aquel que pasara por allí, demostrando la grandeza del faraón reinante, y disuadiéndolo de intentar invadir el país.



Tan sólo había un error en sus cálculos. Existía un enemigo al que no podría derrotar ni combatir, el tiempo, que con sus arenas y su inexorable paso llegó a cubrir el templo por completo hasta que desapareció bajo una gran duna de arena.
Sólo fue en 1813, cuando la luz de Ra volvió a rozar la cúspide del santuario, en el momento en que una de las cabezas de los colosos de su entrada, el mismo Ramsés II, apareció ante los ojos del suizo Burkhardt.



Cuatro años después, despejada su entrada, pudieron entrar al templo. Cuatro enormes estatuas de 20 metros, acompañadas de estatuas menores que representan a la madre del rey, su esposa y sus hijos, guardaban el imponente acceso.
Dentro, se conservaban perfectamente, gracias a la sequedad de la arena, espectaculares frescos en color de buitres protectores, relieves que contaban las victorias militares del faraón y escenas en las que la pareja real aparece ante los dioses del Más Allá, entrando triunfantes en la eternidad.



Ocho columnas, que en realidad son la imagen del faraón, sustentaban la enorme cámara, y al tiempo custodiaban el santuario donde los cuatro dioses del templo esperaban la caricia del sol cada mañana de los días 21 de febrero (nacimiento de Ramsés) y 21 de octubre ( su coronación) de cada año, cuyos rayos entraban directamente y gracias a cálculos matemáticos para posarse sobre sus estatuas.
Y toda esta maravilla podía haber desaparecido para siempre…



Demos un gran paso en el tiempo y situémonos en 1963. La presa de Aswan estaba acabada y sus aguas subían peligrosamente, amenazando no sólo Abu Simbel, sino también decenas de templos y restos arqueológicos irreemplazables.
Después de discusiones interminables, proyectos descabellados y propuestas inviables, se llegó a un plan factible: cortar el templo en grandes pedazos, moverlo a otro emplazamiento y volverlo a montar.
Después de treinta y seis siglos, Ramsés sería de nuevo glorificado con el sudor de los hombres y el ruido de las máquinas. A toda prisa y con la ayuda de 36 millones de dólares los templos se desmantelaron para volver a ser reconstruidos en una zona próxima, 65 metros más alta y unos 200 metros más alejada.



Se creó una montaña falsa formada por una cúpula, a la que se puede acceder por detrás, y luego se cubrió de roca compactada. Pieza a pieza el templo fue montado de nuevo exactamente con la misma orientación anterior, para que se siguiera produciendo el fenómeno del rayo de sol que toca a los dioses, pero debido a unos pequeños errores y los giros de la Tierra, lo haría un día más tarde.

Exactamente lo mismo ocurrió con el templo de Hathor, dedicado a la reina Nefertari, esposa de Ramsés.
Este monumento, una pequeña copia del anterior, también había estado cubierto por las arenas y cuando se excavó aparecieron ante los ojos del mundo seis enormes estatuas en su frente, representando a la pareja real y su familia.



Dentro, las columnas no engrandecen al faraón, sino a la diosa Hathor, con capiteles en forma de vaca, y los relieves son aquí más de tipo religioso. No es tan ostentoso como el de Ramsés, pero enternece el hecho de que el faraón haya construido un templo tan hermoso para recordar a su esposa.

Por la noche podemos asistir a un espectáculo de luz y sonido realmente impresionante, que logra asombrarnos por su espectacular iluminación y los fieles e interesantes comentarios sobre su historia.

Y al día siguiente iniciamos el crucero por el artificial Lago Nasser



Y digo artificial, porque cuando se mira la gran extensión de tranquilas aguas verdes y azules que nos rodea, cuesta creer que esta maravilla sea obra del hombre, que a fuerza de modificar el paisaje con la Gran Presa, sacó de la nada, como un mago de su chistera, una extensión de 5.250 km², con un largo de 510 km y un ancho de 35 km.


Como un oasis de austera belleza, el lago se ha convertido en lugar de descanso para las aves migratorias y familias enteras de gacelas, zorros y varios tipos de serpientes, como la víbora cornuda. En sus aguas nadan miles de peces, como la perca del Nilo, cocodrilos de hasta 5 metros de largo y hasta lagartos de Komodo.

Y lentamente nos acercamos a un punto en el que no pisaríamos, pero podríamos ver desde cubierta, una vez que el capitán se acercó lo suficiente.

