lunes, 7 de septiembre de 2020

Tenerife, el Paraíso en el Atlántico (I) Santa Cruz de Tenerife (VII)

 Otro rincón entrañable para los chicharreros es la Plaza 25 de Julio o Plaza de los Patos.

Localizada en la encrucijada de varias calles, está rodeada de edificios singulares, como el que fue sede de la Presidencia del Gobierno de Canarias, la Iglesia Anglicana o la antigua Escuela de Comercio.

Era lugar de paseo en carruaje de las clases pudientes de Santa Cruz, alterado físicamente en varias ocasiones con la construcción de un estanque de patos y el intento de levantar un monumento al General O'Donell.


La historia de la actual plaza empieza en 1917, cuando se decide darle un aspecto más señorial, replicando a las que se encuentra en Sevilla. Para ello se solicitó el patrocinio de varias empresas con sede en la ciudad, que a cambio de ello podrían anunciarse indefinidamente en los azulejos de los bancos que la rodean y que fueron elaborados en Triana,

Y tan indefinidamente, que muchas de las empresas, cuyos nombres permanecen indelebles en los respaldos, ya no existen.


Lo curioso es que, atraídos por el nombre popular de la plaza, al acercarnos buscamos con nuestro ojos a los patos que deberían nadar en la fuente central, pero no los encontramos. 
La explicación es sencilla. Como dije antes, durante un periodo de su historia hubo aquí un estanque, presidido por la escultura de una garza, donde pasaban plácidamente su vida varias decenas de patos. 


El nombre prevaleció aún cuando rodeando la nueva fuente, sus nuevos habitantes serían las 8 ranas de cerámica a imagen de las sevillanas.



Para dar sombra al espacio se añadieron los ya centenarios laureles de Indias y varias palmeras de diferentes especies.



A su alrededor creció el llamado Barrio de los Hoteles, donde se instaló la nueva burguesía comercial, enriquecida por el tráfico del puerto de Santa Cruz.



Uno de los edificios más hermosos de la zona es la cercana Casa Quintero, de 1905, obra de Mariano Estanga y Arias Girón.



Construido según los cánones del art nouveau del modernismo europeo, destaca sobre todo su torreón coronado por una cúpula plateada y la profusión en los adornos de motivos florales y vegetales.



En las calles que parten como radios de la Plaza de los Patos, encontramos numerosos y variados ejemplos de la arquitectura con la que fue creciendo la ciudad, predominando, sobre todo, la ecléctica.





Muy cerca se encuentra la monumental Plaza Weyler, nombrada así en honor del entonces Capitán General de Canarias Valeriano Weyler, y complemento del edificio de la Capitanía General. Diseñada en forma de cuadrado perfecto de 60 por 60 metros, se adornó con los tan chicharreros laureles de Indias, bancos de piedra y una cafetería.


El elemento más destacable es una preciosa fuente neorrenacentista de mármol blanco de Carrara, que data de 1899, adornada con figuras de niños y delfines. Completan el conjunto cuatro jarrones del mismo mármol, diseñado todo ello por el escultor Achille Canessa.

Volvemos a tomar como punto de partida la Plaza de España para dirigir nuestro pasos por la Avenida de Anaga, paralela al Puerto. Antes de recorrerla debemos desviarnos a la Calle de la Marina para visitar la Fuente de Isabel II.
Para conocer su historia debemos remontarnos a finales del siglo XVIII, momento en que el crecimiento de la población derivó en un grave problema en el abastecimiento de agua, que hizo desaparecer los pocos cultivos que aún sobrevivían en la ciudad.


Hasta 1840 varias fuentes pudieron a duras penas llevar el agua de galerías y embalses hasta los numerosos barrios que iban formando la ciudad. Fue uno de ellos, el Toscal el que tuvo la fortuna de ver como en uno de sus solares se colocaba una fuente en cantería, adornada con cabezas de león por el que manaba agua suficiente para las necesidades del barrio. 


Volvemos nuestros pasos para retomar la Avenida de Anaga, una de las principales calles de la ciudad.

Su nombre oficial es Avenida Francisco Larroche, alcalde de Santa Cruz a principios del siglo XX, momento en que empieza a gestarse la idea de dotar a la ciudad de un paseo marítimo que a la vez sirviera de vía de acceso a otros caseríos del extrarradio capitalino.

