sábado, 10 de septiembre de 2016

La costa italiana (IX). Bari

 Como todos sabemos, la bella Italia es un crisol de culturas, de formas, de civilizaciones y naturaleza que como un imán nos atrae de manera inevitable. Una de sus regiones menos conocidas para los visitantes, que no para los italianos que la colocan en primer lugar para pasar sus vacaciones, es la región de Apulia, la que conforma el llamado "tacón" de la bota italiana. 

Tierra de encuentros e intercambios, abierta a oriente y occidente, frontera de culturas, etnias y lenguas permanece inalterable, o eso parece, al paso del tiempo. Nosotros la visitamos durante la escala de un crucero con el que recalamos en Bari, su capital, con un objetivo muy claro, la población de Alberobello.

Localizado a tan sólo una hora de la costera Bari, el Valle de Itria nos parece estar mucho más lejos, alcanzable solamente por carreteras secundarias que discurren entre campos frutales y olivos centenarios, cuajado de hermosos pueblos encalados sobre colinas entre los que destacan los curiosos tejados cónicos de los trulli.

Alberobello, la ciudad amalgamada por estas construcciones, ocupa un terreno fuertemente expuesto a la acción erosiva de lluvias y aguas subterráneas.

Las rocas calizas formadas por estratos ofrecen al hombre el material de construcción que caracteriza no sólo a la ciudad, sino a toda la región, habitada desde el siglo XV por campesinos que con esfuerzos y sudor cultivaban las tierras de su señor.

La leyenda cuenta que el origen de los trulli nace con el Conde Giangirolamo de Aragón, que encontró la manera de violar la ley que prohibía construir nuevas ciudades sin el permiso del rey.

Al parecer, cada vez que el rey o algunos de sus reales inspectores visitaban el pueblo, el conde hacía derribar en medio de la oscura noche las casitas construidas en seco y luego daba orden a sus habitantes para que se dispersaran para volverlas a construir rápidamente según la comitiva se perdía en el horizonte.


Todo cambió en 1797, cuando Alberobello fue proclamada ciudad real y por tanto no hubo que seguir con este trasiego de construcción/ destrucción y por fin las piedras quedaban definitivamente unidas por la argamasa.


La consecuencia inmediata de este decreto es que hoy, al visitar Alberobello encontramos más de 1.500 casas con forma de colmena rematadas por curiosos pináculos blancos y que hoy ocupan no sólo viviendas, sino bares y tiendas que en verano reciben una auténtica invasión de turistas que disfrutan del encanto de unos edificios atemporales, tan antiguos como la tradición mediterránea.


La forma de la ciudad estaba organizada sobre el eje de la llamada vía de la Chiesa y sobre los dos barrios de la zona monumental.


El barrio Aia Piccola es la parte mejor conservada del centro histórico y la menos afectada por las actividades turístico comerciales. 





Alguno de los trulli tienen dos plantas, un altillo usado como depósito o dormitorio.

Y por supuesto hay que acercarse a la zona comercial, donde encontramos todo tipo de recuerdos.






Y nos despedimos entrando a la iglesia de San Antonio de Padua, construida siguiendo los mismos patrones que los famosos trulli.


Fue construida entre los años 1926 y 1927 en un terreno donado por los ciudadanos en lo alto del barrio Monti. 

Ciao, Alberobello!!!

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