domingo, 11 de septiembre de 2016

La costa Italiana (XI) Capri

Surgida del mar en plena bahía de Nápoles, la encantadora, aunque hiperturística isla de Capri se presenta ante nosotros como una amalgama de de colores generosamente otorgados por buganvilias púrpuras, rosas y blancas, limoneros, callejuelas sinuosas y casas blancas o de color pastel.

Mimada por la élite romana, Capri era el lugar de recreo de los emperadores, sobre todo por Augusto, que adoraba hacer fiestas aquí y donde curiosamente fundó el primer museo de la historia, para mostrar los hallazgos de la Edad de Piedra encontrados por sus albañiles.

Posteriormente Tiberio se retiró a la isla y construyó varias villas, dando comienzo a uno de los periodos de esplendor insulares. Según se dice, tanto este emperador como Calígula realizaban orgías y torturas en Villa Jovis, la mejor y más grande villa romana.

Básicamente el visitante, que no suele pasar más de una jornada en la isla debe caminarla. Visitar los Jardines de César Augusto admirando las impresionantes vistas sobre el mar hasta las míticas rocas Faraglioni.

Viendo lo escarpado del terreno no nos extraña el origen del nombre de la isla, Isla de las Cabras.


Los Faraglioni son tres picos rocosos, y cada uno tiene su carácter.
El primero, Stella, todavía unido a la isla, parece el más prudente, el que no se ha atrevido del todo a soltarse.
El segundo, Faraglione di Mezzo, es el más célebre. Tiene ese arco natural por el que pasan las barcas y donde vive el pequeño lagarto azul de Capri, casi un talismán vivo. Atravesarlo es cruzar una puerta simbólica, breve y ceremonial.
El tercero, Scopolo, está completamente separado. Solitario, vertical, contemplativo. Un monje de piedra mirando el horizonte sin prisa.

Los Farallones son el hábitat natural del lagarto azul de Capri y según la leyenda de una familia de sirenas...Desde el mar imponen. Desde tierra, especialmente desde los Jardines de Augusto o los senderos altos, se convierten en una composición perfecta: mar, cielo y piedra en equilibrio absoluto. Capri los usa como punto y coma visual, una pausa larga que obliga a mirar.

No es casual que se hayan convertido en símbolo de amor y de promesas. Existe la tradición de besarse al pasar bajo el arco del Faraglione di Mezzo. No por superstición barata, sino porque el lugar lo pide. La geografía aquí sugiere ritual.


El agua cárstica, los vientos y corrientes marinas han dado forma a estos gigantes que emergen del mar y que según la leyenda son los restos de roca que lanzó al mar el gigante Polifemo. Son la imagen indeleble de la isla y han aparecido en películas famosas y anuncios.

El puerto hasta donde se llega en barco y desde donde se vuelve a Nápoles es un lugar perfecto para sentarse con un limoncello a disfrutar de las vistas y ver la vida pasar.


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