Sint Maarten es una isla que respira Caribe por todos sus poros, pero su verdadero lenguaje se habla en la orilla, allí donde la arena y el mar se encuentran en un diálogo eterno. Cada playa es una página distinta de un mismo libro, y recorrerlas es como ir cambiando de escenario sin salir de un mismo sueño.
El capítulo más vibrante comienza en Maho Beach, donde el mar turquesa se mezcla con un rugido metálico. Aquí, los aviones descienden tan bajo que parecen rozar las olas, convirtiendo cada aterrizaje en un espectáculo que arranca sonrisas y miradas asombradas. Es un lugar donde la adrenalina y el placer de la playa se dan la mano, y donde el cielo y el agua se sienten peligrosamente cerca.
Con el corazón y la tierra dividido entre Francia y Holanda, el pedazo de Caribe que se llama Saint Martin o Sint Marteen, dependiendo del lado del que estemos, es una de esas curiosidades que derivan del periodo conquistador y colonial, restos de una época pasada pero fundamental en la historia del mundo.
Simpson Bay despliega un horizonte amplio, con arena que parece no terminar y aguas tranquilas que reflejan el azul del cielo como un espejo. Es un lugar donde la vida sucede despacio: parejas paseando de la mano, niños construyendo castillos, y veleros que se balancean suavemente mar adentro. Muy cerca, Kim Sha Beach añade un toque de comodidad, con bares y restaurantes que permiten pasar del agua a la mesa sin perder la brisa marina.
Por muchas manos ha pasado, incluso por castellanas, hasta que definitivamente, en el siglo XVII quedó en las actuales por medio de esa división administrativa tan salomónica que se llamó el Tratado de la Concordia. Esa concordia pretende ser la bandera de identificación de la isla ante el mundo, hasta tal punto que quiera ser llamada " La Isla de la Amistad".
Sumémosle la fama de su cocina, mezcla de indigenismo, "savoir faire" francés y africanía pura, más un imán de color oro, sus playas nudistas, inmensas y de aguas transparentes y tendremos el coctel perfecto para una visita inolvidable.
Relajarse y disfrutar del mar, de la comida y de la gente. No hace falta hacer nada más cuando se visita esta pequeña Perla del Caribe.
Dos colores, dos contrastes, dos estados. La playa de Orient Bay fusiona, literalmente, el azul imposible del Caribe con la blancura virginal de los menudos granos de arena que la forman. Un auténtico espejismo que parece salido de una revista de viajes o de una postal de promoción. Un paraíso.
Y si encima, eres junto a tu acompañante, las dos únicas personas en los 800 metros que mide la parte "textil" de la costa, pues ya se llega casi a la perfección.
Lo de textil, evidentemente, lo digo porque si seguimos hacia el sur ( tengamos en cuenta que la playa está en el este de la isla) llegaremos a un parte exclusivamente nudista, donde curiosamente se han establecido varios bares, restaurantes y tiendas.
Se dice que es la playa más famosa de todo el Caribe y por ello creíamos que iba a estar a rebosar, pero se ve que la gente ese día estaba en otros menesteres o sencillamente estábamos en temporada baja, porque repito que estábamos SOLOS.
El lugar ideal para relajarse absolutamente, dar un buen paseo por la orilla de la playa en ambos sentidos o dejar pasar el tiempo tomando una cerveza bien fría mientras los colores y sobre todo la luz se apoderan de nuestro recuerdo.
La pequeña ciudad de Marigot es la capital del lado francés de St Martin. Aunque pueda parecer lo contrario, y sabiendo que estamos en el Caribe, podríamos pensar que lo que vamos a encontrar al llegar es la típica ciudad colonial europea, pero no es del todo cierto.
Aunque la ciudad es claramente francesa, tiene un toque puramente criollo en cada lugar que visitamos, cada cosa que vemos y en cada persona con la que hablamos.
Marigot se divide en dos áreas de interés para los que pasamos de manera fugaz por la ciudad.
En primer lugar la bahía, que alberga el mercado público y puestos de souvenirs, que bien merecen una visita. Si después de las compras tenemos hambre y tiempo, más adelante encontraremos numerosos bares y restaurantes al aire libre donde disfrutar de las vistas y ver salir a los transbordadores que van a Anguilla y St Barts.
Y la segunda área es la que abarca la colina donde se asienta el Fuerte de San Luis. Con unas espectaculares vistas a la bahía de Marigot encontramos el mayor monumento histórico de St. Martin, llamado así por el rey de Francia que no se perdía una cruzada.
Fue construido originalmente en 1767 para proteger el asentamiento en Marigot contra los invasores extranjeros, y sus planos de construcción fueron enviados directamente de Versalles por orden de Luis XVI antes de su aguillotinamiento.
Tras los acontecimientos de 1789, la fortaleza fue ocupada temporalmente por los holandeses para evitar una mayor propagación de las ideas y revueltas revolucionarias.
Hoy es un lugar perfecto para tener una visión de casi 360º de la capital y gran parte de la isla.
Philipsburg no es una ciudad grande, e incluso, si no fuera porque es capital de uno de los lados de St Maarten, podría parecer un pueblo un poco más crecido de lo normal.
