jueves, 1 de septiembre de 2016

La costa italiana (I): Portofino y Camogli.


Portofino es el teatro natural más elegante del Mediterráneo.

Entender Portofino no es sólo pensar en glamour o en yates —eso es reciente—. Portofino ya era belleza legendaria antes de que existiera la idea moderna de “destino exclusivo”. Es una antigua villa de pescadores colocada en un anfiteatro perfecto que la naturaleza diseñó mirando al mar. Las casas estrechas, altas, pintadas como en Camogli pero con colores todavía más saturados, abrazan una bahía que parece un espejo verde azulado. No es casualidad que tantos pintores terminaran viniendo aquí… porque Portofino es de esos lugares que la luz no sólo ilumina: modela.



Portofino tiene un encanto único. Sus calles hipnotizaron a estrellas de Hollywood como Elizabeth Taylor, Ava Gardner y Humphrey Bogart; a intelectuales como Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Herman Hesse, Erza Pound y Truman Capote, y a grandes artistas plásticos como Pablo Picasso y Vasily Vasílevich Kandisnki. Las aguas del golfo de Tigullio, el suave clima y el deslumbrante paisaje le permiten a uno experimentar el placer de la dolce vita.

La famosa Piazzetta es el corazón escénico absoluto. Allí la vida se combina como ritual. Café, gente, caminantes, marineros, viajeros, curiosos… y todo con ese orden espontáneo que sólo Italia sabe mantener sin que parezca coreografía. Desde aquí la vista parece una postal fija detenida en 1950 que sin embargo está viva.

El pueblo de Portofino fue fundado por los romanos y bautizado Portus Delphini debido a la enorme población de delfines que habitan en el golfo. En el año 904, la emperatriz del Sacro Romano Imperio, Adelaida, donó Portofino y gran parte de la montaña de Capo di Monte a los monjes benedictinos de San Fruttuoso para honrar la memoria de su marido, Ottone II.
En el agua se mezclan reflejos de verde bosque, azul profundo, luz dorada. Todo está comprimido en una armonía pequeña, delicada y muy precisa. Este “anfiteatro natural” es perfecto para la mirada humana: lo abarcas entero sin esfuerzo, y esa totalidad compacta es placentera. Da calma, intimidad, sensación de cuadro vivo.

Portofino se convirtió en un símbolo aspiracional no porque fuera inventado para ello, sino porque el mundo sofisticado descubrió que aquí la belleza era real y antigua, y entonces lo adoptó. Primero aristocracia, luego escritores, luego cine, luego la jet internacional. Pero debajo de ese glamour sigue estando el pueblo marinero original. Sigue habiendo barcas, sigue habiendo olor salino honesto y sigue habiendo nombres de familias que llevan generaciones viviendo en esas mismas fachadas coloreadas.

A partir del año 1229 Portofino se transforma en integrante de la República de Génova, así como todo el territorio de Rapallo, transformándose en el refugio de la marina genovesa gracias a su puerto natural. En el año 1409 fue vendido a Florencia pero los mismos florentinos lo restituyeron poco después. Durante el siglo XV estuvo en distintas administraciones familiares, desde los Fregoso a los Spinola, los Fieschi, los Adorno y los Doria. En el año 1814 se incorporó establemente al Reino de Cerdeña, como otras comunas de la República de Liguria, y sucesivamente al Reino de Italia en el año 1861.


Pintadas en tonos ocres y terracotas, en una disposición que resulta encantadora al evocar el estilo dinámico de un anfiteatro, las casas sobre el puerto son preciosas. Esto hace de Portofino un lugar de ensueño, que no ha sido alterado a pesar de su alto tránsito turístico. Su pequeño puerto es su centro neurálgico, en el cual se puede ver todo tipo de embarcaciones atracando, desde grandes yates hasta modestos botes de pescadores, que le dan un toque pintoresco. Además, el reflejo de la luz en sus cristalinas aguas le brinda una espectacular iluminación a todo a cualquier hora del día. Y todo esto rodeado por el Parco Naturale Regionale di Portofino, donde los senderos se meten entre pinos marinos, terrazas de cultivo antiguo, olivos, miradores naturales… y cada curva regala un Mediterráneo diferente.

