miércoles, 3 de febrero de 2021

Asturias, el Paraíso de los Sentidos (III)

 Situada en una empinada ladera y rodeada de un verdor que llega hasta la misma orilla del mar, la villa marinera de Lastres hay que conocerla primero desde arriba, y para ello subimos hasta el Mirador de San Roque. Sólo desde aquí podemos apreciar el esfuerzo y tesón con el que generaciones de llastrinos han ido edificando sus hogares, anclándolos a la tierra del acantilado tal y como hacían con sus barcas y que le valió el título de Pueblo Ejemplar de Asturias. Hay una visita guiada por Lastres que les recomiendo para conocerla a fondo.


Este mirador fue durante mucho tiempo lugar clave para los habitantes del pueblo, ya que desde aquí, los marineros vigilaban la aparición de las ballenas, y avisaban a sus compañeros mediante hogueras para que salieran a darles caza.

Y claro, una actividad tan complicada y peligrosa necesitaba la protección divina, por lo que decidieron levantar una ermita a uno de sus patrones, en este caso San Roque, que también les protegería de las epidemias de peste que de vez en cuando azotaban la región. La capilla es de estilo barroco popular y se construyó en el siglo XVII, para venerar una imagen del santo acompañado por su perro que preside un sencillo altar del mismo estilo.

Empezamos a descender hacia el pueblo, encontrando por el camino la hermosa iglesia de Santa María de Sádaba, con una curiosa y poco habitual torre campanario octogonal y dos pórticos laterales que se añadieron para que sirvieran como lugar de mercado y comercio para los habitantes de la ciudad.


Mientras recorremos las empinadas callejas del pueblo, vamos descubriendo los barrios que lo conforman, todos ellos populares y marineros; como el de los Balleneros, núcleo y origen de Lastres, donde vivían los cazadores de estos cetáceos, el de la Fontana, con ejemplos de las humildes viviendas de piedra y rojos tejados, o el de la Nasa, famoso por las historias marineras que contaban al calor del fuego cada noche sus habitantes.



Torre de vigilancia en sus orígenes, para como en Llanes, defenderse de los ataques corsarios y piratas, la del Reloj levantada en 1751, se yergue con sus 12 metros de alto en pleno centro de Lastres. Muestra orgulloso un reloj mandado a fabricar en Londres, que en aquellos tiempos era todo un acontecimiento.

Curiosamente sólo tiene una manecilla, la de las horas, por lo que una de las primeras cosas que aprenden los llastrinos es a calcular los minutos en base a la situación de la aguja horaria. A su lado se edificó también una escuela, para que los niños pudieran aprender a leer y escribir, y era el mismo maestro el que se encargaba de tañer las campanas de la torre.

Para acabar la visita, bajamos poco a poco hasta hasta el puerto.

Abajo nos espera una tranquila ensenada que ha visto pasar la historia de Lastres y unos fantásticos restaurantes donde disfrutar de las especialidades gastronómicas de la costa asturiana.

No nos separamos de la costa, ya que nuestra siguiente visita se llama Tazones.
Ahí donde lo ven, tan pequeño y recoleto, fue digno de recibir a todo un emperador.

Según las crónicas, Tazones que en 1517 era poco menos que el precioso pueblo entre colinas que vemos hoy, había ido desarrollándose poco a poco gracias a las afamadas artes de pesca de sus habitantes y al hecho de ser puerto de amarre y abrigo de las embarcaciones que se movían por la costa cantábrica. Pero un acontecimiento lo convertiría en protagonista de la Historia para siempre.

La leyenda, que tanto gusta de poner en manos del destino los sucesos que se salen de lo habitual, cuenta que una tormenta hizo que la flota de 40 barcos que transportaba al

futuro emperador Carlos V tuviera que detener su viaje y desembarcar en Tazones. Recientes investigaciones demuestran que lo hizo a posta, ya que conocía las bondades de la pequeña bahía y su proximidad a la noble Villaviciosa.

Si es cierto, que los humildes pescadores confundieron la flota real con piratas, que como hemos visto solían merodear por la costa para atacar barcos mercantes y que tampoco dudaban en arrebatar a los pescadores el fruto de su esfuerzo. Una vez supieron la identidad de la imperial persona, el pueblo se deshizo en amabilidades y bienvenidas, quedando este momento muy presente en la historia del que sería uno de los pueblos más bonitos de Asturias.

Hoy, los de sangre roja acudimos al pueblo a disfrutar de su arquitectura marinera y colorista, marcada por la caza de ballenas que tanta riqueza y fama dio a la costa asturiana. 
Formada por dos barrios, San Roque y San Miguel, se vuelca hoy Tazones en el turismo, que acude a conocer su historia y se deleita con la merecida fama de sus pescados y mariscos.

