viernes, 4 de septiembre de 2020

Tenerife, el Paraíso en el Atlántico (I) Santa Cruz de Tenerife (IV)

 Y ya que estamos por la zona, vamos a acercarnos a uno de los lugares más históricos de Santa Cruz, el Cementerio de San Rafael y San Roque.


Como muchos saben, hasta el siglo XVIII era práctica habitual enterrar a los muertos en el suelo de las iglesias, en nichos en sus paredes y muros o en los terrenos que las rodeaban, todo dependiendo, eso sí de la nobleza de la sangre de los difuntos.
Pero todo cambió a finales de dicho siglo, momento en que por razones higiénicas y sobre todo por el crecimiento de la población, fue necesario establecer la obligación de construir cementerios fuera del núcleo principal de las poblaciones del país.


Coincidió este edicto con la llegada a la isla de la mortífera y terrible epidemia de fiebre amarilla, que arribó al puerto de la capital en los barcos que la surtían de bienes y alimentos. No teniendo más cabida las iglesias, ermitas y parroquias capitalinas, se decidió rápidamente habilitar un solar de unos 2.000m², que había pertenecido a una orden religiosa , como nuevo lugar de enterramiento, convirtiéndose en el primer cementerio civil del Archipiélago.


La población extranjera en ese momento en la Isla era importante y valiosa para el comercio insular, por lo que muchas familias provenientes de los Países Bajos, escandinavos e Inglaterra cambiaron sus sombrías tierras natales por la pujante y más cálida isla canaria. Esto hizo necesario cederles un espacio en el nuevo camposanto, por lo que se habilitó una zona que se llamó Cementerio Protestante.

Más tarde, debido a algunas profanaciones sufridas por el cementerio, se decidió en 1866 amurallar el recinto con un muro de tres metros de altura. A principios del siglo XX el lugar no admitía más cuerpos, ya que las continuas epidemias y una población que no cesaba de crecer y morir, había hecho que el espacio resultara a todas luces insuficientes. Por ello un nuevo cementerio comenzó a construirse, esta vez a varios kilómetros de la ciudad, su nombre Santa Lastenia. Pero sigamos con nuestra historia de este pequeño y recoleto lugar.

A finales del siglo XX, el cementerio, que ya hacía décadas que no recibía nuevos huéspedes, entró a formar parte del patrimonio de la ciudad, y por ello se favoreció de los planes de reformas y rehabilitación del ayuntamiento. Lentamente ha ido recuperando el carácter histórico de sus tumbas y lápidas y de vez en cuando se abre al público para que pueda conocer a sus ilustres habitantes.

O al menos lo que queda de sus tumbas, ya que la mayoría de sus restos fueron trasladados al nuevo cementerio una vez acabó de construirse. Fueron los primeros en viajar los llamados Hijos Ilustres, como Sabino Berthelot, o los descendientes de familias de abolengo como los Ascanio o los Bartlett. También formaron la comitiva algunos Caballeros de órdenes religiosas y civiles, militares, médicos y un sinfín de personajes de relevancia para la capital.

Cuando se trasladaron los cuerpos, los encargados de ello encontraron algo muy curioso, varias decenas de cuerpos habían sido enterrados de pie. Eran los despojos de religiosos, que al ser considerados soldados de Cristo no debían ser sepultados en horizontal, sino bien erguidos para mostrar su carácter castrense.

A menudo se celebran actos a modo de recordatorio de aquellos que aquí fueron enterrados, como varios integrantes de la Logia Masónica Añaza, o los hermanos Moisés y León, dos comerciantes de la familia de origen judío Barchilón que son los únicos de esta religión enterrados en el cementerio.




Volviendo al casco antiguo de la capital nuestro pasos recorren una calle muy especial, oficialmente llamada Antonio Dominguez Alfonso, aunque todos los chicharreros la conocen como Calle de La Noria.