El Castello Brown, una antigua fortaleza del siglo XVI funciona como centro de manifestaciones culturales a nivel internacional. Las vistas desde arriba son casi una visión aérea y entiendes el poder estratégico del lugar y  por qué Roma, Génova, comerciantes y capitanes ambicionaron este punto exacto. Portofino controlaba rutas. Y aún hoy se siente ese peso histórico aunque ahora las batallas sean estéticas, no militares.


Una muy buena opción para poder disfrutar a pleno de Portofino y sus alrededores es utilizar los autobuses, puesto que conducir puede resultar pesado por el tráfico lento de la carretera que serpentea la península. Otra buena opción es alquilar un barquito para poder visitar Margherita, Camogli, Rapallo o cualquier otro pequeño y encantador puertos de la península. Portofino es para aquellos que disfrutan caminando. Las múltiples rutas por las laderas ofrecen un recorrido precioso.




Portofino es uno de esos lugares donde entiendes que la belleza auténtica no necesita ser explicada ni sobreproducida, simplemente es.
Y ya con eso llena todo.





Al otro lado, la Iglesia de San Giorgio custodia el espíritu marinero del pueblo. A ella suben muchos, casi como rito iniciático, para ver el mar desde un lugar de pequeña eternidad.

Camogli es uno de esos lugares que parece diseñado para que el tiempo vaya más lento. La Riviera ligur tiene muchos pueblos preciosos… pero Camogli tiene un aura distinta.

Es como si te recibiera ya desde lejos con el color, con sus fachadas altas, verticales, pintadas con ocres, verdes gastados, rojos quemados por sal, amarillos cálidos que el mar pule cada día. Y cuando caminas por su paseo marítimo parece que todo fuese una película con textura de óleo italiano antiguo. Aquí la paleta no la hizo un arquitecto, la hizo el Mediterráneo.




Las casas variopintas que se alinean en primera línea no están pintadas así por capricho decorativo: durante siglos servían como puntos de referencia para los marineros al regresar desde alta mar. Cada color era señal, orientación, identidad. Hoy ese “arco iris vertical” se ha convertido en una de las imágenes más poderosas y reconocibles de Camogli.

Camogli representa esa esencia pura del pueblo marinero mediterráneo que todavía no ha perdido su alma. Durante siglos su vida giró alrededor de la pesca y del mar abierto, y ese carácter marinero no es sólo postal, es estructura, identidad y memoria colectiva. Hoy es un destino turístico apreciado, sí, pero antes que nada es un puerto vivo. Y eso se percibe en cómo huele, en cómo suena y en cómo se mueve.Por eso no es casual que se la llame la Città dei Mille Bianchi Velieri, la ciudad de los mil veleros blancos. Ese nombre evoca una época en la que Camogli fue potencia marítima real, con flotas enteras que cruzaban el Mediterráneo y más allá: era orgullo naval, comercio, poder marítimo en grande.


El nombre tiene un doble significado en italiano. La primera traducción, «casas muy juntas», es evidente cuando se pasea por las estrechas calles de la ciudad, que están pobladas con altas columnas de casas color pastel. el segundo significado, «casas de esposas», no es tan obvio; se refiere a las esposas de los marineros, capitanes y pescadores, que tradicionalmente pasaban el tiempo en casa mientras sus maridos estaban en la mar.


Esta rosa de los vientos aparecía en la película Corazón de Tinta.

Y también es conocida como la Gemma del Golfo Paradiso, la joya del Golfo Paraíso. Ese nombre es absolutamente literal: Camogli brilla como una gema preciosa incrustada en un balcón natural frente al mar entre acantilados, bosques mediterráneos, la península de Portofino y pequeñas bahías de agua turquesa. Es una joya pequeña… pero con luz propia. Una luz que no deslumbra: acaricia.


Y así acabamos una escala diferente en el puerto de Génova.

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