Kasr Ibrim
El único monumento nubio que no tuvo que ser movido de su sitio, ya que estaba y está en lo alto de una colina de 70 metros, representa la versión más actualizada de una fortaleza que se remonta al 1.000 antes de Cristo, cuando los egipcios construían fortalezas de adobe a lo largo del Nilo para controlar la Baja Nubia.

En un momento de su historia llegó a albergar hasta seis templos, y uno de ellos, el de Isis, se convirtió en templo cristiano, que resistió los embates del Islam hasta bien entrado el siglo XVI, cuando fue ocupado por mercenarios bosnios ( si, bosnios) enviados por los otomanos.

Éstos se casaron con nubias y convirtieron el templo en mezquita. Recientes excavaciones han hallado valiosísimos documentos escritos que darán, una vez investigados, nueva luz sobre esta época desconocida de Egipto.


Nuestro siguiente y último destino del día ( hay que aclarar que las visitas sólo se realizan por la mañana debido al intenso e insoportable calor del desierto nubio) sería otro precioso y diminuto templo.

Templo de Amada
El templo más antiguo de los que se conservan en el Lago Nasser sólo tuvo que ser  movido apenas dos kilómetros desde su emplazamiento original. Fue dedicado desde su fundación a Amón Ra, pero de manera velada, pretende, de nuevo impresionar a los posibles invasores de Egipto y disuadirlos de conquistar la tierra del faraón, ya que varios reyes se dedicaron a dejar bien claras en estelas, inscripciones y relieves del templo sus habilidades bélicas y su facilidad para vencer a cualquier enemigo que osara adentrarse en sus dominios.



Así encontramos escenas de la fracasada invasión libia durante el gobierno de Merneptah, la tortura y muerte de los palestinos a manos de Amenhotep II.


Y nos dirigimos al barco a disfrutar de los espectaculares atardeceres del Lago Nasser.



Al día siguiente visitamos otro templo, éste un poco más impactante.
Wadi as-Sabua




Al igual que el resto de los templos que se situaban en lo que ahora son tierras sumergidas, éstos de Wadi as-Sabua se movieron 4 kilómetros al oeste para poder salvarlos de la inundación inminente. Su nombre significa Valle de los Leones, en honor a las 10 esfinges que había frente al templo de Ramsés II.



Llaman mucho la atención, a la entrada del templo, los restos de varias estatuas semienterradas del gran Ramsés, como piezas de una historia que se resiste a ser olvidada.


Más adelante, y como es costumbre, el pilón del templo nos muestra las victorias de Ramsés para mayor gloria de Amón y propia.

Un patio guardado por 10 estatuas del faraón dan paso a los santuarios propiamente dichos, que en un momento de furia cristiana fueron vandálicamente privados de sus relieves y sus paredes usadas como base para pinturas de temática cristiana, por lo que no es raro ver enfrentados en una de ellas al gran Ramsés y a San Pedro.


Nuestra siguiente parada será el templo de Dakka, cuyo constructor no fue Ramsés sino el faraón nubio Arkamani, y embellecido por emperadores romanos de la talla de Augusto y Tiberio.


Desde un principio estuvo consagrado al dios de la sabiduría Tot y destaca por su pilón de 12 metros de altura, al que hace unos años se podía subir para poder admirar las vistas del lago.



Kalabsha

Nuestra carrera final para poder admirar y visitar los templos que quedan en pie a las orillas del Lago Nasser, nos lleva a una parada obligada, el templo de Kalabsha.


Este impresionante santuario mezcla los dioses egipcios con los nubios, ya que está dedicado a Horus- Mandulis, en un caso de sincretismo que por aquella época ya empezaba a practicar los romanos con los griegos, en un intento de absorber creencias y ponerse bajo la protección de dioses hasta ese momento desconocidos.


Cuando llegó el cristianismo y después de años de abandono, el templo se usó como iglesia, para ser abandonado de nuevo hasta que tuvo que ser cortado en 13.000 bloques para ser trasladado a 50 km de su emplazamiento original y de esta manera no condenarlo a desaparecer bajo las aguas.



Curiosamente, le falta el pilón occidental, ya que se regaló a Alemania por su aportación para el desplazamiento y reconstrucción, por lo que ahora podemos verlo en el Museo de Berlín.

Cerca del templo encontramos el curioso quiosco de Kertassi, con dos columnas que representan a la diosa Hathor y cuatro con intrincados capiteles y una pequeña muestra de rocas con pinturas y tallas prehistóricas que se salvaron junto a los templos

Desembarcamos definitivamente del crucero del Lago Nasser y volamos hasta El Cairo...

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