Y son esos frutos del mar los que se subastan en la lonja de la Plaza del Riveru, que guarda aún recuerdo de aquellas jornadas en las que las ballenas eran sacadas del agua y despiezadas en esta rampa por donde entraban y salían las barcas de los pescadores.

El pueblo muestra ejemplos de la arquitectura de la zona, con grandes balconadas, casas hechas de piedra e incluso un hórreo.



Pero el objetivo de todas las miradas es sin duda la Casa de las Conchas. Más de 30 años lleva su propietario reuniendo conchas y recibiendo de buen grado las que dejaban a su puerta para cubrir totalmente las paredes de su fachada, o casi, ya que intercalados entre ellas se han colocado azulejos con el escudo del Principado, imágenes religiosas y frases populares.

A la salida del pueblo encontramos la Iglesia de San Miguel, que es posterior a la de San Roque, quemada durante la Guerra Civil. Dentro, se custodia lo que pudo salvarse del templo, un crucifijo y el conocido como Niño Manoli.

Y pertenece Tazones con toda su historia a Villaviciosa, la llamada Capital de la Sidra, ya que es inmenso el número de bodegas que se despliegan alrededor de la Villa. Estas factorías elaboran la sidra natural, que debe ser escanciada y la gasificada, que se envasa para su venta por todo el mundo.
Su casco antiguo, del que sólo quedan un par de calles, está flanqueado por casas y palacios que convergen en la Plaza de Obdulio Fernández donde se levanta el monumento a Obdulio Fernández, más conocido como La Manzanera o la Aldeana de Benllure, hecho en bronce y fina arenisca.

Este recuerdo al fundador de la famosa Sidra El Gaitero, complementa la vista que enmarca el Teatro Riera, elegante edificio encargado en 1945 por el industrial del mismo nombre. Pocos visitantes pueden imaginar que en su origen, el teatro ocupaba sólo dos de las cuatro plantas que posee, mientras que las dos superiores se destinaban a vivienda. Con un aforo de 270 plazas, fue en su momento uno de los más importantes de Asturias, por su tamaño, estructura e intensa actividad cultural.

Nuestro paseo por la historia de Villaviciosa comienza frente al Palacio de los Valdés, también conocida como la Casa del Marqués del Real Transporte, por haber residido en ella este noble de curioso título. Del edificio original, una casa torre del siglo XVI, apenas quedan sus cimientos, ya que lo que vemos, incluido su precioso corredor abalconado corresponde al siglo XIX.

El Palacio de los Caveda es lugar natal de José Caveda, importante político, académico y reconocido lingüista que escribió el primer libro conocido sobre el asturiano. La construcción se remonta al siglo XVII.

Como hemos visto la ciudad con su puerto de Tazones, fueron la puerta de entrada de Carlos I de España y V de Alemania en su llegada a nuestro país para tomar posesión de los tronos de Castilla y Aragón. Pues nuestro siguiente punto de interés fue su lugar de hospedaje a su llegada a la Villa. Hablamos del Palacio de Hevia, cuyo cabeza de familia, el canónigo Rodrigo, abrió las puertas de su casa solariega para albergar al real séquito. Hoy, la casa recibe a visitantes y turistas que quieren conocer los secretos y atractivos de Villaviciosa, ya que en sus bajos encontramos la oficina de Turismo.

Seguimos nuestro paseo disfrutando de las enormes casonas y las calles repletas de comercios.


Y llegamos hasta la Capilla de la Concepción de la Torre, que suele pasarse por alto al estar un poco alejada del centro. Este templo del siglo XVII es una de las obras más desconocidas del arquitecto Naveda.


Y de una iglesia pasamos a otra, me atrevería a decir la más querida por los maliayos, y es la de Santa María del Consejo o de la Oliva. Tan antigua como que se remonta a finales del siglo XIII, es el perfecto ejemplo de transición entre el románico y el gótico. Asombra la perfección con la que fueron levantados sus muros, la elegancia de su rosetón y el precioso arco de entrada, donde entre otras figuras y alegorías podemos distinguir al primer gaiteru de Asturias, a la Virgen embarazada, escenas de la matanza del cerdo e incluso la cacería en los alrededores de un castillo.

Es igualmente singular la portada sur, con un porche donde se reunían los miembros del Concellu y es el único que quedan de los originales que rodeaban la construcción. Reconstruida en el siglo XV tras un voraz incendio, llegó a ser refugio antiaéreo durante la Guerra Civil.

Vamos volviendo a nuestro punto de partida, pasando por casas-palacio elegantes, señoriales y recias, que muestran los esplendores de su pasado presumiendo de sus blasones y forjas.



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