Muy cerca, siguiendo la carretera de los Campos de Hielo, aparece ante nosotros el lago Bow.
Situado a casi 2.000 metros de altura mide unos 3,2 km de largo y 1,2 de ancho y es el más cercano a los grandes glaciares y por supuesto al nacimiento del río que nos ha acompañado desde Calgary, el Bow.
Y si hablamos de lagos famosos en Canadá por su belleza impactante no podemos dejar de visitar el Peyto.
Con sus 2,8 km de largo y un ancho de casi 800 metros, su superficie total es de 5,3 km². Desde el mirador que nos permite ver el lago en toda su plenitud y su característico color azul, podemos comprobar de manera sencilla el fenómeno de formación de la ya comentada "leche glaciar", ya que en uno de sus extremos se percibe cómo el agua que viene de las montañas se une, cargada de sedimentos minerales, con la del lago. El nombre proviene de un antiguo guía y trampero de la zona, Ebenezer William Peyto, que fue el primer occidental en ver esta maravilla escondida en uno de los valles de la cordillera Waputik, que en lengua nakoda quiere decir "cabra blanca".
Nuestra siguiente parada es el espectacular glaciar de Athabasca, declarado Patrimonio de la Humanidad por ser una de las mayores masas de hielo que existen por debajo del Círculo Polar Ártico.
La enorme masa de agua congelada tiene unos 6 km² de superficie y otros 6 de largo, y custodiada por montañas que superan los 3.000 metros de altura, como el monte Athabasca, el Snow Dome o el Andrómeda.
Forma parte del conocido como Campo de Hielo Columbia, que se extiende en una superficie de 325 km² en las provincias de Alberta y la Columbia Británica. Las condiciones del clima hacen que las temperaturas permanezcan bajas y nieve lo suficiente para que se forme una protectora capa de 7 metros bajo la que se esconden hasta 300 metros de profundidad de hielo.
Realmente los primeros visitantes acudían para subir por la cara norte del Monte Athabasca, inaccesible para muchos desde que se descubrió en 1896.
Las cifras que he dado parecen alentadoras y nos hacen pensar que tenemos glaciar para rato, pero la realidad es que desde hace 150 años, el glaciar no para de retroceder, y en las últimas décadas el proceso se ha acelerado, ya que desaparece a una velocidad de unos 5 metros por año.
Debido a que es un lugar con una buena accesibilidad por carretera, en las cercanías se han establecido varias empresas que ofrecen excursiones hasta el glaciar desde mayo a octubre, gracias a unos vehículos adaptados llamados Snowcoach que pueden superar pendientes de hasta 30%. El conductor del poderoso tractor es al mismo tiempo guía y aparte de darnos una magistral clase sobre los glaciares se encargará de velar por nuestra seguridad, ya que la zona de visita está restringida y señalada para evitar accidentes en las numerosas grietas que se encuentran en la superficie del glaciar.
Al día siguiente, muy temprano la ruta incluía la visita al lago Patricia, que se encontraba semicubierto por la bruma matinal. A diferencia de los otros lagos que hemos visitado a lo largo del recorrido, el Patricia tenía una historia muy interesante que contarnos.
Situémonos en los años más crudos de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes avanzaban imparables por Europa y los aliados, desesperados recurrían a las más descabelladas e increíbles ideas para frenar la potente maquinaria nazi que amenazaba al resto de las naciones.
Una de ellas fue desarrollada por Geoffrey Pyke, un excéntrico científico ingles con un extraño historial de inestabilidad mental que lo había mantenido en una institución mental durante años.
Con el nombre de Habbakuk, el planteamiento tomó forma y se eligió por su remota localización y las frías condiciones meteorológicas, el lago Patricia para su puesta en marcha.
Básicamente lo propuesto por el científico era la construcción de una enorme flota de "bergships", es decir grandes portaaviones hechos de hielo, que en principio eran prácticamente indestructibles por su flotabilidad y densidad.