Desde caminar, correr, patinar o usar el carril bici, a contemplar la llegada y salida de los grandes cruceros o los contenedores de mercancías, pasando por ser uno de los corazones del Carnaval chicharrero, la Avenida de Anaga es un espacio de lo más polivalente.

Un  restaurante chino, antes dos, le da un toque exótico al lado marítimo de la avenida, mientras que al otro se suceden infinidad de bares, restaurantes de todo tipo, pubs y discotecas, que hacen que el trasiego de personas sea constante desde muy temprano hasta altas horas de la noche.
Durante el año se suceden en ella muchas expresiones del sentir chicharrero, como el Coso del Carnaval, la Fiesta de la Bicicleta, la Carrera Popular, y como no, todas las manifestaciones que tengan que reunir a miles de personas y necesiten de un marco suficientemente amplio.




Soleada durante la mayor parte del año, los inmensos laureles de indias dan sombra a todos los que quieran venir a disfrutar de ella.
Para completar el panorama, varias esculturas contemporáneas y algunas conmemorativas adornan los flancos de la Avenida.



En el lado izquierdo de la Avenida encontramos uno de los espacios más controvertidos de la ciudad, conocido como el "Monumento a Franco". Inaugurado en 1966, y contemporáneo al Valle de los Caídos, cuyas esculturas son del mismo autor, Juan de Ávalos.

Para disimular su origen franquista se le han dado otros nombres, como el de "Monumento a la Victoria", aludiendo a que el representado sobre el ángel no es el dictador, e incluso "Monumento Conmemorativo de la Paz".

Controversias aparte, la obra, si nos ceñimos a la idea del autor, nos muestra un ángel con las alas extendidas que representaría al avión Dragón Rapide, y sobre él Franco, de camino a la Península para dar el golpe militar que daría comienzo a la Guerra Civil Española. Para que no quede duda de la cruzada cristiana que iba a emprender, porta en sus manos una espada con forma de cruz. Ambas figuras fueron realizadas en bronce fundido y patinado sobre armazón de hierro.
Rodeando las figuras y dando forma al estanque de 30 metros de diámetro, un muro de granito de 14 metros de altura con los escudos de las Islas y el de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Entre ellos manaba el agua de forma escalonada y se complementaba el juego con los potentes chorros del perímetro.

Frente a él, encontramos un pequeño parterre donde quedan restos de cañones y anclas que recuerdan el pasado de la ciudad, y una escultura que se instaló en 2003 para recordar a las ocho víctimas de la riada que se había producido el año anterior, bautizado como "Persona que mira el horizonte".

Continuamos camino pasando por barrios como Valleseco o María Jiménez, que conviven con la actividad portuaria de la capital.


Hasta llegar a la Playa de las Teresitas, que se encuentra a unos 7 kilómetros de la ciudad.
La paradisiaca playa que hoy podemos ver y disfrutar, poco tiene que ver con aquella de callaos y tierra negra volcánica, gemela de las que en su momento formaban las orillas de la ciudad y que desaparecieron con la creación del puerto.

Su nombre proviene del cercano Barranco de las Teresas, y se encontraba rodeada de fincas de tomates y plátanos, teniendo que recorrer un camino apenas asfaltado para llegar a ella desde Santa Cruz. Estaba claro que la ciudad necesitaba una playa en condiciones para que los chicharreros pudieran disfrutar de las bondades del sol y el agua marina, por lo que aprobó un proyecto para su total remodelación en los años 60. 
Lo primero era proteger la costa del fuerte oleaje, así que se construyeron dos gigantescos espigones y una escollera. El siguiente paso fue formar la playa como tal, y para ello se trajeron del antiguo Sáhara Español 270.000 toneladas de fina arena rubia, hasta completar un largo de 1,3 km y 80 metros de ancho.

El 15 de junio de 1973 quedó oficialmente inaugurada, y cuenta la leyenda urbana que en un principio no fueron muchos los bañistas que la pisaron, pues corrió el rumor de que en la arena había venido gran cantidad de huevos de escorpión, hormiga roja y cigarra.
Lo que sí es cierto que Las Teresitas es una de las playas más bonitas de la isla, y es un imán para propios y extraños, por la tranquilidad y limpieza de sus aguas y el añadido de los variados bares y restaurantes instalados en su arena.


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