Pertenece al barrio de La Concepción por su cercanía con la parroquia del mismo nombre, y la componen un conjunto de preciosas casas de estilo ecléctico y algún que otro ejemplo de casonas canarias que gracias a la rehabilitación y resurgimiento como zona de ocio se han salvado de ser demolidas.

Todavía recuerdo cuando esta calle apenas era pisada por nadie, abandonada por todos y querida por pocos. Fue lugar de residencia de muchos ciudadanos de Santa Cruz y parte importante de la historia de la ciudad, ya que junto con el barranco que la acompaña era el límite, la frontera de la ciudad hacia el sur.
Pero he aquí, que hace unas décadas alguien tuvo la genial idea de recuperar la calle y devolverla a su antiguo esplendor de calle santacrucera con auténtico sabor.


Hoy en día es, sin duda, el lugar de esparcimiento por antonomasia de la ciudad. Desde mediodía los restaurantes más variados abren sus puertas para tomar las cañitas y las tapas, luego la comida, el aperitivo de por la tarde y por supuesto, la cena.
Una gran variedad de estilos gastronómicos se dan cita en los establecimientos de la zona, aunque el que más sobresale es una nueva cocina adaptada a nuestro gusto y con los ingredientes más frescos y ligeros.

Por la noche se recogen las mesas, y los locales, se convierten en bares de copas y discotecas, con todos los estilos de música que atraen a gente de todas las edades dispuestos a dar vida a esta antigua calle.
Aparte de eso, durante el año se realizan muchas actividades como la Fiesta de los Vinos, el Baile de Magos, Santa Blues... Y ni que decir tiene que es sede de varias murgas del Carnaval chicharrero como la Ni Fu- Ni Fa o los Triquis.

Subiendo por la misma calle encontramos uno de los hitos culturales de Santa Cruz, el Teatro Guimerá.
Vecino del antiguo mercado de abastos, hoy convertido en sala de exposiciones, el Teatro Guimerá, también llamado de la Reina, fue inaugurado oficialmente en enero de 1851

Su constructor, Manuel de Oraá, proyectó un precioso edificio en estilo romántico clasicista,  para ser levantado en el solar antes ocupado por el Convento de Santo Domingo, lugar de gran carga histórica por ser refugio de las tropas inglesas durante el intento de invasión del almirante Nelson, del que ya hemos hablado anteriormente.

Es por tanto el más antiguo de Canarias, con sus más de 150 años en activo, siendo sede de importantísimas representaciones teatrales, conciertos y actos del Carnaval de Tenerife. En la plazuela que antecede a la fachada se situó en 1994 la escultura Per Adriano, del artista polaco Igor Mitoraj. La obra de bronce representa un gigantesco rostro andrógino que representa las dos caras del teatro: la comedia y la tragedia.


Para que nadie olvide de dónde viene el nombre del teatro, en una de sus esquinas se colocó una estatua sedente del escritor Ángel Guimerá, nacido en la ciudad, de padre catalán y madre chicharrera, y gran defensor de las letras catalanas (Renaixença). Poca gente sabe que es un de las dos réplicas de la original que se encuentra en el Barrio Gótico de Barcelona.


En la pequeña plaza de Santo Domingo, a escasos metros del teatro, encontramos otra curiosa escultura, la de La Aguadora. Es un homenaje realizado en el año 2000 a aquellas mujeres que recorrían la ciudad para proveer de agua a las casas más pudientes de Santa Cruz antes de la llegada del agua corriente. No sólo llevaban agua para beber y cocinar, sino que en días señalados del mes hacían recorridos "extraordinarios" por ser el día en que los señores de la casa tomaban su baño.

Frente a ella el imponente y elegante Edificio de Hacienda, pendiente de rehabilitación y que se destinará a ser sede de la Oficina de Turismo de la ciudad.

Bajamos de nuevo en dirección al mar y al que se considera uno de los corazones de la ciudad, la Plaza de España.