Tan sólo se construyó un prototipo de unos 18 metros de largo, 9 de largo y 15 de alto, usando para ello una mezcla de pasta de madera y agua llamada pykrete, que se mantendría congelada gracias a un ingenioso sistema de refrigeración interno. Si todo iba bien el siguiente paso sería la construcción de esa imaginaria flota de portaaviones de 600 metros de largo formados por 280.000 bloques de hielo, comandados por 2.000 hombres y que sería capaz de transportar hasta 200 aviones.
Con un peso de dos millones de toneladas, serían el arma secreta que pararía el avance nazi e incluso los continuos ataques japoneses en el Pacífico.
Cada uno de los portaaviones costaría la friolera de 1000 millones de dólares y el esfuerzo de más de 35.000 hombres.
Fueron estos dos datos los grandes impedimentos para poder llevar a cabo la descabellada idea, junto con el poco tiempo con el que contaban los aliados para frenar a los alemanes y japoneses.
Conscientes de ello, el plan se abandonó por irrealizable, y el prototipo se hundió en las aguas del lago para siempre.
Hoy, el lugar es destino de numerosos buzos que nadan hasta el centro del lago en busca de los restos del portaaviones, del que apenas queda un amasijo de hierros y tuberías que una vez dieron forma al portaviones y hoy simbolizan la capacidad inventiva, a veces increíble, del género humano.
Estamos en territorio de osos, tal y como advierten los múltiples carteles que encontramos en nuestro recorrido. Nos dicen qué hacer encaso de encontrarnos con ellos y cómo reaccionar. Y precisamente una de nuestras paradas tiene mucho que ver con ellos.
Muchas tribus de las Primeras Naciones se referían al oso con el nombre "spahat" y así se llama una de las cascadas mas hermosas e inaccesibles de la Columbia Británica.
La Cascada Spahat, que forma parte del río Clearwater, tiene una doble caída que suma 80 metros, y surge de un enorme agujero perforado por la fuerza del mismo río.
Si nos fijamos en las altísimas paredes, de casi 300 metros de altura, que rodean la cascada, podremos apreciar las casi infinitas capas que las sucesivas erupciones de la montaña Trophy fueron apilando unas sobre otras y formaron este impresionante desfiladero conocido como Granite Canyon.
Su importancia reside precisamente en su origen geológico y como dije al principio en su casi inaccesible localización, más que en su volumen de agua o tamaño.
Mucho más llamativas son las Cascadas de Athabasca, que de igual manera destacan por lo singular de su formación geológica y el paraje en el que se encuentran que por su caudal de agua, aunque en este caso sí que es más abundante.
Se formaron tras el retroceso del glaciar del mismo nombre que visitamos por la mañana a bordo de los snowcoaches, por tanto el agua que las alimenta proviene del campo de hielo de Columbia.
Al parecer lo primero en descubrirse fue la catarata, a la que los indios Cree le dieron el nombre de Athabasca, que quiere decir "Lugar lleno de hierba y caña".
Con la intención de comerciar con pieles y explorar y descubrir nuevos filones de oro, los primeros europeos llegaron a la zona en 1788, que posteriormente se convirtió en Parque Nacional Jasper, bautizado con el nombre del jefe de correos Jasper Hawes.
Su altura es de unos 23 metros, menos de un tercio, por ejemplo de las Spahats, pero su caudal de agua es mucho mayor y por ello más potente.
Los cambios de curso del río han dejado pasos antes inundados que hoy son senderos donde contemplar las infinitas capas de cuarcita del terreno.
La última parada del día es una maravillosa vista del Monte Robson, el punto más alto de las Rocosas Canadienses.
Su altura total es de 3.954 metros y aunque las Primeras Naciones lo conocían como "La montaña con el sombrero de nieve" su nombre actual proviene de la contracción fonética del apellido de Colin Robertson, un comerciante de pieles de origen escocés.
Esa noche, para acabar el circuito y antes de entrar en Vancouver, dormimos en Kamloops, en el South Thompson Inn & Conference Centre.
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