Surgida del mar en plena bahía de Nápoles, la encantadora, aunque hiperturística isla de Capri se presenta ante nosotros como una amalgama de de colores generosamente otorgados por buganvilias púrpuras, rosas y blancas, limoneros, callejuelas sinuosas y casas blancas o de color pastel.
Mimada por la élite romana, Capri era el lugar de recreo de los emperadores, sobre todo por Augusto, que adoraba hacer fiestas aquí y donde curiosamente fundó el primer museo de la historia, para mostrar los hallazgos de la Edad de Piedra encontrados por sus albañiles.
Posteriormente Tiberio se retiró a la isla y construyó varias villas, dando comienzo a uno de los periodos de esplendor insulares. Según se dice, tanto este emperador como Calígula realizaban orgías y torturas en Villa Jovis, la mejor y más grande villa romana.
Básicamente el visitante, que no suele pasar más de una jornada en la isla debe caminarla. Visitar los Jardines de César Augusto admirando las impresionantes vistas sobre el mar hasta las míticas rocas Faraglioni.
Viendo lo escarpado del terreno no nos extraña el origen del nombre de la isla, Isla de las Cabras.
El puerto hasta donde se llega en barco y desde donde se vuelve a Nápoles es un lugar perfecto para sentarse con un limoncello a disfrutar de las vistas y ver la vida pasar.
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