Construida en 1929, tras ser demolido el histórico Castillo de San Cristobal que se había levantado para defender la ciudad de los ataques piratas, este espacio de más de 5.000m² es sin duda un referente en cualquier visita que se haga a la ciudad. Tras una remodelación radical llevada a cabo por los mismos arquitectos suizos del TEA en la primera década del siglo XXI, la ciudad parece hoy más cerca del mar que en el pasado, gracias al nexo acuático del gigantesco lago que preside su centro y del que mana agua marina gracias a un geiser. Bajo él se esconde un secreto del que hablaremos luego. Pero recordemos un poco de historia de la plaza.

Como he comentado antes, en este lugar se levantaba el castillo de San Cristobal. No queriendo olvidar la fortaleza que en sus buenos tiempos defendió la ciudad de ataques extranjeros y sirvió de acuartelamiento a las tropas españolas, el nuevo proyecto de remodelación, incluyó en su diseño el antiguo trazado del castillo, que se puede observar claramente en el fondo del gran lago, marcado con una piedra más oscura que señala el lugar donde estaban las paredes del castillo e incluso uno de los pequeños baluartes de vigilancia.

Y no sólo en la superficie se recuerda al viejo castillo, ya que los planos de remodelación incluyeron un acceso que permiten visitar los subterráneos localizados bajo el lago, que guardan los cimientos de la fortaleza, en forma de un museo que nos ofrece realizar un viaje en el tiempo de lo más apasionante.


Mediante paneles explicativos y algunas piezas de gran valor histórico, vamos conociendo el sistema de defensa de la isla, en un breve recorrido visual e histórico por las fortalezas que salpicaban la costa chicharrera.


En los siguientes tramos de la visita se habla de la ciudad, desde su fundación por Alonso Fernández de Lugo hasta la actualidad. El punto fuerte de la visita, claro está, es su protagonista, el castillo de San Cristóbal, que presidió el lugar donde nos encontramos desde 1575 a 1928 y que fue residencia de los Capitanes Generales, de los Gobernadores y sede del Gobierno Militar. También se recuerda las tres batallas donde tuvo un papel preponderante, aquellas en que defendió la ciudad de Nelson, Blake y Jennings.

Pero si de heroísmos hablamos, el Cañón Tigre se lleva todas las alabanzas y halagos, ya que fue esta pieza de artillería la que cercenó el brazo del almirante inglés Nelson y decidió la rendición de las tropas británicas y eliminó para siempre cualquier intento de conquista por parte de los británicos. 



Volvemos a la superficie para hablar de los edificios y monumentos que rodean la plaza.



Localizado casi en el centro del espacio, se erige desde 1947 un monumento que recuerda a los caídos de la Guerra Civil Española. Macizo y corpulento, el conjunto es un resumen de la ideología del régimen franquista, vencedor de la contienda que dejó empobrecido y exhausto a un país que tardaría décadas en recuperarse.  

Al principio se accedía al monumento gracias a unas suaves escaleras que llevaban hasta su base, peo tras la remodelación, la diferencia de nivel se redujo considerablemente. El centro del mismo está formado por un conjunto de dos columnatas semicirculares que encierran la parte trasera, mientras que la delantera está escoltada por dos soldados apoyados en gigantescas espadas con forma de cruz.

El núcleo de ese conjunto es una torre con forma también de cruz a la que en el pasado se podía acceder y subir hasta un mirador. Esta torre presenta también en su base una pequeña fuente con una escultura de la Victoria que lleva una espada en la mano derecha y unas espigas de trigo en la izquierda, recordando los alimentos que aportó la población al bando sublevado que finalmente ganó la contienda.


Conectados a esta figura de gran fuerza alegórica están los paneles laterales de la base. Del lado izquierdo, el del trigo, encontramos a la población civil, que con su duro trabajo en el campo consiguió alimentar a las tropas.

Y del derecho, el de la espada, los soldados de los tres ejércitos que estaban formados por canarios que lucharon en la Guerra Civil.

Subimos un nivel y encontramos otra escultura, esta vez la representación de La Patria, que señala hacia un mar y un puerto que vio partir a los soldados y que sostiene a unos de los caídos.




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