Santa Lucía es conocida como el Paraíso de las 365 playas, que combinan a la perfección con sus montañas volcánicas y bosques tropicales.
En su capital, Castries, encontramos la Catedral de la Inmaculada Concepción.
Nada menos que 72 años se necesitaron para levantar la estructura de esta basílica menor que se yergue en medio de la capital de Santa Lucía.
Creando la ilusión de ascender a los cielos, con el colorido del arte popular caribeño ( con murales pintados por el artista de la isla Dunstan St. Omer) y sus impresionantes vidrieras, desde 1899 es un lugar muy especial de oración y adoración.
Hoy en día, la Catedral de Santa Lucía es el centro espiritual de la Iglesia Católica Romana de la Achidiócesis de Castries.
Sólo hace falta caminar por las naves laterales para darse cuenta de que es una iglesia del pueblo, que lleva su esencia, y que tanto su constructor como quienes luego la ornaron provenían de él. Los contrastes de colores - los oscuros y serios que chocan con los verdes, amarillos y azules caribeños - la blancura de los altares y la delicadeza de los arreglos florales, dan mayor belleza a un espacio muy amplio, donde el uso de la madera y las columnas delgadas otorgan un aspecto de lo más airoso a este templo que desde su fundación ostenta el título de mayor catedral del Caribe. Una delicia...
Apenas cuatro plataformas montadas a dos alturas, unos puestecitos de artesanías llevados por locales, un carrito de refrescos bien fríos, y sobre todo una espectacular vista sobre la bahía de Castries conforman el mirador de Government House Road.
Estos son los ingredientes que combinados y agitados por las numerosas curvas que nos llevan hasta él, conforman los encantos de este mirador que surge poco después de dejar atrás la capital de la isla de Santa Lucía.
Si encima hemos llegado, como el 50% de los visitantes en crucero, el paisaje se enriquece y embellece con la postal de nuestro barco en la terminal de cruceros, prácticamente a dos pasos del aeropuerto de la capital, a pie de ola, como el de Maho Beach, pero no tan famoso.
La mirada abarca también gran parte del montañoso interior de la isla que tiene un par de Reservas Naturales, y sobre todo la costa norte, aunque me quedo con la preciosa bahía de Castries.
Este es uno de los numerosos miradores que ofrece una isla de abrupto relieve con carreteras panorámicas que la recorren y vertebran, con una luz muy, muy especial....
Los Pitons
Así se les conoce, aunque uno sea el Gros y el otro el Petit ( Pequeño y Gran Pìco ).
Surgen del mar pegados a la isla de Santa Lucía, en el departamento de Soufriere, donde se levanta el grueso de las instalaciones turísticas con varios hoteles y apartamentos, en una isla por lo demás ocupada principalmente por vegetación y las salpicaduras de algún que otro pueblo.
Los Piton forman parte de la lista de la Unesco, como lo han sido de la simbología y el imaginario popular y turístico desde siempre; recordemos que la cerveza de la isla, que también se llama Piton, los lleva impresos en su etiqueta, y prácticamente todas las imágenes de la isla, así como su escudo ( dos triángulos de tamaños diferentes) tienen alguna relación con los montes.
Llegar hasta ellos no es difícil, aunque sea un viaje poco agradable para los que marean fácilmente, ya que una carretera que es en un 90% curvas, subidas y bajadas, lleva casi hasta su misma base, el pueblo de Soufriere.
Al parecer, escalarlos no es tan fácil como pudiera parecer, y más de uno ha tenido que recurrir a la contratación de guías para poder llegar hasta el mismo pico.
Bajo el agua también ofrecen la belleza que sólo pueden mostrar las rocas volcánicas, cobijo de decenas de especies de peces e incluso corales casi endémicos. El agua transparente del Caribe hace lo demás.
El paisaje es realmente increíble, y ver los dos Pitons, desde el mirador que se encuentra justo antes de llegar al pueblo, es un panorama único, la meta de toda visita a la isla.
Cerca del pueblo de Soufriere, según dejamos, por una secundaria, la carretera panorámica, plagada de curvas y desniveles que más parece una montaña rusa, llegamos a la cascada de Toraille.
Con unos 15 metros de altura no es quizá la cascada más grande que podamos ver, ni de lejos; pero el lugar merece la pena, ya que a lo frondoso del escenario, la frescura del agua ( que no fría, ya que no viene de neveros) y la fuerza con la que cae a modo de refrescante columna, se une el pequeño negocio que han montado en torno a la cascada.
Primero, hay que pagar un par de dólares por acceder a la poza, en una entrada que da paso a un conjunto de construcciones muy coloristas, eso sí, que quieren reproducir la arquitectura tropical de la isla y que albergan unas casetas privadas donde recibir masaje en los hombros y la espalda - no se si dados dados por profesionales- o hacernos una limpieza de cutis con productos naturales de la isla, sacados de los minerales del volcán.
El lugar merece una parada tan sólo por ver la cascada encajada entre las rocas y los árboles, aunque si nos damos un rápido baño, mucho mejor.
Así que nos despedimos de Santa Lucia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario