Canadá, el segundo país más extenso del planeta después de Rusia, es uno de los destinos más deseados y al mismo tiempo desconocidos para cualquier viajero. Parece que siempre hay otra nación prioritaria en nuestra lista de lugares que visitar y se quedan en ese "ya iré". Gran error.
Canadá lo tiene todo. Grandes ciudades, parques nacionales, historia, fauna y flora, gastronomía, una población simpática, abierta y tolerante, interminables ofertas culturales y artísticas...
En mi caso, quedaba postpuesto a la espera de encontrar un recorrido que me permitiera conocer lo mejor del país, y por supuesto hacerlo de Costa a Costa.
Y este año, tras las restricciones de la pandemia, debía ser el momento.
Empezábamos un viaje que nos permitiría, durante 15 días disfrutar de un destino único, lleno de lugares asombrosos que guardaríamos para siempre en nuestra memoria.
Saliendo desde Madrid volamos hasta Toronto, que suele ser la puerta de entrada a Canadá para los viajeros que viajamos desde Europa.
Según nos acercábamos al aeropuerto, las nubes iban abriéndose para dejarnos ver la ciudad que nos daba la bienvenida al país.
Capital del estado de Ontario, la urbe nació y creció en la orilla del lago del mismo nombre, fundada por los ingleses en 1793, con la idea de que fuera centro comercial y nudo de comunicaciones en una época de descubrimientos y avances en la conquista de nuevos territorios. La ciudad creció con la llegada de inmigrantes que acudían a la llamada de las industrias de la ciudad, que necesitaban mano de obra para trabajar en los recién descubiertos yacimientos minerales y la red ferroviaria que se extendería hacia el oeste.
Hoy en día, Toronto es uno de los centros de comercio e industria más importantes de Canadá. Las grandes empresas nacionales e internacionales tienen sus sedes en los grandes rascacielos del centro que contrastan con edificaciones que nos hablan de la historia de la ciudad.
Grandes bancos se reparten en el distrito financiero que confluye en el cruce entre Bay Street y King Street que se ha convertido en el corazón del centro y que presume de albergar cuatro de los cinco edificios más altos de Canadá.
La Galería Allen Lambert se construyó como un paseo comercial cubierto donde poder realizar compras durante el frío invierno de Toronto. El espectacular diseño es del español Santiago Calatrava.
De Toronto nos vamos, bordeando el lago Ontario, a las Cataratas de Niágara.
El río del mismo nombre que se abre al llegar a la conocida como Goat Island, o isla de la cabra, hace de frontera natural entre Estados Unidos y Canadá. Por ello, cada país es "propietaria" de una de las dos espectaculares cascadas que forman el conjunto. Aunque ambas tienen una belleza innegable, sin duda mi favorita fue la canadiense, la "Horseshoe" o "Herradura" por la forma semicircular que posee.
Ambas tienen una altura aproximada de 51 metros y en ambos países hay otras que superan esta altura, pero las de Niágara tienen un encanto que las han hecho legendarias, sobre todo por su cauce de agua, ya que por ellas pasa todo el volumen de los acuíferos de los Grandes Lagos. Al margen de su impresionante belleza, son una inagotable fuente de energía hidroeléctrica. Poco podía imaginar el pueblo iroqués que la conocía como "Trueno de agua" y que le dio nombre, que este lugar iba a convertirse meta de visitantes y multitudinario parque temático.
Cuando oscurece no acaba el espectáculo, tan solo cambia sus formas.
Periódicamente los visitantes de las cataratas disfrutan de un espectáculo de iluminación que cambia cada cierto tiempo, y que en nuestra visita se basaba en los colores y movimientos inspirados en la naturaleza, como el amanecer, la Aurora Boreal, el arco iris y el atardecer, ciclo que se repite tres veces cada media hora.
Este espectáculo tuvo sus orígenes en 1860, cuando se colocaron 200 luces para celebrar la visita del Príncipe de Gales y ha continuado casi sin interrupción hasta nuestros días.
Como complemento, y desde mayo hasta octubre, cada noche hay una pequeña exhibición de fuegos artificiales a las 22:00.
Otro de los atractivos de Niágara es Clifton Hill, bueno, para el que guste de este tipo de calles repletas de lugares como "La Casa de Frankestein", "Movieland, el Museo de Cera de las Estrellas" o las decenas de hamburgueserías, pizzerías y kebabs que jalonan los dos lados de esta calle.
Después del vuelo desde España estábamos agotados, así que preferimos irnos a dormir temprano, ya que al día siguiente empezaría nuestro circuito por el Este del país.
Bien temprano emprendimos el camino hacia la región de las Mil Islas, donde realizaríamos un pequeño crucero para conocer los lugares más interesantes.
