En el corazón del Caribe oriental, donde el Atlántico y el mar Caribe se abrazan, se alzan dos islas hermanas que parecen creadas para encender la imaginación: Antigua y Barbuda. Aunque comparten bandera y espíritu, cada una canta su propia melodía, como dos voces que se entrelazan en un mismo coro tropical.
Antigua es la más bulliciosa, la que late con ritmo de mercado y sabor a ron especiado. Sus colinas verdes caen hacia un mar que se pinta en tonos imposibles de azul, y a lo largo de su costa se despliegan tantas playas que, dicen los locales, hay una para cada día del año. Caminar por sus arenas es como recorrer un calendario de paraísos: unas tranquilas como espejos, otras abiertas al viento, listas para la danza de las velas. Porque en Antigua, la vela no es solo deporte, es casi religión; el horizonte está siempre salpicado de yates y veleros que parecen buscar su propio escondite entre bahías.
El agua es fresca, fría, transparente y azul como una turquesa, esa piedra que suele asociarse tanto con el color de las aguas de los paraísos soñados. La franja de arena y agua se extiende a lo largo de casi un kilómetro, y parece encajada entre los cultivos de piña tropical negra, la salvaje vegetación que más parece una selva que cubre esta parte de la isla y el horizonte infinito formado por el Caribe y el cielo, ambos luchando por tener el color más magnético.
Mientras Antigua vibra con música, festivales y el ir y venir de viajeros, Barbuda invita a escuchar el silencio, a descubrir cuevas escondidas o a dejarse perder en su naturaleza intacta. Son dos caras de un mismo espíritu: la vitalidad y la calma, la celebración y la contemplación.
Curiosamente, aunque tengamos esa sensación de aislamiento, hay un bar en la playa, medio camuflado entre las palmeras y los arbustos....con WIFI!!! Así que por milagros y maravillas de la tecnología, lo que no nos ofrece un hotel de cuatro estrellas en plena ciudad nos lo regala un bar de playa en una isla casi perdida en el Caribe o un bar de Cuenca donde hacen unos bocadillos de chorizo de orza que quitan el sentido... Uf, creo que acabo de divagar un poco. Es lo que tiene el solecito de esta playa. Disfruten de estas imágenes...
Y así, en 1784 el legendario almirante Horacio Nelson ( el que no quiso saber nada más de Tenerife, donde dejó un brazo por obra y gracia del cañón Tigre), navegó a Antigua y estableció la base más importante en el Caribe de Gran Bretaña. Ni se imaginaba que 200 años más tarde las mismas características únicas que atrajeron a la Marina Real transformarían Antigua y Barbuda en uno de los principales destinos turísticos del Caribe.
La mayoría de los habitantes de Antigua son de linaje africano, descendientes de los esclavos traídos a la isla hace siglos para el trabajo en los campos de caña de azúcar, el resto son blancos y un pequeñísimo porcentaje de descendientes arawak.

El carácter caribeño, apacible y amable, de quien ve la vida pasar sin cambios radicales de temperatura, que agrían el carácter, o gobiernos que agrían el bolsillo, que viven el día a día sin muchas complicaciones, es la base del pueblo de Antigua, que muestra y ofrece lo que tiene con todo su corazón. Como las formidables playas de arena blanca que parece polvo de talco, o las bahías que llevan el verde de la vegetación hasta el agua o los inmensos campos de piña tropical negra, una variedad que sólo se da en la isla y que tiene un sabor intenso y único, como Antigua.
Antigua fue, es y será una de las islas más mimadas del Caribe.
Y es que todas las señales apuntaban a que lo fuera. La isla tenía vientos cálidos continuos, un completo litoral de puertos seguros, y un muro de protección, casi ininterrumpido, de arrecifes de coral. Sería un lugar perfecto para ocultar una flota.
Un paseo en coche de unas 3 horas es más que suficiente para hacernos una idea global de la isla y pensar seriamente en volver lo más pronto posible a la Puerta del Caribe, como la apodaban los europeos.
Cuando cruzamos Antigua, zigzagueando con el coche y pasando por bosques y prados, atravesando pequeños pueblos formados por apenas un par de casas y bajo un sol de justicia caribeña, vemos numerosísimas iglesias y pequeñas capillas que salen a nuestro paso. Modestas o majestuosas y las que caben entre estos dos adjetivos, de manera que hay un tipo de templo para cada estilo de gente, y no es broma....
Durante el recorrido me hubiera gustado pararme a hacer fotos de muchos lugares atractivos, entre ellos iglesias ( que son una de mis predilecciones) que me parecieron de lo más atrayente.
Pero el tiempo era poco, y claro, esas excursiones se contratan por horas, así que había que darse prisa.
La furgoneta nos llevó por la isla a todo meter parando aquí y allá...hasta llegar a San Bernabé.
La iglesia no es bonita, todo hay que decirlo, mas bien parece un conjunto de materiales prefabricados unidos con un adhesivo y puesto en pie.
Pero luego tiene algo especial que hace que te detengas y observes.
Lo primero de todo al conocer su historia que se remonta a la década de 1840, ya que antes de ella existía una iglesia parroquial ( como dicen los angloparlantes), llamada San Pablo, que quedó hecha añicos tras un terremoto en 1843. Este hecho elevó a nuestra San Bernabé a la categoría que tiene ahora.
Otro motivo es, como dije antes, los materiales de construcción.
Primero, la llamada "piedra verde" de Antigua, que proviene de la misma zona de Liberta, y que parece ser la base usada para levantar todos y cada uno de los edificios de la zona. Esto hace que Liberta y sus alrededores tengan en sus casas un color único y diferente del resto de la isla, y que la fuerza y dureza de sus paredes sean un testimonio del carácter único y especial de Antigua.
Y segundo, su interior, inocente y sencillo, como corresponde a un pueblo que se ha visto mezclado y remezclado con culturas propias y ajenas, con esclavos y hombres libres, desgracias y alegrías, pero que ven en la religión su consuelo y ánimo para seguir adelante.
No pasemos de largo ante San Bernabé. La parada debería ser obligada...
Y embarcamos para seguir nuestro recorrido

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