Antes de entrar en Oviedo, capital del Principado, hacemos una parada en un monumento fundamental e inexcusable, Santa María del Naranco.
Lo primero que debemos de saber de ella es que no fue concebida ni edificada como templo, sino como Aula Regia, es decir, como salón de trono o consejo para el rey Ramiro I al las afueras de Oviedo.
Construida en estilo prerrománico asturiano, formaba parte de un conjunto palacial que incluía la cercana iglesia de San Miguel de Lillo. Ocurrió que parte de las naves de Santa María acabaron destruidas, lo que motivó su transformación en templo., alrededor del siglo XII.
Su importancia arquitectónica y su elegante belleza hicieron que se colocara bajo el paraguas del Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1985.
Para poder elevarla al cielo, la iglesia fue construida sobre un zócalo que la nivela en la suave pendiente en la que se localiza, con ello se solucionó el problema de la inclinación y se pudo construir la nave de 20 metros de largo y tan sólo seis de ancho, llegando a los 11 metros de estilizada altura.
Si nos paramos frente a ella y nos fijamos en sus paredes exteriores, veremos un cambio de color significativo. Hay una parte del lienzo con piedras de un color y por encima dos de otro, que separan las tres plantas de las que consta el edificio.
Pero aprovechemos que la iglesia quiere mostrarnos sus entrañas y entremos para fascinarnos con ella.
Bajemos primero a la cripta, cerrada y como diríamos hoy, minimalista. Está cubierta por una bóveda de cañón, con un parecido notable con la Cámara Santa de Oviedo. Con toda probabilidad, el monarca la usaría como sala de recepciones y audiencia.
Subimos al magnífico piso superior saliendo al prado y accediendo a él por una escalera exterior adosada al muro.
Compuesta por una sola habitación, la cámara tiene dos singulares miradores a cada uno de sus lados, con preciosos arcos que como marcos dan forma al paisaje que desde ellos podemos contemplar.
La parte central está también cubierta por una bóveda con seis arcos que la sostienen y que le dan una altura que no se percibe desde fuera del edificio.
Especialmente hermosos son los fustes de las columnas y sus capiteles que representan formas animales que hacen juego con los grandes medallones que adornan los arcos. Los motivos usados para la decoración son de temática bélica, y representan a guerrero sobre sus monturas en formación de batalla.
Como última curiosidad, decir que Woody Allen, gran amante del Principado, eligió Santa María del Naranco como escenario para una de sus películas.
Compartiendo paisaje y ubicación encontramos la iglesia de San Miguel de Lillo, también ligada a la monarquía asturiana, salida de la alta nobleza astur que se enfrentó a los musulmanes y frenaron su avance.
Casi un siglo después de la Reconquista se eligió este emplazamiento al sur del monte Naranco para construir un complejo palaciego del que tan sólo quedan los dos templos.
Fue por tanto San Miguel, la capilla oficial de la corte de Ramiro, y según recientes investigaciones, la estructura que hoy visitamos es tan sólo una tercera parte del edificio original, ya que el resto sucumbió por un deslizamiento de tierras provocado por la crecida de un arroyo cercano.
Por tanto nuestra visita se limitará al pórtico, el vestíbulo y el arranque de la primitiva iglesia, que llegó a tener 20 metros de largo por 10 de ancho y una altura igual a Santa María, es decir 11 metros.
Cubierto por una bóveda, el edificio tiene tres naves de varias alturas que en su momento le dieron forma de cruz latina. Poco queda de aquellos motivos artísticos que en su tiempo le dieron fama y belleza, aunque basta mirar al techo para ver las pinturas que durante siglos quedaron ocultas por el humo de las velas y el vaho de la respiración de los fieles que a ella acudían a rezar, y que han vuelto a salir a la luz tras una reciente restauración.
Eso en cuanto a la pintura, pero la escultura también está presente en las jambas de la puerta principal, donde se representan figuras humanas en diversas posturas y acciones.
En el exterior destacan las celosías de piedra en las pequeñas ventanas, de las que se conservan tan sólo cuatro, así como las columnas que sustentan la bóveda.
Y entramos en la capital del Principado, Oviedo. Recomiendo a los que tengan poco tiempo en la ciudad unirse a la
visita guiada por Oviedo
Como la mayoría de los visitantes, lo hacemos cruzando el pulmón verde de la capital asturiana, el Campo de San Francisco, antesala del casco histórico y lugar de solaz de los ovetenses.
Lo que hoy pueden disfrutar como un gigantesco parque de 90.000 metros cuadrados, fue en su momento huerto de un convento franciscano que se levantaba en lo que hoy conforma una de las esquinas del espacio verde.
Tras la desamortización de Mendizábal, el huerto pasó a ser propiedad del ayuntamiento y transformado en parque público, conservándose la mayoría de ejemplares de los gigantescos y ancianos árboles que lo pueblan. Así podemos admirar hoy bajo su sombra, robles de 300 años, un plátano de sombra de más de 40 metros de altura y otras curiosidades vegetales que forman un conjunto de más de mil ejemplares.
Pero no todo es masa verde, ya que dentro de sus límites encontramos también un quiosco de música, una biblioteca, varias fuentes y algo que encanta a los ovetenses, las esculturas.De todas ellas me quedo con dos, una clásica y otra más contemporánea.
La primera corresponde al homenaje a José Tartiere, empresario y emprendedor y figura clave de la ciudad y su comarca. El monumento lo representa en bronce, acompañado por cuatro figuras en mármol que representan las industrias a las que favoreció.
Más popular es la dedicada a La Torera (Josefa Carril), una popular fotógrafa que realizaba su trabajo en este lugar del parque, tomando imágenes que retrataban a la pujante burguesía de la época.
Frente al conjunto de Tartiere encontramos la Plaza de la Escandalera, popular lugar de reunión de los ovetenses con un conjunto arquitectónico espléndido. Po un lado tenemos el magnífico edificio de la Caja de Ahorros de Asturias, construido en la década de los 60 del pasado siglo y que domina la plaza. Delante, intentando robar protagonismo, encontramos una obra de Botero, "La Maternidad". Esta escultura, que mide casi dos metros y medio de altura y pesa 800 kilos, representa a una madre con su hijo sobre las rodillas, con las formas redondas tan propias del escultor colombiano.
En la esquina opuesta admiramos el precios edificio de la Junta General del Principado de Asturias. Este precioso edificio nació como Palacio de la Diputación en 1910, justo donde se encontraba el ya citado convento de San Francisco, que en ese momento funcionaba como hospital y que con su estructura medieval dificultaba el nuevo trazado para la creciente expansión de la ciudad. En su interior se conserva una espléndida colección de relojes antiguos y una serie de pinturas costumbristas de gran valor artístico.
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