Para ello nos acercamos al pequeño puerto de Rockport, puerto base de la línea de barcos del mismo nombre y que vive básicamente del turismo y de los canadienses que tienen aquí amarrados sus yates y barcos de recreo.
Realmente el archipiélago está formado por 1864 islas e islotes que se distribuyen a lo largo de esta zona del río San Lorenzo, y por su belleza y tranquilidad fue y es lugar favorito de millonarios y famosos que desde finales del siglo XIX a principios del XX edificaron aquí grandes casas y mansiones para pasar las temporadas de verano.
Una de las islas más curiosas es la Zavikon Island, que presume de tener el puente internacional más pequeño del mundo. En realidad son dos islas, la mayor que se encuentra en territorio Canadiense, y la pequeña en Estados Unidos. La historia dice que cuando el matrimonio que la habitaba discutía, el marido cruzaba a la isla pequeña, puesto que no soportaba vivir en el mismo país que su esposa.
Otro lugar curioso es la miniisla Just Enough Room o "Espacio suficiente". Con una superficie que no llega al tamaño de una cancha de tenis, presume de ser la isla habitada más pequeña del mundo, midiendo sólo 310 metros cuadrados.
Aunque pertenece al Estados Unidos, y concretamente al Estado De Nueva York, el crucero pasa a escasos metros ella, lo suficiente para apreciar los detalles de esta isla casi ocupada totalmente por una casa.
Y como no podía ser menos, tiene una historia propia, que cuenta que uno de sus dueños se enteró de que su suegra no sabía nadar, por lo que la llevó de visita a la isla y la dejó sentada en una de las sillas del jardín, tomó su bote y se fue dejándola como único habitante de la casa durante meses.Un árbol y un pequeño jardín, que desaparece bajo las aguas con las crecidas del río, acaban de llenar casi por completo su superficie. La isla fue comprada en 1950 por la familia Sizeland, con la idea de tener un espacio privado, aislado del resto de tierra firme y rebosante de paz y tranquilidad, pero no contaban con los turistas que querían conocer este curioso lugar.
Nuestro siguiente punto de interés es la Heart Island o Isla Corazón.
Perteneciente por territorio a Estados Unidos, los cruceros que como el mío, salen desde Canadá, se limitan a rodearla para ofrecer a los clientes una panorámica de esta curiosísima isla, ya que si quisiéramos desembarcar y visitarla necesitaríamos todos los papeles (incluida la famosa ESTA) para poder desembarcar.
En la isla se levanta el famoso castillo Bolt, cuya historia es fascinante.
Corren los primeros años del pasado siglo XX, cuando el propietario del famoso hotel Waldorf Astoria de Nueva York, George C Boldt, decidió construir un castillo como muestra de amor a su adorada esposa, Louise.
300 trabajadores que incluían albañiles, carpinteros y los mejores artistas y decoradores, construían un magnífico castillo de seis pisos de altura con 120 habitaciones, adornado con jardines de estilo italiano, torres y hasta un puente levadizo.
Pero repentinamente, en enero de 1904, se recibió la orden de detener las obras. Había muerto la querida esposa de Boldt y ni en sueños quiso el magnate oír hablar nunca más de la isla donde se levantaba un monumento al que fue su amor.
Durante más de 70 años, el castillo, los jardines y todas las estructuras adyacentes quedaron a merced de la nieve, los fuertes vientos del lago e incluso a los ladrones, hasta que en 1977 la Thousand Islands Bridge Authority adquirió la propiedad del castillo, invirtiendo millones de dólares en terminar su construcción y conservación.
Aparte de las visitas turísticas, el castillo está hoy en día muy solicitado como escenario de bodas y celebraciones, aunque sólo pueden realizarse en los Jardines Italianos, nunca en el interior de la mansión.
Una de las estructuras más singulares es la Torre Alster, pensada como lugar de recreo para la familia, pues incluía bolera, cocina, sala de billar, biblioteca y teatro.
Aunque sin duda la parte más llamativa del complejo es la Power House, que aunque pudiera parecer un idílico rincón destinado al ocio y la tranquilidad, es en realidad, el lugar donde se localizaban los dos enormes generadores que daban luz a la isla.
En 1939 sufrió un grave incendio durante una exhibición de fuegos artificiales que hizo necesaria una restauración casi total de la pequeña isla.
Nos alejamos de Heart Island para terminar el crucero y seguir nuestro camino.
A lo lejos podemos vislumbrar la famosa Thousand Islands Tower, un mirador que se eleva a 130 metros de altura y desde el que se tiene unas preciosas vistas del conjunto del archipiélago y del Río San Lorenzo.
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