Eso sí, tiene una preciosa bahía llamada Great Bay recorrida por una playa realmente hermosa, de arena rubia y fina donde pasar un rato más que relajante.
Paralela a ella y recorriéndola encontramos el Boardwalk, un delicioso paseo de lamas de madera que nos lleva de un lado a otro de la bahía.
Este paseo está acompañado por multitud de bares, restaurantes, tiendas de recuerdos y de ropa de surf, multitiendas.... Desde un tranquilo Budha Bar, donde tomar una cerveza helada mientras enviamos fotos de nuestro viaje gracias a su potente señal de WIFI, hasta un típico bar caribeño con músico que tocan, hacia la calle, las melodías que han hecho famoso este lado del Caribe.
Una vez llegados al final, recomiendo pasear por las calles paralelas al paseo, ya que esconden pequeños y preciosos edificios de la época colonial así como una de las rarezas de la isla: los enormes casinos al estilo Las Vegas que están repartidos como las setas en un bosque.
Realmente chocante...
Me encantan las playas que parecen un barrio más de la ciudad, las que te dan la impresión de formar parte de tu casa, como si en vez de tener jardín tuvieses arena y agua.
La de Great Bay es sin duda una de las más bonitas que he visto nunca porque conjuga en si
misma la función de lugar de recreo de los habitantes de la ciudad, paseo, centro de comercio e incluso puerto para cruceros.
Claro que no podía ser de otra forma, ya que tampoco la isla es tan grande y la población está concentrada en unos cuantos puntos que son poco más que las dos capitales de las dos zonas, la holandesa y la francesa.
La playa no es muy grande, apenas 500 metros de arena clara y granada, llena de caracolas y coral, bañada por aguas transparentes que reflejan los edificios cercanos a ella y el cielo azul del trópico.
Llena de tranquilidad apenas rota por alguna melodía caribeña que de vez en cuando se escucha en los bares que la salpican, es un lugar perfecto para terminar la jornada en una de las dos capitales de la isla.
Cuando en el siglo XIV, el navegante Cristóbal Colón navegaba por el Caribe, se encontró de bruces con este pedazo de paraíso en medio del mar. Ese día, el 11 de noviembre de 1493, decidió ponerle el nombre de San Martín ( de Tours), el santo que correspondía en el calendario litúrgico, algo que era habitual en aquellos tiempos, quizá buscando la bendición de los santos en una España de lo más católica.
Aquel santo que vivió en el siglo IV después de Cristo, no se imaginaba que siglos más tarde, en aquella esquina caribeña iba a dar nombre a una iglesia cuando menos singular.
El templo del que hablo, que da a una preciosa playa y a un mar Caribe infinito, empezó a construirse en 1844 de manera modesta, por lo que en 1933 los parroquianos se dieron cuenta de que la necesidad de una iglesia más grande era perentoria, por lo que se pusieron a ello y la dieron por finalizada en 1952, casi 20 años más tarde...casi una catedral.
Cuando hoy entramos en sus predios, encontramos una iglesia que llama a la sencillez, a la ternura del pueblo llano, reflejo de sus creencias sin pretensiones, como el pequeño altar de dos caras de Nuestra Señora de la Salette, en el patio de la iglesia, con dos imágenes de la aparición de la virgen, una de ellas llorando y otra rezando por un lado del monumento y en el otro hablando a unas niñas de los Alpes...La representación de un milagro mariano de forma un tanto teatral.
Dentro, el amplio y luminoso espacio típico de una iglesia de los trópicos, de grandes ventanas, sin abigarramientos ni sobrecargas, se dedica plenamente al fin para el que fue levantada y para mayor gloria del santo francés. Una rareza en pleno Caribe.
La capital de la parte holandesa de la isla de San Martín es una mezcla muy pintoresca de estilos, basada en las influencias de las arquitecturas europeas, principalmente de los Países Bajos, con los gustos mas sencillos y tropicales de la gente del Caribe.
Pequeñas iglesias de sabor europeo, edificios de suave color pastel que reflejan la luz del trópico, viejos relojes que más parecen propios de Amsterdam o La Haya van alternándose con casas y pequeños chalets hechos de materiales sencillos pero de cuidado aspecto.
De ahí, que la calle principal, que circula paralela al paseo marítimo donde discurre toda la vida turística y de playa, sea el centro económico de la ciudad.
Aunque parezca increíble, las dos capitales de la isla, la francesa y la holandesa, basan sus economías en el turismo, pero en el turismo que viene a gastar su dinero en las gigantescas salas de juego que pueblan sus calles.
Como si de una pequeña y caribeña Las Vegas se tratara, los grandes centros lúdicos surgen ante nosotros como setas y siempre están a rebosar.
Perfumerías, joyerías y duty frees son el complemento ideal para esta ciudad que vive de sus visitantes pero que no deja atrás su pausada forma de vivir, tranquila y muy, muy caribeña.
Sint Maarten es, en esencia, un mosaico de playas que van del bullicio más animado a la calma más absoluta, de la emoción al recogimiento. En cada una de ellas, el mar no solo se contempla: se vive, se respira, y se lleva para siempre en la memoria.
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